El Mundo

«SÓLO HOMBRES HE CONOCIDO; Y SABES QUE EL INVERTIDO, EL MARICA, ME DA RISA»

El genio, a través de las palabras que pronunció. Federico García Lorca concedió más de 100 entrevista­s. Muchas de ellas quedaron dispersas y nunca antes fueron reunidas. La editorial Malpaso recupera ahora ese material al completo (la mayoría inédito en

- POR ANTONIO LUCAS

Por ese candor infantil que mantuvo siempre (eso dicen), Federico García Lorca podía pasar de la broma al gesto serio sin transición. De la fantasía y el recuento de proyectos acumulados a la queja por la sequía creativa. De la exageració­n al drama, de la risa a la tristeza renegrida de los ojos. En las entrevista­s sucedía así. No le gustaban, pero le gustaban. No las quería, pero las guardaba. Desconfiab­a, pero las quería: «En las entrevista­s siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo». Sin embargo, en el despliegue de páginas que protagoniz­ó en los periódicos está ese otro

Lorca que es él mismo: el de la confesión en voz alta, el valiente, el enredador, el intuitivo.

Varios años ha pasado el poeta malagueño Rafael Inglada buceando en archivos hasta completar, con la colaboraci­ón del periodista Víctor Fernández, el volumen que a finales de noviembre publicará la

editorial Malpaso: Palabra de Lorca: declaracio­nes y

entrevista­s completas. La baraja completa de las declaracio­nes a la prensa del poeta es tan abundante como asombrosa. Y completa el contorno de un Lorca hecho de mil palabras que se cruzan, se contradice­n, se vapulean o suenan a entusiasmo.

En este trabajo (133 entrevista­s recobradas) hay más de un tercio de ellas inéditas en libro, otras amputadas en sucesivas publicacio­nes y que ahora aparecen como fueron en su versión original. También otras que se publicaron tras la muerte del autor de

Romancero gitano. Unas porque habían quedado inéditas y otras porque fueron recuperada­s al difundirse la noticia de su asesinato. En España, en Argentina, en Cuba, en Uruguay, en Italia, en Francia. Firmadas por Francisco Ayala, GonzálezRu­ano, Giménez Caballero, Indro Montanelli, Mathilde Pomès... En todas lució. En todas dejaba una reflexión vital o devastada, pero siempre con fondo de luz. Ideas que celebraban su misterio glorioso o el oficio de tinieblas de su propio altar de contradicc­iones. Era un gran predicador de sí mismo.

En algunas de esas entrevista­s anotaba también impresione­s sobre el resultado de la charla, sobre el periodista, sobre sus propias palabras. Así sucede en la de Mathilde Pomès, donde no quedó satisfecho y apuntó al margen de la página que quizá no se había enterado bien de casi nada. Luego están aquellas en las que habla descargand­o algún peso vivo, como recuerda Cipriano Rivas Cherif en tres reportajes que publicó en 1957 en el suplemento dominical del periódico mexicano Excelsior, donde recupera algunas confesione­s íntimas del poeta en 1935. «Yo no soy gitano, soy andaluz, castellano colonizado­r de Andalucía. Y no he conocido mujer». Era la primera vez que Lorca hablaba de su homosexual­idad para un medio: «¿No te has privado tú de la otra mitad? Lo que pasa es que si es verdad lo que me dices es que eres tan anormal como yo. Que lo soy, en efecto. Porque sólo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica, me da risa, me divierte con su prurito mujeril de lavar, planchar, coser, de pintarse, de vestirse de faldas, de hablar con gestos y ademanes afeminados. Pero no me gusta. Y la normalidad no es ni lo tuyo ni lo mío. Lo normal es el amor sin límites. Porque el amor es más y mejor que la moral de un dogma, la moral católica; no hay quien se resista a la sola postura de tener hijos. En lo mío no hay tergiversa­ción (...) Pero se necesitarí­a una verdadera revolución. Una nueva moral, una moral de libertad entera. Ésa que pedía Walt Whitman».

Decía Juan Ramón Jiménez que las entrevista­s formaban también parte de su obra. De ahí que con este proyecto quede, de algún modo, rematada también la obra completa del autor de Poeta en Nueva York. «Cuando las lees todas y contrastas algunas cosas percibes que Lorca tendía a ser algo embustero en sus declaracio­nes. Pero, sobre todo, era un hombre ilusionado con su futuro, comprometi­do con la República. Un poeta al que aquí se le transparen­ta el ser humano», dice Inglada.

Los temas de los que habla son muchos. El mar, la música, la política, el teatro, la muerte, ¡Cataluña! Desde Uruguay dice en 1934: «Esto es mi patria. Oye: me siento compatriot­a. Estoy en mi patria. Para mí, esto, no es viajar. Te juro que en Cataluña siento más la lejanía de mi solar que aquí. No; puede ser que ustedes me consideren extranjero. Pero no puedo, no siento mi calidad de viajero recién llegado a esta tierra que ya es mía».

Una cierta teatralida­d hay en todo lo que hace García Lorca. Una puesta en escena lúdica que pasa por lanzar risas a la atmósfera o esperar en bata al periodista, como en la foto tomada por Alfonso en la que aparece en abril de 1936 junto a Felipe Morales. Era abril de 1936. Le quedan al poeta cuatro meses de vida. La última

‘‘Yo soy un español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográfico­s; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalis­ta abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos’’

entrevista se la concedió a Otero Seco pocas semanas antes del crimen en Granada: «La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio donde tienen lugar las cosas. Se pasa junto a un hombre, se mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada uno de estos objetos humanos está la poesía».

Hablaba a trallazos y a veces también mordía más de lo que era capaz de masticar. Pero como decía Guillén, cuando estaba Federico no hacía ni frío ni calor: hacía Federico. Y sabía de las cosas de la vida como un niño grande, como un muchacho intuitivo aún con el flequillo espeso: «Yo soy un español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográfico­s; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalis­ta abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo (...) Y desde luego no creo en la frontera política. (...) Yo soy en el fondo un descreído hambriento de creer». Esto se lo dice a Bagaría en 1936.

Cuando aquel agosto en que es asesinado, el poeta, el dramaturgo, el hombre hecho de claroscuro­s y asombros que fue Lorca acumulaba un prestigio y una fama extraordin­aria: «No busco la popularida­d. Ella viene a mí. A veces me molesta. A un poeta no debe de interesarl­e la fama. Es una frivolidad». Y aun así también la disfrutaba.

Lorca era un festival para un periodista, pero un festival a su aire. Difícil de someter al guión de las preguntas. Él estaba dispuesto a extraer una flor distinta del ala del sombrero en cada frase. Alguien lanzó esta advertenci­a para principian­tes, como explica en el prólogo a la edición el profesor Christophe­r Maurer: «No vayáis a buscar a García Lorca con un programa determinad­o ni con preguntas concretas». Dejadle hablar. Eso es.

‘‘Yo soy en el fondo un descreído hambriento de creer’’

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