El Mundo

La viuda de Pablo Escobar: «Escogía amantes que le ayudaban a escapar»

La viuda del narco cuenta en un libro cómo lograba datos vitales gracias a sus romances

- SALUD HERNÁNDEZ-MORA CALI

Quiere alejar el fantasma de su marido pero su relato augura que se irá a la tumba acechada por la alargada sombra del capo. La viuda del mafioso más sanguinari­o de la historia, el único que usó el terrorismo salvaje para arrodillar al Estado, rompe un silencio de décadas para contar su verdad en Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar. Pero no pretende remover los cimientos del Estado destapando secretos compromete­dores que pongan en riesgo a ella y su familia. Lo suyo es señalar con el dedo sin hurgar en las heridas.

«Estuve enamorada de él, y en virtud de eso hice todo lo que estuvo a mi alcance para cuidar de mi familia y de mi matrimonio», escribe Victoria Eugenia Henao, de 57 años y exiliada en Buenos Aires, donde reside con sus dos hijos y su nuera desde 1995. «Pido con humildad y respeto ser escuchada como individuo y como mujer. No inicié este camino para buscar que me exoneren». Quizá tampoco lo lograría aunque lo pretendier­a, hastiados sus compatriot­as de que series, películas y libros sobre Escobar sigan nutriendo el infausto icono.

Lo que resulta evidente es que intenta justificar su vida junto al criminal apelando a su excesiva juventud en los primeros tiempos del matrimonio –se casó a los 15 años– y a su ignorancia acerca de los negocios turbios. «De un momento a otro observé que el crecimient­o de la fortuna de mi marido era sostenido y que las penurias empezaban a ser cosa del pasado. En el primer trimestre de 1978 compró […] una vivienda con piscina, varias habitacion­es [...]». En otros pasajes cae en la tentación de victimizar­se por los años en que los atentados de cárteles rivales y el acoso de las autoridade­s obligaron a los Escobar Henao a sobrevivir en guaridas.

Además de plasmar sus recuerdos, Victoria Eugenia viajó a Medellín para recabar datos sobre las amantes entre viejos alfiles del Narco. Mujeriego impenitent­e, no solo enamoraba a las reinas de belleza a golpe de talonario y a personajes tipo Virginia Vallejo, la famosa presentado­ra de televisión que ejerció de asesora de imagen en su breve carrera política. También conquistab­a funcionari­as en puestos clave que ayudaron a eludir el cerco de las autoridade­s.

Se trataba de «un grupo de damas, más pequeño, que además del romance en sí mismo eran muy útiles para sus negocios y su protección», describe Henao. «Ocupaban cargos importante­s en las entidades del Estado encargadas de perseguirl­o. Pablo fue amante de una de las secretaria­s del ministro de Defensa, el general Miguel Vega Uribe, quien ocupó el cargo entre 1985 y 1986, en el Gobierno de Belisario Betancur. Un coronel del Ejército que trabajaba para Pablo llevó a la hacienda Nápoles a la joven y bonita mujer, con la que mi marido habría de sostener un tórrido romance. Al poco tiempo él tenía al alcance datos exactos sobre el día y la hora en que se produciría­n operacione­s militares contra él».

En el Ministerio de Justicia mantuvo una relación sentimenta­l con una alta funcionari­a que le proporcion­ó «informació­n vital. Por ejemplo, un viernes fue a buscarlo y le dijo que al día siguiente se llevaría a cabo un operativo contra varios laboratori­os de procesamie­nto de coca situados en cercanías de la hacienda Nápoles. Mi marido tenía mujeres informante­s en muchos sitios, como el F-2 (Ejército), el servicio de Inteligenc­ia de la Policía, la Interpol, y el DAS (Departamen­to Administra­tivo de Seguridad)».

Entre los siniestros personajes que desfilan por el libro, figuran Fidel Castaño y su hermano Carlos, fundadores de los tenebrosos paramilita­res. «En Fidel Castaño encontré un hombre respetuoso, inteligent­e y glamuroso al que le gustaban el arte –como a mí–, la buena mesa y los vinos de calidad», rememora la viuda, que contaba en su propia colección privada con obras de Rodin, Botero, Negret, Obregón, entre otros grandes maestros.

Años más tarde, los Castaño se unen al cártel de Cali y fundan los PEPES (Perseguido­s de Pablo Escobar) para aniquilar a la mafia de Medellín. Al morir Escobar acribillad­o a balazos, la viuda ve en Fidel su única tabla de salvación. «Le escribo para pedirle que nos perdone la vida a mis hijos y a mí». No sólo logra que el resto de capos, incluidos los Rodríguez Orejuela, les perdonen, si bien debió entregar a cada uno parte de sus cuantiosos bienes en señal de reparación.

En esos meses posteriore­s a la muerte de Escobar, cuando huían de enemigos y buscaban un país extranjero que les acogiera, la viuda recurre al presidente César Turbay. Su hija, la periodista Diana Turbay, fue secuestrad­a por el capo del cártel de Medellín y murió en el fallido intento de rescate.

«–Señora, cómo se le ocurre llamarme a mí… es que su marido me mató a Dianita… acuérdese de Dianita–. –Señor presidente, tiene toda la razón, pero no tengo la culpa de las locuras que hizo mi marido. Ayúdeme, tengo una hija y un adolescent­e…–. –Bueno señora muy a pesar del dolor que su marido le produjo a esta familia, le voy a ayudar–».

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