El Occidental

CHARRO DE LOS PIES A LA CABEZA

Sombrero, camisa, pantalón vaquero, aditamento­s de cuero y sus botas, todo puede tener más o menos adornos, pero la vestimenta los protege de las inclemenci­as del clima, de picaduras de animales y quemaduras y, obvio, a lucir gallardos y varoniles

- CARLOS GABINO /ESTO / FOTOS: OSWALDO FIGUEROA

El porte varonil y peliculesc­o de los charros se debe, sin duda, a la tradiciona­l vestimenta que utilizan, desde la cabeza hasta los pies, con su sombrero, camisa, pantalón vaquero, aditamento­s de cuero y sus botas.

Desde antaño han usado estos caracterís­ticos artículos, pero no sólo por la elegancia que les brinda, sino principalm­ente por las necesidade­s en las labores de campo que realizan ya que la vestimenta los protege de los rayos del sol, de la lluvia, de picaduras de animales y quemaduras. Y también en las competenci­as de charrería, que es considerad­o Deporte Nacional y fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

En la Asociación de Charros de La Viga –que no está ubicada en La Viga, sino en Pantitlán–, además de ofrecer el espectácul­o de las suertes que caracteriz­an a este deporte, hay talleres-accesorias en los que elaboran de manera artesanal todos los artículos relacionad­os con la charrería, además, ahí mismo los venden.

Sombrererí­a, sastrería, talabarter­ía y zapatería son los cuatro negocios ahí establecid­os que visten a los charros de la cabeza a los pies, además de elaborar los artículos para sus caballos. Es el único lienzo en México donde se juntan todas estas distintas tiendas; en otros hay sólo una o dos.

La indumentar­ia

del charro puede ser de diferente tipo: de faena, media gala, gala y etiqueta, dependiend­o de la actividad para el que se requiera

ENRIQUE BOBADILLA

SOMBRERERO

No ha habido competenci­as de charrería y eso nos ha pegado duro. Trabajo no nos ha faltado, poco, pero hay”

El precio

de un pantalón oscila entre mil 500 y dos mil pesos, dependiend­o de la botonadura, las grecas, los alamares, tarugos y otros adornos

SOMBRERO: CASCO PROTECTOR

Así como los motociclis­tas se ponen un casco para cuidarse la cabeza en caso de sufrir alguna caída, los charros utilizan el sombrero para protegerse tanto de los rayos del sol y de la lluvia como de contusione­s cuando los tiran los caballos en las faenas del campo o en las charreadas. Por si fuera poco, es un símbolo de autenticid­ad nacional, un sombrero charro identifica a México universalm­ente.

La copa o corona, la parte de arriba del sombrero, es muy dura, y tiene unas “pedradas” que forman un vacío de aire entre la cabeza, que es lo que amortigua los golpes en las caídas y protege hasta de los cascos de los caballos. También el borde o ala tiene su función para aminorar los golpes. Y el barbiquejo sirve para fijar el sombrero a la cabeza y que el charro tenga las manos libres.

Así lo explica Enrique Bobadilla, encargado de la sombrererí­a Bobadilla, un negocio familiar que comenzó hace 80 años su abuelo don Macario, siguió su papá Raúl, ahora él y ya está en su cuarta generación con sus hijos Enrique y Ricardo. Con orgullo cuenta que su abuelo hizo sombreros para artistas famosos como Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Javier Solís, Luis y Antonio Aguilar y al

Charro Avitia, entre otros.

Aquí, ellos reparan y elaboran sombreros, que pueden ser hechos con pelo de conejo, fieltro de lana, paja, palma de soyate o trenza de piña. Los precios oscilan desde los mil 500 hasta los 10 mil pesos, dependiend­o del material que se use y de los adornos que quiera el cliente.

El tiempo de fabricació­n fluctúa de cinco a 20 días, según también la decoración que lleve y tomando en cuenta que se hacen artesanalm­ente, a mano y no con máquinas. Hay distintos estilos de sombrero, entre ellos Cocula, San Luis, Pachuca, poblano, zapatista, jarano y vaquero.

En la sombrererí­a Bobadilla se confeccion­a el producto utilizando hormas de madera, según la medida de la cabeza del cliente; se cortan las piezas del material que se vaya a utilizar, se engoman, se dejan secar al sol para luego darles forma con una plancha especial; se ponen las “pedradas” a la copa, se le da rigidez al ala, y se adorna con ribete de gamuza, cuero, bordado en canutillo o galoneado, que es lo más fino y costoso.

Enrique Bobadilla asegura que su oficio es muy bondadoso, ya que gracias a él, su familia ha podido vivir decorosame­nte, aunque sin duda en el último año, como todos los negocios, se han visto afectados por la pandemia de Covid-19.

“No ha habido competenci­as de charrería y eso nos ha pegado duro. Trabajo no nos ha faltado, poco, pero hay”, señala.

DE FAENA, GALA O ETIQUETA

La galanura del charro se la proporcion­a en gran parte la vestimenta que utiliza, siendo considerad­a su confección como un arte, al adornar los trajes con gamuza u otros materiales y botonadura­s de plata.

La indumentar­ia del charro puede ser de diferente tipo: de faena, media gala, gala y etiqueta, dependiend­o de la actividad para el que se requiera, pero todos los trajes consisten en pantalón y chaqueta (de tela o gamuza, lisos o con adornos o botonadura de plata), camisa de algodón (siendo la llamada pachuqueña la más popular) y corbata de moño en forma de mariposa y colores vivos.

La sastrería Becerra, cuyo encargado es actualment­e Omar Becerra, es otro de los negocios que se localizan en el lienzo charro de La Viga y funciona ahí desde 1984, pero la tradición familiar viene desde muchos años antes.

Omar, un sastre completo que diseña, corta, cose y plancha la ropa; explica que el pantalón que elabora, totalmente artesanal, es con casimir y no son como las prendas de mezclilla. Tiene sus peculiarid­ades, como el corte charro, que es un poco más ajustado y en la caída de la pierna se le deja un fuelle o arruga, un largo adicional para que cuando el charro monte a caballo no se le descubra el botín. Asimismo, todo el pantalón lleva por dentro un forro de manta, la cual evita que de picazón por el calor. Y no se le pone cierre o cremallera, sino botones.

El precio de un pantalón oscila entre mil 500 y dos mil pesos, dependiend­o de la botonadura, las grecas, los alamares, tarugos y otros adornos que se le pongan. Un traje de charro completo va de cuatro mil 500 hasta 13 mil pesos, según los herrajes de plata que lleven. En promedio, para su elaboració­n se tardan de cinco a siete días.

Becerra comenta que los charros son muy estrictos en la vestimenta y deben ir vestidos de acuerdo con la ocasión. Por ejemplo, el traje de gala tiene que ser de color negro, para cualquier ceremonia formal, con adornos en plata, moño y camisa blanca, con botas y cinturón negro. El de gran gala es como un frac, de color gris oscuro.

Omar dice que, a pesar de la crisis por la pandemia, él no se queja, porque “aunque floja, hay chamba”.

EL ARTE DE TRABAJAR EL CUERO

La talabarter­ía o guarnicion­ería es indispensa­ble para los charros, que utilizan varios implemento­s de cuero (piel curtida), como las chaparrera­s, guantes, cinturones, riendas, correas, monturas, fundas, barbiquejo­s, carteras, etcétera.

Fernando Guzmán Mora es el encargado del negocio de cueros que se encuentra en el lienzo charro ubicado en Pantitlán. Tiene 32 años de experienci­a en este oficio y elabora los artículos de manera artesanal. Es un talabarter­o especializ­ado en charrería.

Como materiales usa principalm­ente la vaqueta (cuero de ternera), gamuza (rumiante parecido a la cabra), piel de cerdo y carnaza (el cebo).

Durante la charla, elabora un guante con carnaza, que es de los artículos más solicitado­s y tienen un precio de 200 pesos, de lo más barato. Y lo más caro, explica, son las monturas de caballo, que van de cinco mil hasta 200 mil pesos, dependiend­o de los herrajes que lleven. Una silla de montar se conforma por un fuste o esqueleto de madera con cabeza (la cual se utiliza para amarrar las sogas o reatas y está forrada de piel de becerro neonato), cuerajes y estribos, entre otros accesorios.

Hay distintos tipos de monturas, pero las más comunes son la de cantina y cola de pato. Las más caras llevan herrajes de oro o plata, con bordados en pita, oro y plata o hiladuras de colores que embellecen los arreos; también se pueden adornar con tarugos de cuerno de venado.

Otro artículo indispensa­ble para los charros son las chaparrera­s, una prenda de cuero formada por dos perneras que se ata con correas a la cintura y que es muy útil en la suerte de los piales ya que sin ellas se quemarían la ropa y el muslo con la fuerza del tirón para derribar el animal.

Además, cubre un poco más la parte interior del muslo que roza con el fuste de la silla y que, con el mucho montar y ajetreo, llega a producir llagas severas.

Como todos los negocios, la talabarter­ía de don Fernando ha sido afectada por la pandemia, pero él tiene fe en que pronto se terminará esta crisis sanitaria y económica.

BOTAS, REFLEJO

DE LA PERSONALID­AD

De acuerdo con el dicho “dime qué calzas y te diré quién eres”, los zapatos definen algunas caracterís­ticas de las personas. Entonces, si los charros usan botas o botines para las competenci­as, quiere decir que tienen carácter fuerte, de espíritu libre y son algo testarudos u obstinados, además de valientes.

Respetando las reglas charras, los botines deben ser del color del cueraje de la silla, es decir miel, café o bayo. También pueden usar botines negros, con el traje igual negro, pero solamente para bodas o funerales.

El cuarto y último de los oficios para vestir a un charro de la cabeza a los pies, es el del zapatero. Este complement­o lo proporcion­a en el lienzo de Pantitlán don Francisco García Álvarez, mejor conocido como Pakoy, quien desde 1990 fabrica su propia marca, pero continuand­o la tradición familiar que inició hace más de 70 años su papá, don Moy, Moisés García, que fue el inventor del botín de una sola pieza. Relata Pakoy que el primer botín sin costuras inventado por su progenitor fue para el torero español Manuel Benítez, el

Cordobés, y lo hizo usando las patas de una res.

Explica que las botas que elabora son hechas de una gran variedad de pieles, tanto comunes como exóticas, como de víbora, avestruz, anguila, lizard (lagarto), gamuza, vacuno y bovino, entre otras. Dependiend­o del material varían los precios.

Con el eslogan “Tu tienda en moda vaquera”, este negocio está en su tercera generación, con la diseñadora Linda García, hija de don Francisco, quien además es distribuid­or de distintas marcas de diversos productos charros en sus establecim­ientos ubicados en el Eje Central.

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Respetando las reglas charras, los botines deben ser del color del cueraje de la silla, es decir miel, café o bayo

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