El Sol de Durango

Fuera máscara

En un artículo

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extraordin­ario del escritor español Javier Cercas hace unos días y citando un libro biográfico sobre el presidente estadounid­ense Lyndon Johnson, su autor Robert A Caro señala que “cuando un hombre escala intentando persuadir a los demás que le de poder, la ocultación es necesaria” y esto lo hace “para esconder rasgos que podrían hacer que los demás fueran reticentes a darle poder, para esconder también lo que quiere hacer con ese poder; si los demás reconocier­an esos rasgos o se dieran cuenta de sus propósitos podrían negarse a darle lo que quiere.

Pero, conforme un hombre consigue más poder, el camuflaje es menos necesario. El telón empieza a levantarse. La revelación comienza”. Cercas retoma estos pasajes del libro de Caro para el caso español, pero bien valdría también para la experienci­a en nuestro país, para López Obrador.

Con el tiempo encima por tener que dejar la presidenci­a de México, por el fin del periodo constituci­onal y aferrado quizá más que nunca al poder, López Obrador comienza a pelearse con molinos de viento, con un actuar iracundo, así como más radicaliza­do en su narrativa populista y de confrontac­ión, incluso de aquellos que fueron sus aliados, pero la imagen que ahora trasmite se parece más como alguien acorralado en sus propias mentiras, compromiso­s incumplido­s, la corrupción de su gobierno, los señalamien­tos en medios de comunicaci­ón internacio­nales de presunción de recursos del narcotráfi­co para el financiami­ento de su movimiento político para llegar al poder y para colmo su candidata a sucederlo en una campaña que bien a bien no logra prender, así como las pifias comunicati­vas en su arranque, mas la ruptura con los padres de los estudiante­s desapareci­dos de Ayotzinapa hace mas de 9 años, y esa imagen de acorralami­ento lo hacen más peligroso en su actuar, dadas las atribucion­es legales que tiene en la Constituci­ón y sobre todo los recursos públicos con los que cuenta para pretender ganar el 2 de junio a como dé lugar.

Si además esa persona que tiene como lema “no me vengan con que la ley es la ley“y convencido que su “autoridad personal está por encima de la ley“entonces, no hay motivos para pensar que ahora si tendrá un comportami­ento institucio­nal, legal, para la disputa por el poder, porque nunca lo ha tenido, no es un demócrata , amén de que segurament­e quien se inventó un mito fundaciona­l de la historia nacional no estará dispuesto a perder el poder que ha logrado y mucho menos a aceptar la derrota, porque no son esas sus credencial­es, sino al contrario, nunca ha aceptado la derrota cuando legal y documental ha sido así.

Ahora en las últimas semanas está viendo que todo lo que él considerab­a sólido se desvanece en el aire, y que pese a la debilitada democracia que aún tenemos, hay posibilida­des de que una sociedad irritada con el estado de cosas que prevalecen en el país y en un gobierno corrupto e ineficient­e, democrátic­amente lo derrote en las urnas.

La violencia e insegurida­d que golpean a la población en todo el país, y que ya alcanza la cifra de 181 mil asesinatos en el obradorato y 50 mil desapareci­dos es el más dramático de los resultados de un gobierno incapaz de garantizar seguridad y el rotundo fracaso de una dizque política pública que llamó “abrazos y no balazos”, que más bien trasluce una especie de connivenci­a sino es que complicida­d con el crimen organizado, así como la permisivid­ad de que cobren “derecho de piso“a las personas que tienen una actividad económica o negocios formalment­e establecid­os.

Así el Estado con López Obrador ha perdido las dos atribucion­es fundamenta­les y con carácter monopólico: la fuerza pública y el cobro de impuestos, con lo cual pone al Estado mexicano al límite de un Estado fallido. De ese tamaño es la gravedad del abandono que se hace de la sociedad y la crisis y debilidad con la que deja al Estado.

La máscara de ser el defensor del pueblo, de los más débiles, de honestidad, y la narrativa que lo complement­a, presume aún, en un tema de “logros históricos” que además se hizo sin endeudarse, cuando este año la deuda alcanzará 17 billones de pesos y se paga por ese servicio cerca de 1.3 billones en este 2024, es decir hay un fracaso gubernamen­tal, una ineficienc­ia demostrada en las llamadas obras emblemátic­as de López, amén de una corrupción y una opacidad en la asignación de las obras que no solo es la deuda sino que el gasto desmedido en los programas implementa­dos tienen a las finanzas públicas ya crujiendo y será una verdadero reto para quien llegue a la presidenci­a de la República este año.

Pero en vez de mostrar una preocupaci­ón, una aceptación de estos graves problemas que solo mínimament­e aquí se han señalado, y de actuar para resolverlo­s, López Obrador se quita definitiva­mente la máscara que tantos años usó para escalar al poder y muestra su rostro autoritari­o y de cerrazón, descalific­ando las críticas, a las institucio­nes constituci­onalmente autónomas, a los medios de comunicaci­ón y cerrando el puño, con la incógnita de sus dichos y su actuar de sí estará dispuesto a aceptar la posibilida­d de una derrota electoral de su candidata y de su movimiento. Si, la democracia está en riesgo y debemos preocuparn­os y ocuparnos de defenderla a como dé lugar.

Con el tiempo encima por tener que dejar la presidenci­a de México, por el fin del periodo constituci­onal y aferrado quizá más que nunca al poder, López Obrador comienza a pelearse con molinos de viento

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