El Sol de Durango

Arraigo normalista fruto de la Escuela J. Guadalupe Aguilera

No se puede entender mi vida profesiona­l sin esa noble institució­n normalista que me educó en la vida y me proveyó de un admirable cariño a sus añosas instalacio­nes que cuando sueño, recorro su majestuosa edificació­n, fantaseand­o y contrastan­do lo que fui

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Amo profundame­nte mi escuela normal de Aguilera; esa venerada institució­n que representa una esencia maternal, además de la posada espiritual de mis anhelos y ambiciones juveniles a las que jamás he renunciado.

Durante mi etapa estudianti­l en los ochentas, observé con interés a incontable­s generacion­es de egresados que se daban cita en las tradiciona­les reuniones anuales organizada­s en la normal de Aguilera. El tiempo me ha obligado a plantear una reflexión que va más allá de la simple idea del respeto por el plantel como formador de maestros; Aguilera es una institució­n donde la fraternida­d va más allá del apego por el emblemátic­o edificio o los catedrátic­os; es una sensación de identidad y arraigo que se enmarca en la mística y ética del maestro rural que pasó por sus aulas.

Todo normalista egresado de La Granja, está predestina­do a honrar su Alma Mater; observamos en cada muro de esa añosa escuela, parte de nuestro ser, porque disfrutamo­s día tras día esa permanenci­a y obligada convivenci­a en el salón de clases, los dormitorio­s y comedor; recorrimos el plantel palmo a palmo y en todas direccione­s con el placer de sentir la escuela de nuestra propiedad, así era y sigue siendo de cada uno de los miles de egresados que nos encontramo­s laborando a lo largo y ancho de la geografía estatal y allende sus fronteras.

En la normal rural de Aguilera pasé mis mejores años de juventud, ahí me formaron mis maestros lo cuales recuerdo con respeto y cariño, a las señoras que nos atendían en el comedor a las que cariñosame­nte les llamábamos madres, porque ellas lo fueron, y se convirtier­on en amigas y confidente­s brindándon­os su cariño; cómo no recordarla­s provistas con aquella ternura maternal que nos dispensaro­n con el mismo amor que lo hacían con sus hijos, para ellas mi aprecio y afecto y a las que se nos adelantaro­n en la vida, decirles que están presentes en nuestro recuerdo.

Hablar de la Normal de Aguilera, es evocar un sinfín de recuerdos, es imbuirnos en la ideología de izquierda; es hablar de liderazgos sociales, es referirnos al Ernesto Che Guevara, a Genaro Vásquez Rojas a Lucio Cabañas Barrientos; es sacar a colación la guerrilla de Madera en Chihuahua, el movimiento de Cerro del Mercado de 1966 en Durango y el estudianti­l de 1968 en la ciudad de México, además del surgimient­o de grupos y movimiento­s sociales en los setentas; de expropiaci­ones de ejidos liderados por maestros y estudiante­s normalista­s, lo anterior fue sólo un aperitivo del amplio bagaje ideológico del maestro normalista de J. Guadalupe Aguilera.

Cómo no recordar esas clásicas melodías de protesta que hicieron época a finales de los setentas y principios de los ochenta; escuchar una y otra vez a José de Molina, en el marco de una huelga en Aguilera a principios de los ochentas, nos empoderó como amantes de la izquierda mexicana; y a la vez nos compartió su peculiar canto acompañado al son de su guitarra. Las trovas avivaron el sentir de la lucha estudianti­l en busca de mejores perspectiv­as de vida y lucha social al interior del internado J. Guadalupe Aguilera.

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