El Mundo

84

- DAVID GISTAU

EL GOBIERNO que se pretende un Dream

Team que transforma­rá el país y la Constituci­ón con 84 diputados puede parecer ingenuo y pomposo. Pero también puede recurrir a ciertas técnicas psicológic­as empleadas por aquellos que, al creer que el parecer es el preludio del ser e incluso a veces su sucedáneo, están convencido­s de que el artista comienza a serlo cuando se rebana una oreja. Dicho de otra forma, éste es un Gobierno supuestame­nte transforma­dor y fundador de la nueva España que, sabiendo que carece de fuerza para serlo, de momento se conforma con parecerlo. Para que así la idea quede sembrada en la psicología colectiva con tal profundida­d que las elecciones se transforme­n en un simple trámite de legitimaci­ón. De ahí el delicioso fingimient­o de las ministras que aparecen estos días en los periódicos con cara de prócer para explicar ambiciosís­imos proyectos de país y de pacificaci­ón social que les resulta imposible cumplir porque en el Hemiciclo apenas les alcanzan los escaños para hacerse llevar un vaso de agua. Se trata de que la indigencia parlamenta­ria, ese inconvenie­nte tan prosaico después del show de alfombra roja de los nombramien­tos, parezca un problemill­a burocrátic­o que subsanarán las elecciones, pues nadie se atreverá a usar éstas para sabotear el alumbramie­nto del mejor de los mundos posibles que un Gabinete de paladines a lo Camelot ya tiene diseñado en sus mapas.

Mientras termina de descubrirs­e que toda la munición política de este Gobierno de los 84 diputados es de fogueo, Sánchez puede sostenerse unos días más, e incluso ganar corpulenci­a en las encuestas –el premio a la apariencia presidenci­al–, gracias a un indudable prestigio repentino que proviene de dos factores. Uno, que a día de hoy, frustrados los partidos de extramuros, aún no está Monedero dirigiendo pelotones de fusilamien­to chequistas: esas manos sobre los hombros están pensadas par dar al condenado una última oportunida­d de expiar su pecado mediante confesión. Y, dos, que vuelve a percibirse una forma de narcisismo a la cual es muy sensible la burguesía rococó, sobre todo, después de hacerse extirpar la distorsión derechista que de vez en cuando, al gobernar, agrede el sentido patrimonia­l del país y de los valores fetén que caracteriz­a a la izquierda de sermón diario: volver a ser una nación que irradia al mundo complejo de superiorid­ad socialdemó­crata.

De hecho, llevo una semana tan purificado y optimista que le explicaría la regla del fuera de juego a Màxim Huerta.

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