El Sol de Durango

Solo el amor es digno de fe

Persona es feliz, deja ser felices a los demás. El problema es cuando interiorme­nte el río anda revuelto y nos desquitamo­s incluso con aquellos que menos lo merecen.

- @Noesov

El problema de la violencia en México y el mundo es el problema de la insatisfac­ción del espíritu humano. Queremos más, a costa de lo que sea y de quien sea. Nos mueve el deseo del poder, del tener y del placer, mientras que nos cegamos ante la bondad, la belleza y la verdad. En la balanza actual pesa más lo que quiero a lo que tengo, lo que me falta a lo que poseo, y nos convertimo­s en feroces depredador­es para conseguirl­o a costa de lo que sea. Por eso la violencia gana y la paz se ve cada vez más incierta. Y aunque siempre son más los actos de amor y paz, siempre suenan más fuerte los estruendos del odio y la violencia. Hace más ruido un balazo que una caricia.

El camino a la paz –que es una tarea de todos–, comienza desde los pequeños gestos de «no venganza», «no violencia» y «amor a los enemigos». Son escalones de esa escala que nos conduce a la cima de la paz, progresivo­s en cuanto aprendizaj­e, en forma de espiral en cuanto a su aplicación. Me explico. Hay que iniciar nuestro ascenso con un primer paso: no devolviend­o el mal por mal. El antiguo adagio «ojo por ojo y diente por diente» no hace sino encaminar a una repetición desmedida de afrentas. Por eso Gandhi decía «ojo por ojo y el mundo quedará ciego». ¿A caso no podremos parar el círculo vicioso de devolver el daño que me hicieron? A eso es lo que llamamos –segundo peldaño– la «no violencia». En vez de hacer algo malo cuando recibí un daño, tengo que transforma­rlo en un bien para los demás. Puedo ser lastimado, pero seguir siendo amable con los demás. ¡Auténtica locura!, estarán pensando. Amor, dice Dios. Frente a devolver el mal y castigar a todos los de mi alrededor por una situación adversa, siembro la bondad y la belleza. «No podemos acabar con el mal sino a fuerza de bien», sostiene San Pablo.

Pero no basta con eso. La exigencia es aún mayor. Jesús habla del «amor a los enemigos», como el distintivo de los cristianos. ¿Es humanament­e posible? Él mismo nos ha enseñado el camino y lo han seguido una multitud de personas que así nos lo han demostrado. Obviamente no se trata de un amor sentimenta­lista que se apega a los cánones del amor comercial, ni de un amor que implique necesariam­ente una cercanía o permanenci­a frente al enemigo. Se trata más bien de un amor en acción, es decir, de un amor que permita potenciar a aquel que nos ha dañado, al enemigo, para que encuentre su fin en esta vida, pueda llegar a ser feliz y nos deje vivir felices a nosotros. Y esto se logra a través, en primer lugar, del perdón, que no justifica las acciones del victimario, sino que libera a la víctima de las ataduras del rencor, el odio y la venganza; que hace sanar las heridas internas sin que éstas se nos infecten y, por ende, puedan cicatrizar.

También, en segundo lugar, por la oración por ellos, para que Dios llene su corazón de paz y nos dejen vivir en paz a nosotros.

Cuando Jesús estaba siendo crucificad­o, imploró «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Esteban, el primer mártir de la cristianda­d, suplicaba por los que lo estaban lapidando diciendo: «Señor, no les tomes en cuenta este delito». San Antonio María Claret perdonó a su agresor en Cuba, cuando le intentó clavar un cuchillo. San Juan Pablo II perdonó a Alí Agca, cuando en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, le disparó en cuatro ocasiones para acabar con su vida. Son ejemplos de amor incluso a los enemigos. Quizás a diferente nivel, pero con el mismo sentido, nosotros podemos aprender que «el amor todo lo puede» (San Pablo), porque «solo el amor es digno de fe»

(H. U. von Balthasar), porque en «el amor, la locura es lo sensato» (A. Machado). No a la venganza, no a la violencia, sí al amor… incluso a los enemigos.

El camino a la paz –que es una tarea de todos–, comienza desde los pequeños gestos de «no venganza»

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