El justo se opone a nuestro modo de actuar (Sab 2, 12)
Creo que hoy valdría la
pena releer en casa la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría (2, 12.18-20), ya que es un preludio de lo que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico. Éste es un breve resumen de lo que nos dice el autor sobre lo que decían y pensaban llevar a cabo contra el justo los impíos: el justo nos resulta fastidioso…, se opone a nuestra conducta…, nos reprocha, nos reprende…, su sola presencia nos resulta insoportable… Por eso lo someteremos a ultrajes y torturas… Lo condenaremos a muerte ignominiosa. Veremos si aguanta, pues según dice, Dios lo salvará (Sab 2, 12-20). La Iglesia siempre vio en este pasaje la imagen del Cristo perseguido por quienes veían en sus palabras una condena de su conducta.
Pero no quedó ahí la acción de “los impíos”, sino que, a lo largo de la historia, se han repetido frecuentemente los mismos hechos, entendiendo también que “los justos”, quienes quiera que lo hayan sido por su ejemplaridad, haciendo suyas las palabras de Cristo, siempre constituyeron un estorbo para los planes perversos de “los impíos”. En efecto, el citado pasaje del libro de la Sabiduría y los hechos vividos por el propio Jesús de Nazaret han cobrado viva actualidad en múltiples ocasiones. Y es que siempre habrá justos que con su palabra y su vida dirán a “los impíos” no os es lícito; y, por tanto, serán llevados a los tribunales y serán condenados injustamente. ¡La historia “del justo” de Antiguo Testamento y de Cristo se ha repetido tantas veces hasta nuestros días!
Jesús ya ha había hecho por primera vez el anuncio de su pasión, muerte y resurrección a los apóstoles días antes de lo hará ahora. Dicho anuncio había tenido lugar, precisamente, a continuación de la proclamación por parte de Pedro: Tú eres el Mesías ( Mc 8, 29). Y, por lo mismo, Pedro no podía aceptar en modo alguno lo que les había dicho Jesús, actitud que le valió al apóstol una dura reprimenda por parte de Jesús y una llamada a todos sus seguidores: El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga ( Mc 8, 44). A continuación viene la escena de la Transfiguración, en la que tres de sus apóstoles fueron testigos privilegiados de quién era realmente Jesús. Pareciera que Jesús querría fortalecer no tanto la fe cuanto la confianza en Él ante el nuevo anuncio.
Dice el evangelista: Atravesaron la Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará ( Mc 9, 31). Al parecer, no hubo reacción alguna por parte de los apóstoles; sí se nos dice que, al llegar a Cafarnaún es Jesús el que les pregunta de qué discutían por el camino. Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante ( Mc 9 33). Claro que Jesús se había dado cuenta de ello; de ahí sus palabras: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos ( Mc 9, 35). En pequeño o en grande algo parecido puede pasar entre nosotros: deseamos triunfar, que nos
aplaudan y admiren y acaso sea muy legítima esta aspiración; pero cuando ello pasa por pisar a los demás y hacer caso omiso del “servicio a todos”, nuestra aspiración no es cristiana.
Concretamente, la exigencia de la servicialidad gratuita sólo podía reclamarla quien la hizo centro de su propia vida al afirmar: El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos (Mt 20, 28). Actitud esta que quedará bien patente cuando en la última Cena Jesús se levantó de la mesa y se puso a lavarles los pies a sus apóstoles, acción que era exclusiva de los esclavos. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis ( Jn 13, 15). El cristiano ha de ser siempre servidor de Cristo y de la comunidad; ésa es su gran vocación, y su gran dignidad está en servir a los hermanos.
Y es que servir al hermano, quien quiera que él sea, es servir al mismo Jesús; y cuanto más necesitado, más indefenso, más pequeño…, tanto más necesitará nuestros servicios, que el Señor recibirá como hechos a Él mismo. Un ejemplo gráfico nos lo pone el Jesús en el niño que tenía a
Y es
que servir al hermano, quien quiera que él sea, es servir al mismo Jesús; y cuanto más necesitado, más indefenso, más pequeño…, tanto más necesitará nuestros servicios, que el Señor recibirá como hechos a Él mismo
su lado y colocándolo en medio les dice: El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí ( Mc 9, 37). Muy significativamente se identifica Jesús en este pasaje con los niños, para recordar los deberes para con ellos y, en primerísimo lugar, a sus padres y maestros. Aviso este particularmente oportuno en estos días en que ha dado comienzo el nuevo curso escolar. Un recuerdo especial para los numerosos hijos de padres separados que sufren el trauma de la separación.
Oremos para terminar: Señor, enséñanos a servir siempre con amor. Enséñanos a pensar en los otros y a amar, sobre todo, a aquellos a los que nadie ama.