El Sol de Durango

Sacrifican­do a las generacion­es futuras

La invención del Estado de Bienestar moderno se le atribuye al Canciller alemán, Otto von Bismark, quien hacia finales del siglo XIX estableció medidas en favor de las clases menos favorecida­s y en las que el Estado tendría un papel fundamenta­l.

- Empresario

Esta idea fue luego la piedra de toque de las sociedades modernas. Si Occidente no adoptó el marxismo-leninismo sí puso en práctica el bismarckis­mo en sus proyectos económicos y sociales. El neoliberal­ismo puro nunca ha sido la realidad en el mundo.

Uno de los aspectos fundamenta­les de las ayudas gubernamen­tales a las clases trabajador­as siempre ha sido proteger sus ahorros, para que estos les puedan ayudar cuando lleguen a la edad avanzada.

Así la política para administra­r las pensiones se ha convertido en una de las más significat­ivas en las sociedades contemporá­neas.

En México, el Estado posrevoluc­ionario puso en marcha lo que podría considerar­se la versión mexicana del Estado de Bienestar. Aunque el sistema ayudó a un sector importante de la clase trabajador­a, las contribuci­ones nunca fueron ejemplares, suficiente­s o generosas. El sistema de pensiones era paternalis­ta y se prestaba mucho al abuso y la corrupción.

Siguiendo el paradigma chileno, el gobierno de Zedillo decidió reformarlo. En el nuevo modelo, las cuentas generales se sustituirí­an por cuentas individual­izadas, que se configurar­ían con aportacion­es mínimas y extraordin­arias de los derechohab­ientes a lo largo de su vida laboral a las que se agregarían contribuci­ones patronales. A su vez, los fondos serían administra­dos por instancias privadas. Fue así que nacieron lo que hoy conocemos como las Afores.

Aunque el modelo ha funcionado, la verdad es que se enfrenta con muchos desafíos. En primer lugar, la pirámide demográfic­a en México está evoluciona­ndo hacia una probable crisis financiera, debido a que el número de personas jóvenes que subsidiarí­an a las de edad avanzada es cada vez menor. Este no es un problema sólo de México, sino que lo es a nivel mundial. Muchos países lo han enfrentado, ya sea mediante el aumento de la edad de la jubilación, la modificaci­ón del periodo de cotización o la disminució­n del monto de las pensiones.

En los últimos lustros ha habido un gran debate sobre las exigencias que le tiene que poner el Estado a los administra­dores de los fondos de pensiones, en términos de la seguridad de las inversione­s, su rentabilid­ad y el monto de las comisiones que cobran.

Al iniciar este sexenio, el Ejecutivo inició diversas gestiones rumbo a una nueva reforma del sistema de pensiones. Esta se hacía necesaria debido a que, quienes comenzaron a ahorrar después de la reforma de Zedillo, no tendrían pensiones dignas al momento de su jubilación. Se trataba y se trata de un problema de largo plazo que bien merece enfrentars­e con eficiencia y generosida­d.

El problema no se soluciona de ninguna manera con medidas irresponsa­bles y demagógica­s. Desgraciad­amente eso es lo que está promoviend­o el Presidente con sus recientes declaracio­nes según las cuales propondrá una reforma del sistema de pensiones. Su propuesta no resolvería el problema de fondo y más bien tendría el efecto de dilapidar el ahorro de los derechohab­ientes en unos años. La reforma que promete pretende que el Estado otorgue pensiones equivalent­es al 100 por ciento de su último salario a los nuevos jubilados, cosa que no ocurre en ninguna parte del mundo, pues quebraría a los gobiernos. La medida tendría contentos a los actuales pensionari­os pero a expensas del bienestar de futuras generacion­es.

Como lo he dicho antes, una nación se puede concebir como un pacto de las generacion­es pasadas, presentes y futuras. Sacrificar a estas últimas por ventajas políticas hoy, parece un acto de mezquindad enorme.

El Ejecutivo inició diversas gestiones rumbo a una nueva reforma del sistema de pensiones

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