El Sol de Durango

Recomenzar desde Cristo La misión no ha cambiado

- Víctor Manuel Solís

y, aunque las dificultad­es para realizarla siguen siendo tantas, no deben cambiar tampoco el entusiasmo y la valentía que tuvieron los primeros cristianos. El espíritu, que es también el mismo, continúa impulsando las velas de la iglesia para que sigamos remando mar adentro.

Pese a todo y por encima de todo lo que acontece, de los vientos contrarios y de las tormentas que parecieran hacer zozobrar la barca, seguimos confiando en que Jesús esta en ella y que como desde hace más de dos mil años, él seguirá guiándola a un puerto seguro.

Las especiales caracterís­ticas del mundo de hoy le exigen a los evangeliza­dores nuevas modalidade­s y nuevas respuestas, si se quiere ofrecer a cada persona y a toda la sociedad un verdadero anuncio de esperanza. La seculariza­ción va modificand­o conviccion­es y costumbres y no esconde su propósito de excluir a Dios de la vida pública.

Avanza el fenómeno de la fragmentac­ión que asume la realidad sin una visión de conjunto. No faltan católicos que se sienten miembros de la iglesia, pero el enfoque que tienen de la vida no correspond­e al Evangelio. La iglesia está llamada a repensar profundame­nte y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstan­cias mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejida­d de agresiones irresponsa­bles.

Se trata de confirmar, renovar y revitaliza­r la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitari­o con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructura­s, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de

Jesucristo y misioneros de su reino, protagonis­tas de vida nueva ( Cfr. DA 11).

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibicio­nes, a prácticas de devoción fragmentad­as, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participac­ión ocasional en algunos sacramento­s, a la repetición de principios doctrinale­s, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados.

Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatism­o de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparenteme­nte todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastand­o y degenerand­o en mezquindad“. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconocien­do que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimi­ento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientació­n decisiva” ( DA 12).

La iglesia debe encontrar nuevos caminos para transmitir la forma de ser y de vivir que nos trajo Cristo, sin la cual la existencia personal queda privada de horizontes y posibilida­des esenciales y la sociedad no logrará armonizar total e integralme­nte todas sus fuerzas en orden a una meta común en la historia.

Hay que llevar a una comunión y a una participac­ión reales a los católicos no sólo para que no vivan la fe como algo añadido a la existencia o que se usa sólo en ciertas ocasiones, sino también para que emprendan con vigor y audacia la tarea misionera.

La familia, la escuela y la parroquia no siempre están transmitie­ndo la fe. Por tanto, hay que convocar nuevos apóstoles y promover procesos concretos de formación para jóvenes y adultos, que den no sólo conocimien­tos, sino que enseñen un modo de vida que permita estar alegres y aportar la luz y la fuerza que necesita la transforma­ción del mundo.

La iglesia existe para actuar como fermento y alma de la sociedad. Pablo VI decía: “Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la iglesia evangeliza­rá al mundo”.

La dicha y la necesidad de ser misionera abren nuevos horizontes a nuestra iglesia que, queriendo “recomenzar desde Cristo”, debe recorrer un camino de maduración que la capacite para ir al encuentro de toda persona, hablando el lenguaje cercano del testimonio, de la fraternida­d y de la solidarida­d. Por tanto, esforcémon­os por ser una iglesia viva, fiel y creíble, que se alimenta de la palabra de Dios y de la Liturgia y que está al servicio del reino de Dios.

Propongámo­nos renovar las parroquias para que alimenten la fe con procesos serios de evangeliza­ción y despierten en todos los gozos de ser apóstoles.

Busquemos ser cristianos alegres, abiertos a los demás y coherentes con el compromiso de vivir como discípulos- misioneros de Jesucristo. Trabajemos porque los pastores sean un signo personal y límpido de Cristo que se entrega hasta dar la vida por los que les han sido confiados.

Promovamos un laicado maduro, con disposició­n a la formación permanente, correspons­able con la misión de anunciar el Evangelio. Reforcemos, con entusiasmo y esperanza, la acción pastoral, teniendo una opción preferenci­al por los jóvenes, las familias y los pobres.

La iglesia existe

para actuar como fermento y alma de la sociedad. Pablo VI decía: “Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la iglesia evangeliza­rá al mundo”.

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