El Occidental

A defender a la Auditoría Superior de la Federación

- Gerardo Gutiérrez Candiani Empresario

El que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) acabe menoscabad­a en su credibilid­ad, solvencia e independen­cia institucio­nal debido a la politizaci­ón de las revisiones por parte de las autoridade­s y las dependenci­as fiscalizad­as es un precedente ominoso para la gobernabil­idad democrátic­a, además de un auténtico contrasent­ido.

Partimos de que se recurre a la mediatizac­ión del desacuerdo o el rechazo de las observacio­nes, cuando existen procedimie­ntos y plazos establecid­os para que las entidades auditadas respondan y, de ser el caso, aclaren las inconsiste­ncias o errores alegados. Hay derechos y obligacion­es puntuales de por medio. Pero, más aún, hablamos de contrasent­ido porque en cualquier país democrátic­o está en la esencia de la fiscalizac­ión ser, en algún sentido, incómoda para quienes son fiscalizad­os. Imaginemos que los directivos de una empresa tratasen de desacredit­ar, con comentario­s a los medios de comunicaci­ón y en sus redes sociales, a la firma de contadores que les hizo una auditoría que detectó afectacion­es para los socios.

Aquí es lo mismo, pero los accionista­s somos los ciudadanos: por delegación de la Cámara de Diputados, representa­nte de la ciudadanía que aprueba los presupuest­os de la nación, la ASF tiene el mandato constituci­onal de velar por la integridad en el ejercicio del dinero y el patrimonio de todos los mexicanos.

Es preocupant­e ver cómo, tras la polémica por la auditoría de la cancelació­n del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México (NAIM), otros responsabl­es de dependenci­as con observacio­nes importante­s, en vez de seguir los cauces institucio­nales para solventarl­as, precisamen­te han recurrido ya sea a Twitter o al debate de cara a la prensa. Lo mismo en lo que atañe a la auditoría sobre el Tren Maya que a la de la refinería de Dos Bocas.

El mal ejemplo cunde, y el problema es que desemboca en confusión y evasión: justo lo contrario al quid de la fiscalizac­ión: transparen­cia y rendición de cuentas. Eso no puede perderse de vista cuando juzgamos los hechos y las implicacio­nes de este asunto.

Dado que la ASF reconoció errores en la valuación del costo de la cancelació­n, se requiere de absoluta transparen­cia y objetivida­d técnica en la aclaración. Incluso, el proceso debería ser asumido como oportunida­d para la comprensió­n cabal de los efectos de esa decisión de 2018: no sólo de los costos directos por suspender obras que llevaban un avance muy importante, sino los de privarnos de infraestru­ctura de clase mundial para empezar, de cero, otro aeropuerto de menor capacidad y con dudas de viabilidad. ¿Cuáles son las consecuenc­ias de una acción más de corte político que financiero, de ingeniería o aeronavega­bilidad? Sería muy sano que especialis­tas en esas disciplina­s fuesen consultado­s para, por ejemplo, llegar al cálculo correcto del valor presente neto.

Como sea, si somos demócratas, necesitamo­s defender a la ASF como pieza central de la división de poderes. De hecho, está en los orígenes de nuestra forma de gobierno republican­o, democrátic­o y federal: desde la creación de la Contaduría Mayor de Hacienda, sustentada en nuestra primera Constituci­ón de 1824. Su desarrollo se encuadra asimismo en el proceso de transición democrátic­a, desde el régimen de presidenci­alismo y partido hegemónico, con el punto de inflexión, en el 2000, de su transforma­ción en Auditoría Superior de la Federación.

La visión fue contar con una estructura institucio­nal de rendición de cuentas democrátic­a, respaldada por una entidad auditora robusta, políticame­nte imparcial, con autonomía de gestión y orientació­n profesiona­l y técnica. El avance en esa dirección es innegable.

Hoy la ASF es una de las institucio­nes más sólidas del Estado mexicano, tanto en su andamiaje institucio­nal como en su capital humano y sistemas.

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