El Mundo

«El artista siempre está en guerra con su obra»

- IÑAKO DÍAZ-GUERRA

Pregunta.– Revisa en Jazz Batá 2 un disco que grabó hace 45 años, ¿era una cuenta pendiente que le perseguía?

Respuesta.– Siempre supe que había muchas cosas que quedaron por hacer con ese formato, pero el tremendo acontecimi­ento a nivel mundial que fue un año después la creación de mi grupo, Irakere, me impidió rematar la obra y se me quedó la espinita clavada. Estoy recuperand­o algo que me debía, pero con

más medios. Este disco supera al primero.

P.– ¿Es la maldición del músico no estar nunca satisfecho con lo publicado?

R.– El artista siempre está en guerra con su obra. Yo jamás escucho mis discos, porque las pocas veces que tengo que hacerlo me amargo pensando en todo lo que podría mejorarlos si los grabase de nuevo.

P.– Su padre fue una leyenda y usted recibió educación musical desde muy pequeño. ¿El jazz fue vocación u obligación?

R.– Bebo, mi padre, siempre me contaba que a los tres años yo ya tocaba el piano, pero no me forzaron ni me empujaron, fue algo espontáneo. La música vivía dentro de mí.

P.– ¿Resulta complicado crecer profesiona­lmente a la sombra de un padre gigante?

R.– Mi papá ha sido el mejor maestro que he tenido, pero nunca pensé en qué diría él o cómo lo haría él. Ése fue su consejo: «Yo soy Bebo, busca a Chucho». Y yo, enamorado de Bebo e indiscutib­lemente influido por él, lo

busqué hasta que encontré mi sitio.

P.– Su padre huyó de Cuba cuando usted tenía 19 años, ¿cómo recuerda aquello?

R.– Logró un contrato en México y triunfó allí. Después, se asoció con Lucho Gatica y se multiplicó ese éxito y, además, se enamoró de una sueca que era reina de belleza. Esto es una cubanada, la verdad [risas]. Todo se sumó a que tenía ya problemas con el Gobierno, así que decidió no regresar.

P.– ¿Y cómo lo llevó usted?

R.– Me pidió que me hiciera cargo de la familia y eso hice. No me quedaba otra opción. Estuvimos casi 18 años sin vernos, hasta 1978, cuando coincidimo­s en un festival en Nueva York. Y fue un reencuentr­o maravillos­o porque yo no sentía rencor, sólo una tremenda ansiedad. Para mí, siempre fue un ídolo. Y para él, era un orgullo que su hijo mayor hubiera seguido sus pasos. Es una bella historia.

P.– Usted, por contra, se quedó en Cuba y respaldó públicamen­te al castrismo.

R.– Yo soy cubano, pero me considero un ciudadano del mundo. A estas alturas, dejo

de lado la política porque ya sé que nadie arregla nada en ninguna parte. Me quedé en Cuba, pero también he vivido en Argentina, en España, ahora en Florida... Digo como José Martí: «De todas partes vengo y hacia todas partes voy». Ya no pienso en política, bastante tengo con mejorar al piano.

P.– ¿Es el jazz el estilo musical más hostil para el oyente? Como el whisky, no basta con querer que te guste para que te guste...

R– El jazz no es rock, es otra cosa mucho más profunda y exige más análisis. Es la música más intelectua­l. Es un lenguaje diferente que requiere muchas horas de escucha para entenderlo, porque no es tan evidente como una melodía y una letra, por buenas que sean. El jazz es un cuadro abstracto que de inicio no entiendes y vas descifrand­o poco a poco, igual que captas antes un Velázquez que un Klee. Yo crecí escuchando jazz en casa, así que soy como esos niños que salen bilingües porque en su hogar se hablan dos idiomas. Eso sí, no por ello he dejado de adorar a Bob Dylan.

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SERGIO GONZÁLEZ VALERO

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