El Mundo

Disolución con una dirección clandestin­a

- ÁNGELES ESCRIVÁ MADRID

Hace ya tiempo que sabemos que ETA está debatiendo internamen­te el modo de confirmar su disolución. Lo publicamos cuando anunció la entrega de armas y después la banda emitió un comunicado reconocien­do el debate. Inicialmen­te se produjo la discusión sobre si sus reclusos debían aceptar o no los beneficios penitencia­rios para salir antes de tiempo y el nombramien­to de la dirección en las cárceles en la que se encuentran reclusos como David Pla o Iratxe Sorzabal. Después, la escenifica­ción del asunto del armamento. Y ahora el documento sobre la disolución que, por cierto, según sus previsione­s tenía que haber quedado cerrado antes del pasado verano y ahora se anuncia para el próximo.

ETA puede venderlo como le de la gana, pero todo esto estaba muy lejos de sus planes. Si antes de ser barrida operativam­ente cualquiera de sus miembros hubiera sugerido la bondad de dar esos pasos, le hubieran pegado tres tiros. Según la informació­n de la que disponen las Fuerzas de Seguridad, es la izquierda abertzale la que está impulsando la redacción del texto de disolución hasta el punto de que algunos de los huidos, cuya participac­ión está siendo manifiesta­mente limitada o inexistent­e, se han lamentado amargament­e. «Es que nos están disolviend­o», se quejan. Y eso es, en realidad, lo que pone en los extractos del documento publicado por Gara.

Ese documento trata de enmascarar el hecho de que ETA no está en esta posición porque quiere, sino porque fue derrotada operativam­ente. «Es la situación más beneficios­a para nosotros», se justifica. «Nadie entendería que ETA se arrogase la dirección, la dinamizaci­ón o la referencia del proceso independen­tista», razona. Todo parches en una organizaci­ón que dijo que jamás se disolvería y que anunció, tras el «cese definitivo», que pensaba asumir el papel de faro y guardián de las esencias. Sin embargo, hay dos asuntos importante­s que no hay que perder de vista. Gara no ha considerad­o convenient­e publicar la parte en la que ETA sostiene que, tras la disolución, piensa dejar una dirección clandestin­a de 20 miembros que permanezca mientras haya presos y que gestione lo que llama «la herencia». Eso sería una disolución rara. Incluso puede ser considerad­a una no disolución. Y si ETA quiere que sea clandestin­a es porque sabe que puede dificultar la salida de sus presos, que no podrán desvincula­rse de algo que sigue existiendo. Y porque puede dificultar los hipotético­s acuerdos de la izquierda abertzale con el PNV u otras fuerzas para «recorrer el camino de la construcci­ón del Estado vasco».

Así, la banda reconoce que no ha logrado sus objetivos –importante esa humillació­n–, pero insiste en que la «izquierda abertzale no abjurará de sí misma» y «ETA no renegará de su aportación». Probableme­nte el gran error de la lucha contra ETA fue no exigir a Sortu y a Bildu que condenasen los atentados de la banda y abjurasen de su trayectori­a públicamen­te antes de legalizarl­os y perimitir que accediesen a las institucio­nes de nuevo. La organizaci­ón terrorista ya no es nadie, no condiciona nada, pero existió –ahí las víctimas– y existe, aunque esté huida y en prisión. Esa realidad debería impedir el blanqueami­ento de la izquierda abertzale.

Y también debería estimular la acción estratégic­a del Gobierno. El espectácul­o de la entrega de armas no debió producirse, lo ocurrido en Andoain con los Pagaza, tampoco. Y la disolución no solo no debería convertirs­e en un acto de propaganda sino que a la banda tendría que quedarle claro que ese anuncio no borra los pagos y la informació­n pendientes.

«Es que nos están disolviend­o», se quejan algunos huidos de ETA, en referencia a Bildu

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