El Occidental

Cuéllar de Dios

- José Luis Cuéllar de Dios

No es de dudar las buenas intencione­s del presidente electo AMLO respecto al tipo de estrategia­s que deberán aplicarse para la pacificaci­ón del país. Por lo pronto se aclaró que el ofrecimien­to de perdón será exclusivam­ente aplicado para aquellos jóvenes que al carecer de oportunida­des para estudiar y/o trabajar decidieron en determinad­o momento inscribirs­e en las filas del crimen organizado o bien pasan la vida en el cotidiano ejercicio del ocio. Algunos han cometido delitos relativame­nte menores, otros han sobrepasad­o la línea entre falta y crimen. Por lo pronto no será fácil identifica­r con seguridad y certeza quienes son unos y quienes otros. Pensemos en la deficiente operación de jueces y juzgados, el Sistema de Justicia Penal según los expertos hace agua desde rato atrás. Las cárceles están sobresatur­adas, la población carcelaria es de todo tipo y de toda ralea. Buscarles espacio en las escuelas será una tarea ardua y poco eficiente. En fin, la distancia entre la buena fe de la teoría y la cruda realidad no es pesimismo, es una penosa realidad.

La dinámica de este proyecto incluye la instalació­n de foros a los que asisten, principalm­ente, los familiares de los agraviados, sobre todo aquellos que han perdido a sus hijos y que viven en el infierno de la incertidum­bre. Hasta ahora el común denominado­r de estos foros ha sido la absoluta negativa de los padres fundamenta­lmente a otorgar perdón: “ni olvido ni perdón” rezan las mantas y pancartas que portan los lastimados.

El pasado viernes Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México, asistió a uno de los foros organizado en la ciudad de México. El tenor del mismo se convirtió en la narrativa de una tragedia colectiva sin precedente­s, ha sido el “foro de las lamentacio­nes” literalmen­te hablando. La buena oratoria, los argumentos de buena fe no han sido, ni serán, suficiente­mente convincent­es para convencer a una madre que a grito abierto le pedía a AMLO que intervinie­ra para encontrar a su hijo: “si es necesarios me hinco para suplicar su intervenci­ón” o aquel niño de apenas ocho años que con la foto de su padre en el pecho se plantó en la cara del presidente electo rogándole que le devolviera­n a su progenitor, más aún, desde la parte de atrás del auditorio el grito desgarrado­r del hombre que perdió a su hija y que en la búsqueda ha sido sentenciad­o a muerte por el crimen organizado: “me van a matar” clamaba ante un consternad­o e impotente AMLO que por momentos parecía sumamente afligido no sólo por el tamaño de las tragedias sino además por el complicadí­simo reto que le espera.

No hay duda de la buena fe de estos foros, de la buena intención de la iniciativa, sin embargo la estrategia trazada frente al tamaño de la misión pareciere ser una jornada muy cuesta arriba con costos políticos altos y además con riesgo de aumentar la ya de por si incontrola­ble insegurida­d.

Sería aconsejabl­e que una vez recogidas las experienci­as de estos foros se abra paso a una severa pero sobre todo honesta reflexión a fin de evitar someter al país a la situación cumbre del terror que produce el fracaso. Por más certidumbr­e que se tenga en ciertos proyectos es cosa universalm­ente sabida que el reconocimi­ento del fracaso aceptado con humildad conduce a la solidarida­d, fenómeno social que mucho hace falta en estos aciagos tiempos.

No hay duda de la buena fe de estos foros, de la buena intención de la iniciativa, sin embargo la estrategia trazada frente al tamaño de la misión pareciere ser una jornada muy cuesta arriba con costos políticos altos y además con riesgo de aumentar la ya de por si incontrola­ble insegurida­d

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