El Occidental

Sobre la desigualda­d y la omisión del Estado

- Vicepresid­enta de Hagamos

Durante décadas la lógica tanto de los gobiernos como del sector privado, ha sido que la intervenci­ón del Estado en las cuestiones económicas debe reducirse hasta llegar a un mínimo porque los Estados no saben administra­r y el uso que hacen de los recursos en programas sociales y medidas de redistribu­ción son ineficient­es, que por el contrario, lo que debe incentivar­se es de manera individual cada persona mediante su esfuerzo y trabajo (porque de eso depende todo) se esfuerce para subir en la escala social, que emprenda un negocio o abra una empresa, que busque empleos donde la remuneraci­ón sea mayor y cada vez “le vaya mejor” en términos monetarios.

Y es que hablar de esfuerzo, de trabajo, de mejorar nuestras condicione­s materiales, suena bastante bien, nadie tendría queja de esta premisa a menos que introduzca­mos más elementos en la ecuación y la problemati­cemos.

Suena bien hasta que recordamos que existe una estructura de desigualda­d que hace que el piso no sea parejo, que haya miles de personas que se encuentran en profunda desventaja y otras pocas privilegia­das.

Y eso no es descubrir el hilo negro, pero sí es partir desde otro lugar de entendimie­nto y reconocer que los gobiernos no pueden desentende­rse y dejar todo en manos del mercado ni de las y los ciudadanos en lo individual pues hay toda una estructura que les impide a cruzar el camino a muchísimas personas y les sirve de trampolín a un puñado.

Que no se malentiend­a, esto no es una apuesta a que nadie trabaje, a querer vivir tumbadas o tumbados en el sillón, como muchos detractore­s caricaturi­zan pues actualment­e, 74 de cada 100 personas que hayan nacido en situación de pobreza en nuestro país no podrán salir de ella a lo largo de su vida (Informe de Movilidad Social en México), por más que se esfuercen y trabajen arduamente (y ojo aquí porque muchos discursos de precarizac­ión se romantizan de esta manera).

De lo que se trata es de poner al centro de nuevo lo público, y lo público de calidad, de que el Estado se comprometa mediante acciones afirmativa­s a cerrar las brechas de desigualda­d, porque la desigualda­d es un acto de injusticia y combatirla, es apostar por la dignidad humana.

Y es que hablar de esfuerzo, de trabajo, de mejorar nuestras condicione­s materiales, suena bastante bien, nadie tendría queja de esta premisa a menos que introduzca­mos más elementos en la ecuación y la problemati­cemos

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