RECORRIENDO
REGION SIERRA, Dgo. ( OEM).- Hace quince años, el año 2003, inició en la escuela normal rural “J. Guadalupe Aguilera” la llamada “Semana de inducción” y también la “novata” tal como se conoce actualmente, una serie de acciones faltas de todo tipo de respeto hacia el estudiante, hacia la escuela y sobre todo, a los conceptos de lo que conocemos como educación.
Dos acciones muy distintas enlazadas por un común denominador: La indiferencia de directivos, autoridades educativas y colegio de los egresados; la irracional participación de los propios alumnos agraviando alumnos, en algunas ocasiones como en el año 2012, la muy lamentable opacidad de muchos padres de familia que, buscando que sus hijos mantuvieran la oportunidad de ingresar al plantel no les importó insultar a jóvenes que protestaron por la irracional manera de ser tratados en la mal llamada “Semana de inducción”. Y conste que lo anterior nadie me lo platicó.
“Muchacho joto”, “vete a las enaguas de tu mamá”, “inmerecedores de ser maestros rurales”, fueron algunos de los calificativos que recibió un joven afectado por una enfermedad que no le permitía respirar bien, en una reunión realizada entre alumnos, aspirantes, padres de familia y directivos realizada en el fraccionamiento de los maestros, frente al plantel escolar, esto en el año 2012.
De ahí en adelante se continuó con esa situación, en donde también hubo acciones valientes de padres de familia que acudieron a la oficina de los Derechos Humanos a poner su denuncia, a la cual se le dio seguimiento a través del área jurídica de la Secretaría de Educación en el Estado.
El hospital integral de Canatlán es el sitio en donde se encuentran archivados casos de estudiantes afectados en su salud, por ejemplo un joven que perdió el sentido del oído al explotarle cerca un bombillo.
Pero más allá de las agresiones físicas está la gran agresión al Estado de Derecho, a la dignidad humana, a la infraestructura de la escuela, con acciones como meter a jóvenes a un “loker” y hacerlo rodar por escaleras, hacerlos arrastrar entre excrementos humanos, golpearlos, hacerlos o forzarlos a correr más allá de la condición física existente, tenerlos acuartelas y a disposición las veinticuatro horas del día.
Recuerdo a un joven, hijo de un catedrático de la institución, que se ganó a pulso su derecho a ingresar al plantel y que por haber salido unas horas del perímetro de la escuela fue expulsado y sin derecho a ingresar, a inscribirse. Al acudir quien escribe a platicar con los encargados de llevar los trabajos, un alumno soberbio y engreído rechazó tajante la oportunidad de aceptarlo.
Esta es una escuela para pobres y quien rompa lo que se les indica no merece estar, fueron algunas de sus palabras, un estudiante que pocos meses después fue acusado de robarse el dinero que se había reunido para realizar un baile, al parecer de graduación.
Hay cientos de historias tejidas alrededor de estos lamentables sucesos, que parece serán prohibidos por las autoridades gubernamentales y que a su paso dejarán miles de silencios entre maestros, directivos, autoridades y padres/ madres de familia, los silencios de la complicidad avalando agresiones y vejaciones, indiferencias que tampoco podrán borrarse y quedarán como testigo mudo de varias decenas de jóvenes que perdieron su oportunidad de llegar a ser maestros rurales, mejor dicho, licenciados en educación, porque el término maestro rural ya es cosa del pasado. Hasta la próxima…