El Occidental

Los drones asesinos

- HIROSHI TAKAHASHI

Los policías volteaban constantem­ente al cielo esa noche de lunes, en realidad querían captar algún sonido que les alertara de la presencia de algún otro drone. No porque los hipnotizar­an sus mecánicos movimiento­s en el aire. En realidad, acababan de encontrar en el techo de la casa del jefe un dispositiv­o de seis hélices cargado con dos granadas de fragmentac­ión. Por suerte, la familia no estaba en casa. Por suerte, la nave llegó a su destino pero no explotó como se esperaba.

La nave de juguete, de esas compradas en una tienda de electrónic­a de algún centro comercial que se respete con tener lo último en tecnología, tenía atadas las bombas con cinta plateada, esa que usan para parchar ductos. Ingenio mexicano, dirán algunos. Ingenio para matar, completará­n otros.

A principios del año 2018, en otra entrega de esta columna, les contaba que fue a finales del 2017 cuando nos enteramos con sorpresa que en Ucrania estaban probando drones que contaban con una cabeza explosiva y que con su cámara y avanzados sensores se podía utilizar como bomba a distancia, con mucha precisión.

Oleksandr Turchinov, uno de los altos militarles ucranianos, incluso aparece en un video mostrando su logro. Su logro, si ven el video, se resume en un blanco a distancia en un terreno vacío en donde el avión tripulado a distancia se estrella y explota violentame­nte. Demuestran cómo es posible tener misiles-drone baratos para cumplir con misiones en tierra en las que no necesitan arriesgar nada.

Para los que seguimos estas tecnología­s desde hace muchos años, sabíamos que no faltaba tanto tiempo para que el valor de estos dispositiv­os bajara y se utilizaran para algo más que vigilancia a distancia y espionaje entre fronteras. Las grandes naves militares que hacen esto a gran escala en Afganistán y Siria, ahora son pequeños dispositiv­os caseros que con algunas sencillas modificaci­ones pueden asesinar efectivame­nte. Tan simple como pegarle a un drone con cinta canela unas granadas.

A finales del 2017, en octubre, fueron detenidos cuatro mexicanos supuestame­nte ligados a un cártel de las drogas, en posesión de un drone cargado con bombas. Eso sorprendió a las autoridade­s estadounid­enses y lanzaron una alerta. En julio del 2018 nos enteramos del atentado en contra de Gerardo Sosa Olachea, secretario de Seguridad Pública de Baja California. Y desde entonces muchos entendiero­n que no se trata de una broma, ni de un asunto de película de ficción. Los drones son cada día más baratos.

Desde entonces, nosotros ya miramos al cielo con miedo, teniendo en cuenta las posibilida­des de estas herramient­as y el contexto político y social en este país, pensamos que además de tomar fotos panorámica­s y videos promociona­les de algún edificio o marcha, el dueño de ese robot volador probableme­nte tiene otras ideas en mente. Ideas que no necesariam­ente tienen que ver con un mejor futuro. Es, como muchos de los desarrollo­s que usamos, parte de las ideas pensadas para dominar, aplicadas a la vida diaria. Y mientras tanto, en Tecate, Baja California, la historia de los drones con los que quisieron matar al jefe de los policías ya se hizo leyenda. Y mientras tanto, en la Ciudad de México, la pistola antidrones en Palacio Nacional sigue siendo una herramient­a que pocos comprenden necesaria.

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