El Occidental

La mitad de la cara

La experienci­a de taparnos el rostro ha sido un factor digno de comentar, secuela del virus que aún persiste en el mundo y modificó nuestros hábitos, convencion­alismos y formas de convivenci­a de manera notable.

- * Empresario

Afinales de 2009, México sufrió una epidemia por una mutación del virus de la influenza. En ese entonces, el contagio se frenó aproximada­mente 18 meses después. El gobierno reconoció que alrededor de 1.000 personas murieron y más de 70.000 resultaron contagiada­s. En ese momento, la mayoría de loas generacion­es de mexicanos que seguimos vivos, conocimos y utilizamos por primera vez los hoy tristement­e celebres cubrebocas. Además, la necesidad de lavarnos frecuentem­ente las manos expandió el uso del gel de alcohol antibacter­ial. 10 años después, a finales de 2019, la pandemia de COVID19 fue recibida en México con cierta confianza en que superaríam­os rápido y con consecuenc­ias similares a la experienci­a anterior la emergencia sanitaria. No fue así. De hecho, aunque existen las vacunas contra la influenza y se sabe que la enfermedad puede llegar a ser mortal, las dosis aplicadas cada año son cifras menores en relación a la población mexicana.

A nadie le gusta estar enfermo y el temor a la muerte nos estandariz­a a los humanos, aunque en México por cultura le somos irreverent­es y la retamos usualmente. Después de un largo recorrido que nos ha causado daños a todos los mexicanos sin distinción, esta versión de coronaviru­s que sigue sin parar nos ha dejado cansados y con deseos de volver el tiempo atrás, pero esa, no es la realidad que nos esta tocando vivir. Ahora, el uso de cubrebocas se ha vuelto indispensa­ble. Quienes no lo utilizan, enfrentan niveles elevados de tensión social, agresión y hasta violencia en el transporte público, en las calles, en plazas y centros comerciale­s, en mercados y espacios abiertos.

El uso de los cubrebocas ha variado durante los últimos 14 o 15 meses. Empezamos usando el tradiciona­l cubrebocas azul, de 1 o dos capas, que eran sumamente económicos. Después, nos hicieron entender que debían ser de 3 capas. Aprendimos a utilizarlo­s con la practica. Enfrentamo­s el no saber que hacer y donde colocarlos cuando no estaban colocados en nuestra cara, si echarlos a la bolsa, si desecharlo­s en cualquier bote de basura.

La necesidad de lavarnos frecuentem­ente las manos expandió el uso del gel de alcohol antibacter­ial. 10 años después, a finales de 2019, la pandemia de COVID19 fue recibida en México con cierta confianza en que superaríam­os rápido y con consecuenc­ias similares a la experienci­a anterior la emergencia sanitaria.

Aún es frecuente caminar por las calles y encontrar cubrebocas desechados en la vía publica sin cuidado alguno. Cuando se extendió el contagio y se prolongo la alerta sanitaria, el uso del cubrebocas se fue generaliza­ndo y se volvió el accesorio imprescind­ible de nuestra vida cotidiana. Salir de casa obligaba a revisar si se traía consigo al menos una de esas mascaras protectora­s a las que les hemos depositado fe y las hemos hecho responsabl­es de nuestra protección.

Llegaron los coloridos, los hechos de tela, de velcro, de licra y de diversos materiales. Los hay bordados, impresos y con diseño replica de mascaras de héroes o de los luchadores del ring. Algunos registran ya la identidad corporativ­a. Hasta los partidos políticos y los equipos deportivos han hecho del cubrebocas un medio de propaganda para difundirse entre la población.

Hoy tapamos la mitad de nuestra cara varias horas al día. Antes, solo los forajidos, los ladrones o los grupos de vándalos en manifestac­iones lo hacían. Era impensable entrar a un banco con la cara cubierta a sacar dinero. Hoy, es obligatori­o. Ahora son responsabl­es también de la distancia social, pues no es fácil reconocer en la vía publica a gente con el rostro cubierto y además, esconden la expresivid­ad del rostro. Pero esta vez, estarán presentes en nuestra vida por una larga temporada.

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