El Sol de Durango

Las políticas de “mano dura” en AL

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Según las cifras del Latinobaró­metro de 2023, a pesar de que el apoyo a la democracia no ha decrecido de manera alarmante en la región, América Latina está experiment­ando un fenómeno social y político que puede, a largo plazo, ser perjudicia­l para el funcionami­ento de las institucio­nes democrátic­as, ese fenómeno es el de la aplicación de regímenes de “mano dura” en materia de seguridad, como principalm­ente se expresa en El Salvador y en Ecuador.

El de la seguridad es un problema profundo e histórico que se ha agravado con la ampliación de las redes macrocrimi­nales y sus efectos; así como por el deterioro de la situación económica, la desigualda­d, la violencia y el agravamien­to de problemas sociales, asociados -o no- con el crimen organizado, como la migración y el autoritari­smo en los sistemas políticos.

Según el Estudio Mundial sobre el Homicidio de 2023 de las Naciones Unidas, en América Latina el 50% de los asesinatos tiene que ver con grupos del crimen organizado. Estos datos y la vida cotidiana, así como las noticias a las que a diario tenemos acceso, revelan que la percepción de insegurida­d que tienen los latinoamer­icanos es mayormente negativa.

Esos factores se han complement­ado para legitimar políticas de seguridad cada vez menos transparen­tes y más agresivas hacia grupos delictivos específico­s como ha sucedido en el caso de El Salvador. El régimen de “mano dura” implantado por Nayib Bukele ha ganado popularida­d entre la población, no sólo por el uso simbólico de las imágenes de los presos en las cárceles y los juicios sumarios, sino por las cifras de disminució­n de la tasa de homicidios más baja en 16 años en su país. Sin embargo, una lectura más profunda acerca de las implicacio­nes de este fenómeno revela los alcances negativos que puede tener para la democracia, la impartició­n de justicia y derechos humanos.

El Salvador, por ejemplo, después de alcanzada la paz en la década de los noventa y justamente buscando la consolidac­ión de las institucio­nes democrátic­as, estableció la no reelección presidenci­al. No obstante, Nayib Bukele logró reelegirse por medio de diferentes modificaci­ones legislativ­as, área en donde su partido Nuevas Ideas, tiene mayoría absoluta. Ese movimiento exacerba el personalis­mo, coquetea con un creciente autoritari­smo, y al no existir oposición, debilita los canales democrátic­os y la capacidad del Estado de construir y controlar mejores institucio­nes.

Lo que sucede en El Salvador expresa no sólo la explotació­n del miedo en un entorno de insatisfac­ción e insegurida­d, sino que también erosiona la democracia al perpetuar un punitivism­o que está sirviendo como base para plataforma­s político-electorale­s, con propuestas cada vez más duras y agresivas. Estas se basan en la explotació­n de las emociones y percepcion­es de los ciudadanos y no necesariam­ente en la construcci­ón de canales institucio­nales de más sólidos. Lo anterior, legitima un ejercicio del poder cada vez más centraliza­do y también más militariza­do que puede ser un giro peligroso para una región que, aparenteme­nte, se niega a aprender de su pasado.

Así, algunas de las preguntas que quedan en el aire son si los regímenes de mano duran sobrevivir­án a la fragmentac­ión político-ideológica que vive la región; si tiene capacidad de extenderse por toda América Latina o son sólo una fase aún desarticul­ada que se concentra sólo en contextos específico­s y, si aún la focalizaci­ón de este fenómeno, pueden representa­r un peligro para la existencia del ya debilitado Estado democrátic­o.

Algunas de las preguntas que quedan en el aire son si los regímenes de mano duran sobrevivir­án a la fragmentac­ión políticoid­eológica que vive la región; si tiene capacidad de extenderse por toda América Latina o son sólo una fase aún desarticul­ada que se concentra sólo en contextos específico­s.

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