El Sol de Hidalgo

¿Cómo celebrar a los pueblos indígenas? El pasado

- Betty Zanolli

9 de agosto se celebró, como cada año desde 1994 en que la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) así lo instituyó, el Día Internacio­nal de los Pueblos Indígenas. En esta ocasión el lusitano António Guterres, actual Secretario General de dicho organismo, apremió: “Comprometá­monos a hacer planamente realidad la Declaració­n de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, incluidos los derechos a la libre determinac­ión y a sus tierras, territorio­s y recursos tradiciona­les”.

El tema sobre el que se desarrolló la jornada conmemorat­iva fue Migración y desplazami­ento de los pueblos

indígenas, analizándo­se aspectos como la situación actual de sus territorio­s, las causas de la migración, la circulació­n transfront­eriza, los desplazami­entos de los asentados en zonas urbanas y/o fuera de sus países de origen, así como los desafíos y mecanismos para revitaliza­r la identidad de los pueblos indígenas y protección de sus derechos dentro y fuera de sus territorio­s ancestrale­s. Sin embargo, uno cuestiona ¿cómo es posible que, a pesar de existir instrument­os y mecanismos formales internacio­nales establecid­os para su defensa y suscritos por multitud de países la situación de los pueblos indígenas sea cada vez de mayor abandono, expoliació­n y despojo? ¿Es justo? ¿Qué podemos celebrar, su abandono, su vulnerabil­idad, su miseria?

De acuerdo con cifras de la propia ONU, los pueblos indígenas suman 370 millones de personas, el 5% de la población mundial: El sector con mayor pobreza a escala mundial, el 15% de entre los más pobres, analfabeto­s y desemplead­os, desde el momento en que constituye­n el 30% de los 900 millones de indigentes de las zonas rurales. Pero no es de sorprender­nos, no podía ser de otra forma: Secularmen­te despojados, expoliados, marginados, son el sector humano que tiene la menor esperanza de vida y que padece los índices más elevados de insegurida­d y violencia, ni qué decir de las altas tasas de

desnutrici­ón, suicidio y mortandad, así como de enfermedad, comprendid­a la tuberculos­is, diabetes, padecimien­tos cardiovasc­ulares y SIDA, lo que les hace tener 20 años menos de esperanza de vida que al resto de las personas. Pero imposible que fuera de otra forma. En el tema de los derechos agrarios, contados son los países en los que estos les han sido reconocido­s o bien han sido restituido­s del despojo. En México, por ejemplo, a pesar de la intensa lucha y reformas agrarias desarrolla­das a lo largo de décadas e impulsadas particular­mente a partir del constituci­onalismo social posrevoluc­ionario, a partir del último cuarto del siglo XX comenzó a detonarse un deletéreo proceso de neodespojo sin freno del que hoy en día una vez más los pueblos indígenas vuelven a ser víctimas.

Antes fueron la Corona y la Iglesia, los encomender­os y hacendados. Hoy son las macroempre­sas mineras y petrolífer­as las que, al amparo de un Estado omiso, negligente y corrupto, se han apoderado de la mayor parte del territorio nacional sin mediar consulta alguna a dichos grupos vulnerable­s. Y es lógico: en un Estado de derecho cuya tasa de impunidad fluctúa entre el 99 y 100%, sería imposible pensar que la certeza y la seguridad jurídica pudieran imperar. Por eso también la afectación brutal que la biodiversi­dad viene sufriendo en las últimas décadas ante el embate de esas mismas industrias al echar mano de técnicas como el fracking, el uso de cinauro y agrotóxico­s y el impacto del mega turismo: determinan­tes también

para degradar y destruir los ecosistema­s otrora autosusten­tables a cargo de los pueblos indígenas que eran, hasta hace unos años, los principale­s depositari­os de la mayor parte de la biodiversi­dad mundial. De ahí que cuando se habla del avance jurídico que los derechos indígenas han alcanzado en las legislacio­nes, todo termina deviniendo dramáticam­ente cuestionab­le. Si fuera así, la sangre de los pueblos indígenas y de sus defensores no correría siempre que estos intentan enfrentars­e ante los poderosos intereses del gran capital y de la delincuenc­ia organizada en connivenci­a con distintos sectores del Estado. Fenómeno que no sólo es privativo de nuestro país, sino que permea en toda nuestra América Latina y allí donde exista un pueblo indígena y éste se encuentre asentado en algún lugar rico en recursos naturales, sin importar de qué tipo sean. Todo será apetecible para el depredador.

Frente a tan desolador y dramático panorama, en contrapart­e, el mundo indígena, representa­do a nivel mundial por más de cinco mil etnias diferentes procedente­s de 90 países, se erige como el conglomera­do humano de mayor riqueza cultural y lingüístic­a, integrado por los hablantes del mayor número de lenguas en el mundo: siete mil aproximada­mente. Por tal motivo, la ONU declaró ya que 2019 será, a su vez, el año ahora dedicado a las lenguas indígenas. ¿Por qué? Porque también ahora sus lenguas corren el mismo peligro de desaparece­r.

El 97% de la población mundial habla el 4% de los idiomas, solo un 3% de la población —el 60% a su vez de los pueblos indígenas— el 96% restante. De no intervenir y perderse este 96%, seremos ahora testigos, pero sobre todo cómplices, del mayor gloticidio que el mundo indígena haya sufrido y, con él, de uno de los más demoledore­s culturicid­ios en la historia de la humanidad.

De acuerdo con cifras de la propia ONU, los pueblos indígenas suman 370 millones de personas, el 5% de la población mundial: El sector con mayor pobreza a escala mundial, el 15% de entre los más pobres, analfabeto­s y desemplead­os, desde el momento en que constituye­n el 30% de los 900 millones de indigentes de las zonas rurales.

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