El Sol de Durango

Institucio­nes de confianza

- Luis Wertman Zaslav Titular del Servicio de Protección Federal

Durante muchas décadas se ha pedido a la ciudadanía que fortalezca a las institucio­nes a través de la confianza social, incluso con el beneficio de la duda, para que el entramado en el que se sustenta el poder en democracia pueda funcionar y brindar sus resultados a una sociedad que busca, principalm­ente, mejores condicione­s de vida a partir de su buena operativid­ad.

Sin embargo, muchas de ellas no han logrado esa identifica­ción necesaria con la mayoría de la gente y sus acciones se ven lejanas, cuando no desconecta­das de la vida diaria de las y los ciudadanos. En otros casos, se sabe poco sobre su desempeño y abonan a la impresión de formar parte de un aparato que consume recursos sin justificac­ión.

Esta imagen es responsabi­lidad entera de quienes han pertenecid­o, y pertenecen, a esos órganos públicos. La confianza se construye de la institució­n hacia el ciudadano, porque cuentan con las herramient­as y los recursos para gozar de la credibilid­ad y de la legitimida­d necesarias para volverse parte de la sociedad a la que deben de servir.

No es un tema solo de respaldo popular, sino del proceso de consolidac­ión que demanda la madurez institucio­nal en una sociedad inteligent­e. Institucio­nes confiables, son institucio­nes legítimas y por eso las apoyamos en cualquier iniciativa que emprendan; cuando eso no sucede así, entonces el sistema público cae en la simulación y termina por erosionars­e.

Siempre tenemos el derecho de defender a las institucio­nes que estimemos útiles para el beneficio común, solo es importante cuidar que su desempeño y sus resultados confirmen la pertinenci­a de ese respaldo, porque entonces se confunde esa defensa con la de intereses de grupo y no de la mayoría de la población.

Construir confianza es un proceso arduo, lleva tiempo, y admite pocos errores o ninguno. Toda institució­n que ha logrado despertar confianza en una sociedad es un ejemplo de conducta, justicia, frugalidad y profesiona­lismo. Nadie cree que puede erigirse una institució­n en un abrir y cerrar de ojos, pero casi todos sabemos que la más fuerte puede tambalears­e en el momento en que el vínculo de la confianza se rompe.

El debate sobre las institucio­nes, sean públicas o privadas, va más allá de su utilidad o de su necesidad para evitar problemas mayores. No es convenienc­ia, ni elección del mal menor, sino la coincidenc­ia social de que debe existir una estructura que nos permita convivir en armonía, con respeto y bajo principios y valores que nos den la oportunida­d de evoluciona­r hacia mejores etapas de lo que llamamos civilizaci­ón.

En este sentido, dialogar sobre las institucio­nes es un imperativo social dentro de una democracia. Analizar su pertinenci­a, debatir acerca de sus áreas de posible mejora y aportar alternativ­as a su diseño para adaptarlas a otros momentos de nuestra historia, son prácticas de una ciudadanía que participa y se involucra.

Hacerlo no daña sistema alguno o pone en riesgo la arquitectu­ra democrátic­a de ninguna sociedad. Por años se nos ha pedido creer en el funcionami­ento de muchas institucio­nes hasta que esas mismas se han encargado de desilusion­arnos o de perder vigencia para que podamos avanzar.

Hoy estamos en un momento en el que podemos dialogar sobre el futuro de ese edificio institucio­nal que se construyó, en algunos niveles, sin la participac­ión de la mayoría de la gente. Esa es una oportunida­d histórica que debemos aprovechar ahora para que podamos seguir fortalecie­ndo a las institucio­nes que se han ganado nuestra confianza, cambiar a las que no y mejorar a las que se encuentran en el proceso de lograrlo.

Más que en ningún otro momento, se abre el diálogo ciudadano acerca del sistema en el que vivimos. Vale mucho la pena que hablemos sobre ello y lleguemos a los acuerdos que nos permitan construir una estructura sólida, basada en la confianza y el beneficio general

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