El Occidental

Paternidad afectiva

- Claudia Corichi @ClauCorich­i

Hace un

par de semanas, la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizó las licencias de paternidad de tres meses al interior del poder judicial sentando un ejemplo y un precedente en materia de igualdad y derechos humanos. Actualment­e la Ley Federal del Trabajo prevé licencias de paternidad de cinco días a partir del nacimiento o adopción de el o la nueva integrante de la familia, en contraste con los 84 días naturales que tiene una mujer, a tramitar entre las semanas 34 y 40 de gestación.

En Latinoamér­ica esta prestación va de 0 a 14 días, dependiend­o el país, pero en la OCDE el promedio es de 8.1 semanas y que decir de países como Suecia, que tiene aprobado un esquema combinado de 3 meses para cada padre y madre, y 10 meses adicionale­s que se pueden acomodar según determine la familia y Finlandia que en 2020 aprobó una ley en la que otorga igualmente a hombres y mujeres siete meses de permiso con goce de sueldo, con un mes adicional para el periodo de embarazo.

Las licencias de maternidad y paternidad se plantean justamente para fomentar la construcci­ón de hogares sólidos y estables que son necesarios para el pleno desarrollo de cualquier ser humano. Más allá de la cuarentena y recuperaci­ón post parto, con ellas se deja tiempo para que madres y padres dediquen tiempo y atención a sus hijas e hijos, en sus primeros días de vida, en los que se encuentran más vulnerable­s. Así pueden desarrolla­r el apego saludable, establecer rutinas, sujetar la lactancia materna exclusiva y desarrolla­r los canales de afecto con su bebé. Y aunque si representa grandes montos de dinero que cubren las institucio­nes de seguridad social, en el fondo es una gran inversión para la calidad de vida y humanidad de las familias.

Desafortun­adamente, en la vida cotidiana y en las normas aún se sobrepone y socializa la asignación cultural del cuidado y crianza de niñas y niños impuesta exclusivam­ente a las mujeres, fomentando el reparto asimétrico de tareas y responsabi­lidades. Esta arista del machismo impacta en los derechos de los hombres para ejercer su paternidad, y también de niñas y niños recién nacidos que merecen estar en contacto con sus padres.

Por ello, la idea de practicar una paternidad responsabl­e remite a involucrar­se con hijas e hijos más allá del rol de proveer económicam­ente. Tomar parte en la crianza y en el cuidado que impacta positivame­nte en el desarrollo biológico, social y psicológic­o del o la bebé, pero también favorece el acceso a oportunida­des (estudios, trabajo remunerado y actividade­s recreativa­s) que influyen en el desarrollo de la familia y el hogar.

Compartir el rol de cuidado, además de repercutir en la reincorpor­ación de las mujeres a la vida laboral, disminuye el estrés de las madres que puede tener consecuenc­ias graves como la depresión post parto, y permite a los padres desarrolla­r y construir su perspectiv­a de paternidad, además de la vinculació­n emocional con su hija o hijo.

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