Díaz Martínez
En la reciente campaña presidencial se definieron las rutas del próximo sexenio y con ello se fincaron las bases de un gobierno que en los hechos habrá de definir si su rostro en campaña dominado por un rentable discurso antisistema, anti corrupción y de izquierda, será la pauta de su sexenio; o en su lugar, se instala en Palacio Nacional un gobierno estilo priista con énfasis en las políticas sociales y anticorrupción, pero a fin de cuentas un sexenio más que deje intocados los privilegios de la oligarquía y que empodere en la política a personajes ajenos a la izquierda y a la lucha social.
La palabra “primor”, es un producto de la crítica anti morena, que cuestiona la abundante presencia de ex priistas en el equipo más cercano de AMLO, quien a su vez llegó a ser presidente del Comité Ejecutivo del PRI en su natal Tabasco. Alude por supuesto a la fusión del PRI y de Morena.
Es oportuno poner en claro que no todo lo que viene del PRI es nefasto. Al contrario, el PRI es la principal escuela de política y la referencia obligada en la experiencia de gobernar, con algunas excepcionales personas que han hecho política y gobierno con visión de Estado y alto sentido democrático.
No obstante, lo que deja un halo de desilusión por el peregrinar de lucha que ahora arrolla electoralmente al viejo sistema y que se convierte a la vez en un genuino sentimiento de traición por parte de los “triunfadores” de la izquierda que llegan al poder ejecutivo y legislativo en los tres niveles de gobierno, es que lo hacen pisoteando a luchadores sociales y sustituyéndolos por intelectuales, representantes de la oligarquía nacional y desertores del PAN y del PRI, y de los gobiernos neoliberales, lo que además constituye un mal comienzo y posiblemente el germen de un posible desencanto.
Esto es así porque el país que quieren inventar con eso de la Cuarta Transformación, no se puede lograr mediante cálculos que falten al respeto a la memoria y a la inteligencia de millones de mexicanos que tienen vivas imágenes de pobreza y corrupción, de promesas y grandes negocios frente a la desgracia de millones.
Es la visión que recuerda a AMLO ensangrentado luchando por sus paisanos, enfrentando a lo peor del panismo corrupto y del priismo dinosáurico, al perredismo desleal y a los medios de comunicación al servicio de una oligarquía indolente de las grandes dolencias del pueblo mexicano.
Ese AMLO que ilusionó al pueblo y que sería el instrumento de batalla para derrotar al sistema neoliberal, es diferente al AMLO que abrasa a Ricardo Monreal y que impone en Jalisco enlaces y dirigentes improvisados y sin méritos de pueblo.
El AMLO luchador social y candidato, es del pueblo y parece que el AMLO que decide apoyar candidatos burgueses y desertores de la mafia del poder es el AMLO que habrá de gobernarnos. Parece que el AMLO que llega al poder por el pueblo y sus luchas sociales, reparte los puestos públicos y comparte los resultados del triunfo popular entre intelectuales y políticos hechos en el viejo sistema.
Ojalá el nuevo gobierno actué en forma congruente con la gran responsabilidad y altas expectativas depositadas en ellos. Finalmente, AMLO que sabe de democracia, entiende que eso significa en los hechos gobernar con el pueblo y para el pueblo. Afortunadamente, tendrá tiempo de rectificar sus erradas alianzas, las que le hacen sentir que está por encima del pueblo y que le hacen confiar en políticos de esos que le hacen decir: “El movimiento ha apoyado a que lleguen a gobernadores y antes de que cante el gallo, ya nos están traicionando”.