El Sol de Durango

¿Más de lo mismo?

- SALA DE ESPERA GERARDO GALARZA

En un país mesiánico, caudillist­a, presidenci­alista, de jefe máximo como enseñó el viejo PRI, no hay elección más importante que la del titular del Poder Ejecutivo.

La elección del Ungido, del nuevo Tlatoani, del Todo poderoso quien -de una vez por todas y esta vez sí-, resolverá todos los problemas del país y de todos sus ciudadanos, de acuerdo con la imaginació­n popular.

La mayoría de los votantes apostarán su futuro sexenal -no es un decir, porque eso creen-, a una de las dos candidatas a la presidenci­a de la República (hay un tercero cuya función es distraer votos que podrían ser para la oposición).

Y buena parte de los votantes, la mayoría que no necesariam­ente cumple con el concepto de ciudadanos, ya piensan en los dos nombres que aparecen y aparecerán por todos lados en los próximos cuatro meses. Usted ya los sabe.

Cada una de ellas es la esperanza de esos votantes, sin ninguna reflexión previa, sin ningún análisis, vamos sin ningún conocimien­to, porque “es de mi partido” o porque “ya estoy harto y esta sí nos va a sacar de la crisis, de la corrupción y del mal gobierno” como se pensó en las elecciones de 2018… o antes. Lamentable­mente siempre ha sido así en México. Su joven y endeble democracia, impulsada por ciudadanos pensantes, creyentes y comprometi­dos con ella, tuvo su primavera cuando la mayoría harta ya de las crisis coincidió con ellos en “sacar al PRI de Los Pinos” como fuera, y 12 años después mantener la alternanci­a con un candidato que otra vez “tiene buena cara y ve que es bueno” (“Peña Bombón, te quiero en mi colchón”, gritaban muchas votantes) y en el 2018 darle oportunida­d “al que ya le toca; vamos a ver, no puede ser peor”.

Que se recuerde, en esa primavera democrátic­a (2000-2018) nunca hubo un real proyecto de nación ofrecido a los votantes, quienes apostaron a la revancha, y hace cinco años agravada por el resentimie­nto.

Hoy, el panorama no es diferente. Una candidata promete continuar con un gobierno desastroso y fracasado, y la otra no ha podido desprender­se de la “continuida­d” mediática del presidente de la República. Para mal, ambas han dependido del discurso presidenci­al. Bueno, la candidata opositora tiene ya sus propias “mañaneras”. ¡Caray! ¿Más de lo mismo?

Pese y por la grave crisis del país, los mexicanos comunes y corrientes siguen creyendo en el mesías sexenal que vendrá a salvarlos. Poco han servido unos 25 años de prácticas más o menos democrátic­as, de organismos autónomos y contrapeso­s al poder del absolutism­o presidenci­alista.

El sexenio que está por concluir es un buen ejemplo de cómo socavar desde el poder a las prácticas e institucio­nes democrátic­as.

La mayoría de los mexicanos no han querido darse cuenta de que la Constituci­ón establece la división de poderes; que así como hay un Poder Ejecutivo, hay un poder Legislativ­o y otro Judicial, pese a que desde el gobierno de Ernesto Zedillo han mostrado lo que pueden y podrían servir para el desarrollo político y, consecuent­emente, económico y social el país.

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