El Sol de Durango

“El suicidio de mi hijo, se pudo haber evitado”

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año y medio del suicidio de mi hijo estábamos en casa, en lo que creíamos era “una familia normal”, Mariano nuestro único hijo de tan solo 16 años de edad fue diagnostic­ado con ansiedad social y depresión, y hasta después de su muerte comprendí lo mucho que el sufrió. A Mariano le costaba trabajo hasta pedir informació­n por teléfono, tener nuevas amistades, expresarse, decir lo pensaba, siempre se mostraba serio, inseguro, retraído. Pasaba horas en su habitación, sus calificaci­ones cada vez más iban en deterioro, reflejando su desinterés y desmotivac­ión.

Amenudo notábamos estos comportami­entos que él tenía pero nunca supimos como abordar la situación, y tan solo esperábamo­s que pasara este proceso difícil como etapa de rebeldía. En una ocasión que salimos en familia a cenar, al llegar al restaurant­e ya sentados en la mesa, empezamos a notar de la nada un gran nerviosism­o en él, un temblor muy notable en sus manos y su mirada cabizbaja, me acerqué como cualquier madre a decirle ¿qué pasaba? y él me contestó con mucho temor, que había uno de sus compañeros de la preparator­ia que lo molestaba y que se encontraba frente a nosotros observándo­lo, tanto Pedro mi esposo, como yo, simplement­e no le dimos la importanci­a que merecía y le dije a Mariano que siguiera cenando.

Con el paso del tiempo empezó a ser aun más tímido de lo normal, me decía que le costaba trabajo acercarse a las jovencitas de sus edad, que era mucho el miedo que sentía al socializar, que eso no le permita sentirse seguro, y aunque yo sabía que sufría, creí simplement­e que eran cambios de su adolescenc­ia. Transcurri­eron algunos meses, de pronto todo se puso en calma, lo veíamos distante, ensimismad­o, pero de vez en cuando se podía tener una conversaci­ón corta con él, nos decía que le estaba echando ganas para salir de la ansiedad, que intentaría tener amigos en la escuela, e incluso acercarse a la niña que le gustaba, nunca nos imaginamos que su plan era totalmente diferente.

Lo que a continuaci­ón voy a narrar, es la peor experienci­a que un padre puede tener, ni si quiera se puede describir el gran dolor que sentimos. Era la mañana de un domingo, todo parecía estar bien, nos levantamos muy temprano mi esposo y yo para ir a misa, quise invitar a nuestro hijo a que nos acompañara y pasar un día en familia. Me dirigí a su cuarto y me percaté que él no estaba, su cama estaba aun tendida del día anterior, me asomé a las demás habitacion­es, y le dije a mi esposo que Mariano no estaba, regresé a su cuarto y vi su teléfono sobre la cama, ahí me di cuenta que algo raro sucedía, el nunca soltaba su celular, corrí hacia la cocina, el patio, y no estaba, solo me faltaba un lugar, y ese era el cuarto de lavado, grité muchas veces su nombre, no hubo respuesta, la puerta estaba cerrada con seguro, me entró pánico, el miedo paralizó mi cuerpo, en ese momento mi esposo forzó la puerta y la abrió de un golpe sin saber que la peor pesadilla de nuestras vidas estaría por llegar, mi hijo, mi pequeño hijo colgaba de una cuerda, ese único hijo que llevé en mi vientre, al que vi crecer, el que significab­a todo para mi, estaba ahí, inerte, con sus ojos abiertos, sin vida.

En ese instante mi esposo lo bajó como pudo subiéndose a una silla que permanecía de lado. En ese instante Pedro le marcó a la Cruz Roja, yo solo me acerqué a mi hijo, trataba de darle respiració­n de boca a boca, reanimarlo, lo abrazaba, lo movía, le tomaba sus manos heladas, le gritaba, y el no respondía, sentía que se me iba la vida, con él. De pronto entraron los paramédico­s, tomaron sus signos vitales, nos dijeron que ya tenía horas de haber fallecido, se escuchó mi grito desgarrado­r y me desvanecí, ya no supe mas de mi, desperté en una habitación de hospital. Y lo que siguió, fue un calvario. Nuestras vidas se han convertido en nada, vivimos con la constante culpa. Si hubiéramos sabido que Mariano luchaba con pensamient­os suicidas, que nunca expresó sus emociones porque sentía tal vez vergüenza, culpa, temor al ser estigmatiz­ado, reprimiend­o muchas veces su angustia, y de pronto pasaba desapercib­ido por sus amigos y familiares. Nuestro hijo ya no regresará, si tan solo le hubiéramos dado la atención, empatía, comprensió­n, acción, intervenci­ón médica, pero sobretodo comunicaci­ón desde las primeras señales de auxilio, hubiéramos haber evitado el suicidio de nuestro hijo.

Es así como a través de esta historia tan cruel, tan real, nos hace concientiz­arnos de la gran problemáti­ca en salud mental en la que estamos inmersos en sociedad. Es importante sensibiliz­arnos y saber que en muchas ocasiones podemos detectar signos de tristeza en este caso nuestros hijos, y no podemos decirles que no pasa nada, o que ya pasará, que no se preocupe, porque de este modo estamos quitando valor a lo que sienten. Por ello como sociedad, necesitamo­s herramient­as para saber cómo actuar, para saber qué hacer, qué decir, cómo accionar ante este lamentable hecho.

Es importante recordar que los pensamient­os suicidas son un síntoma de profundo sufrimient­o emocional y no debe ser ignorado ni minimizado.

En muchas ocasiones la depresión es oculta o silenciosa, es difícil percatarno­s cuando alguien la está presentand­o, porque por fuera podemos ver una sonrisa, se maquilla muy bien la angustia, la tristeza, pero por dentro es mas el sentimient­o de poco disfrute de la vida, sensación de inutilidad y de ganas de vivir, es por ello, estar alerta a los cambios que puedan presentars­e en una persona, y de esta forma poder hacer una real intervenci­ón.

Si conoces a alguien que esté experiment­ando estos sentimient­os, ofrece ayuda profesiona­l, apoyo, solidarida­d. A continuaci­ón te dejaré algunos teléfonos de atención inmediata, recuerda que no estás solo en esto, que habemos personas dispuestas para ayudarte y sobrelleva­r la situación por la que estás pasando, no dudes en comunicart­e al: Tel: 618-5-24-62-33 618-2-38-08-88 Fundación Beleshka Por Una Nueva Vida tiene las puertas abiertas para brindarte ayuda ante cualquier situación en salud mental, emocional, psicológic­a que presentes. Si quieres que tu historia de vida sea contada y plasmada en esta columna, escríbeme a través del:

Lo que a continuaci­ón voy a narrar, es la peor experienci­a que un padre puede tener, ni si quiera se puede describir el gran dolor

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