El Mundo

La pedrada a la luna de Sánchez

- RAÚL DEL POZO

Cuenta Plutarco que, pasando los Alpes, al atravesar una aldea de aquellos bárbaros, dijeron los amigos con risa y burla: «¿Habrá aquí también contiendas por el mando?». Y César les respondió con viveza:

«Pues yo más querría ser el primero entre éstos que entre los romanos el segundo».

Pedro Sánchez no se conformó con ser concejal del Ayuntamien­to de Madrid y, después de tantas adversidad­es, aspira a vivir mucho tiempo en el Palatino. Vino, vio, perdió, aumentaron su ambición y arrogancia; sus fracasos impulsaron sus proezas. Cuando la socialdemo­cracia pasó de ser una llave a ser una bisagra, dio una pedrada a la luna. Lo echaron, perdió el escaño, volvió a ganar sin un duro contra Felipe, el Ibex, los periódicos y las television­es. Y no es más fácil llegar a la sede de Ferraz que al Palacio de la Moncloa, excepto para este fajador, más terco que el caballo de Espartero que, como el jaco, los tiene cuadrados.

Pedro Sánchez se coló en una moción de censura y, en vez de hacer un Gobierno, se transformó en Fred Astaire y montó una comedia musical. De aquel actor y bailarín dijeron en un cásting: «No sabe cantar. No sabe actuar. Con entradas. Sabe bailar un poco». Pedro no es calvo, tiene empaque de galán y ha hecho un Ejecutivo feminista con sólo tres varones heterosexu­ales. Esta caja de bombones ha resucitado al PSOE y lo ha colocado, según las encuestas, como primera fuerza política. Hace unas horas, el nuevo presidente ha ordenado que España acoja al barco Aquarius para evitar que más de 600 seres humanos sean enterrados en el Mediterrán­eo, dando un grito de solidarida­d en ese balneario de negreros y boches que es la nueva Europa.

El que perdió amigos, padrinos de sus hijos, el que estuvo a punto de abandonar la política; el que hace poco estaba apuntado al paro, después de trabajar como profesor agregado y ganar menos de 100 euros, es ahora el protagonis­ta del cesarismo a la española. En su aventura, el dirigente ha logrado que el PSOE perdiera dos letras, no porque dejara de ser obrero y español, sino porque se ha resumido en las letras del nombre y apellido de Pedro Sánchez: PS.

Frente a todos, ganó, y ahora puede decir «el partido soy yo». Como en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, la nación, el partido y el arco parlamenta­rio fueron sorprendid­os por un hombre que ha hecho su propia historia, venciendo al trueno de la tribuna y al relampague­o de la prensa. O quizás todo ha sido un sueño, un spot electoral para enmascarar una minoría parlamenta­ria con la que es imposible gobernar.

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