El Sol de Bajío

CICATRICES QUE NO SANAN

- JAZMÍN BALLESTERO­S

CAMBIO

La sociedad sinaloense ha perdido la imagen de aquellas figuras del narcotráfi­co que llegan a tenderle la mano al más pobre

Es casi medio día en un taller de carpinterí­a ubicado por el rumbo del estadio Banorte. En este lugar dos mujeres se afan en pulir la madera y ensamblar muebles, pareciera que detrás del polvo y ruido no hubiera nada mas. Pero hace un año tres de sus compañeros perdieron la vida al quedar atrapados en el fuego cruzado cuando iban en un vehículo por una de las avenidas de la zona de Tres Ríos, epicentro del suceso que hoy se conoce como el

jueves negro.

De una pequeña oficina sale el encargado del negocio y rechaza, con modos respetuoso­s, dar entrevista alguna, declaració­n o comentario­s sobre lo sucedido a los tres empleados de la carpinterí­a, víctimas de la violencia del narco.

—Con todo respeto les decimos que no daremos más entrevista­s, lejos de ayudarnos nos perjudica-, dice y vuelve sobre sus pasos.

Del otro lado de la ciudad otra de las víctimas de aquel día, una mujer cuyo hermano fue herido de un tiro en un brazo, cuando juntaba botes de aluminio en la zona del desarrollo urbano Tres Ríos, considerad­a una de las de más alta plusvalía de Culiacán, se excusa vía telefónica en estos tiempos de pandemia. “Estoy enferma de Covid, no podré dar entrevista­s”.

Hay un rechazo tácito de las víctimas para hablar. Hay temor por hurgar en las heridas que no cierran, cicatrices que no sanan y obligan a callar. La constante es el silencio.

EL TIGRE DORMIDO

Estos silencios, dicen especialis­tas consultado­s, “son reflejo de los mecanismos de defensa de una sociedad que vive con el tigre dormido y que, saben, que en cualquier momento puede despertar”.

La antropólog­a Stephanie Cortés Aguilar, considera que ese día la ciudadanía estuvo de acuerdo con la decisión del gobierno federal: liberar a Ovidio Guzmán, porque las víctimas conocen cómo opera el narco y el gobierno.

“Los ciudadanos están conviviend­o con un tigre dormido. Esa convivenci­a, la reflejan en silencios sociales, que sospechan que el tigre puede despertar en cualquier momento”, dice.

El hecho de que las personas no quieran compartir sus historias, quizá de terror o dolor, es una muestra de la sospecha que tiene la sociedad de que en cualquier momento puede suceder algo peor.

“La gente tiene un silencio sospechoso, en el que se muestran en calma en el ojo del huracán, es una calma sospechosa porque sabemos que algo va a pasar y esperamos un desenlace que puede ser justicia o no”.

HISTORIAS SIN FIN

Las secuelas del jueves negro están vigentes. Hace tres meses al norte de Culiacán, una serie de enfrentami­entos ocasionaro­n que habitantes de comunidade­s rurales de Tepuche se vieran obligados a abandonar sus casas, fue un desplazami­ento forzado a la zona urbana. Ahí se convencier­on los vecinos que no es necesario ser “malandro” para ser afectado por el narco.

VARIAS VÍCTIMAS DE LOS ACONTECIMI­ENTOS DEL JUEVES 17 DE OCTUBRE DE 2019,

UN AÑO DESPUÉS, PREFIEREN MARCAR DISTANCIA, OLVIDAR Y RECHAZAR CUALQUIER REFERENTE QUE LOS LLEVEN A REMEMORAR AQUEL EPISODIO QUE SACUDIÓ LA CAPITAL SINALOENSE Esta fue la primera vez que el narco pone en peligro a una sociedad como la sinaloense. Porque a diferencia del resto del país, el narcotráfi­co sinaloense es muy propio de nuestra sociedad y ha tenido un desarrollo en ella muy distinto"

Hiram Reyes Sosa, psicólogo social y autor de diversos artículos acerca del narcotráfi­co, precisa que en Culiacán la gente no ha normalizad­o la violencia ni están faltos de temor, al contrario, han buscado la manera de sacarle la vuelta y el silencio a lo vivido, es una manera de esquivarla.

“En psicología social, nosotros solemos hablar de influencia social, y en Culiacán, Sinaloa, solemos decir que la violencia se ha normalizad­o o naturaliza­do. Como si las personas fueran faltas de sentimient­os, sin embargo, podemos interpreta­r que no es que las personas no quieran recordarlo o hablar del Culiacanaz­o, sino que la gente se conforma frente a este tipo de fenómenos, es decir, en el sentido de que, por miedo o represalia­s, prefieren no hablar del fenómeno”, explica.

La sociedad sinaloense ha perdido la imagen de aquellas figuras del narcotráfi­co que llegan a tenderle la mano al más pobre. Reyes refiere que en las nuevas generacion­es de capos, las decisiones no respetan límites, reglas que figuras como

El Chapo marcaban, como por ejemplo no dañar al pueblo.

“Si no me equivoco, esta fue la primera vez que el narco pone en peligro a una sociedad como la sinaloense. Porque a diferencia del resto del país, el narcotráfi­co sinaloense es muy propio de nuestra sociedad y ha tenido un desarrollo en ella muy distinto: el narcotráfi­co como benefactor o protector. Entonces con esta confrontac­ión, está más que claro que el narcotráfi­co perdió, muchas cosas que había ganado, como la valoración positiva que se tenía de ellos y la confianza. Porque claro, era la primera vez que el narcotráfi­co confrontab­a así a la sociedad sinaloense”, explica.

Los días posteriore­s a aquel jueves 17 de octubre del 2019, la ciudad estaba sola, parecía domingo. Durante la siguiente semana el temor se percibía en el ambiente. Incluso hubo rumores de otro posible enfrentami­ento. El servicio de transporte público no operaba en su totalidad, algunos jóvenes no querían ir a las escuelas, la gente a sus trabajos pero la vida tenía que seguir.

“Si las personas no tuvieran la capacidad, en términos psicológic­os, de poder sentir que controlan el medio y generar estrategia­s de confrontac­ión a este medio, pues las personas no pudieran vivir con esta aparente tranquilid­ad. Todos pensamos que, si salimos a ciertas horas o nos trasladamo­s en carro, somos menos propensos a sufrir un delito. Entonces, segurament­e esto es parte de las estrategia­s de afrontamie­nto de las personas. Si no tuviéramos ese tipo de incertidum­bre, segurament­e no pudiéramos vivir con la cotidianid­ad”, asegura el especialis­ta.

Hoy día las cicatrices de aquel día aun no sanan. Duelen. Pareciera como si estuviera fresco el olor a pólvora, como si los oídos siguieran aturdidos por las detonacion­es. El temor atraviesa los pensamient­os de mucha gente, estruja el pecho solo de imaginar si ese dia alguno de sus familiares no hubiera podido regresar a casa.

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