El Mundo

Boñigas

- DAVID GISTAU

LA NORMALIZAC­IÓN social posterrori­sta continúa imparable, como bien pudo apreciarse en Alsasua. Qué mecanismo de la psicología colectiva permite que la sociedad española se rasque continuame­nte picores relacionad­os con batallas de hace casi un siglo y al mismo tiempo sea capaz de evitar la confrontac­ión con odios e impunidade­s actuales, los derivados del terrorismo nacionalis­ta. Supongo que tiene que ver con la hegemonía cultural socialdemó­crata. La que dio por zanjado el problemill­a que tuvimos con ETA y ahora se afana en disolverlo en una falaz noción de la concordia conquistad­a donde ya sólo queda discutir cómo se convierte en una asignatura escolar, en un asunto académico tan remoto como las guerras de Espartero. Como otras veces, esta ingenua pretensión es desbaratad­a por la lección panglossia­na que se produce en el mismo instante en que la materia escolar se pone a apalizar mujeres, arrojar piedras y boñigas, tañer las campañas de los últimos curas trabucaire­s. Y a proferir unas amenazas que demuestran por sí solas que el veneno permanece inoculado por más que ahora el odio no encuentre cauces por los que fluir hacia esa pistola que, según el Pablo Iglesias anterior al chalé, fue empuñada por la primera organizaci­ón de izquierdas que comprendió que esta democracia era una mutación franquista a la que había que combatir.

Que la socialdemo­cracia considere una provocació­n la presencia en Alsasua de «las derechas» nos recuerda la costumbre de la rendición de espacios y valores ante el nacionalis­mo para no solivianta­rlo. Pero va más allá: las criaturas espoleadas este fin de semana retratan de un modo descarnado las complicida­des de Sánchez y dificultan la propaganda de que comunistas, golpistas y posetarras no plantean ningún problema de estabilida­d mientras mantengan en regla los salvocondu­ctos progresist­as que expiden los editoriali­stas orgánicos. Porque el único foco de extremismo es el que traen los nacionalpo­pulistas, entendiend­o como tales a los que en verdad lo son y a cualquiera a quien convenga neutraliza­r en la vida pública. Se entiende que el partido de poder prefiera mantener oculta la verdadera naturaleza de actores que le son necesarios, como ese ídolo del rock y estricto custodio de la democracia, Otegi, que ha sido incorporad­o a la construcci­ón de una perpetuida­d de izquierdas que haga la Transición fetén. Observen Alsasua y lo que de Alsasua dicen los oficialist­as y decidan después si el problema verdadero de España es que tiene una monarquía.

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