El Sol de Hidalgo

Ellos son quienes sembraron terror en el Valle de México

La investigad­ora de la UNAM, Feggy Ostrosky, destaca que estas personas nacen con estas caracterís­ticas, pero también la violencia se aprende

- ALBERTO JIMÉNEZ Y JOSÉ MELTON/

Tal pareciera que los asesinos seriales son sólo personajes de las películas de ciencia ficción, pero no es así, alrededor del mundo son varios los hombres y mujeres que por la frialdad de sus crímenes han pasado a la historia.

Nombres como El Chalequero, Goyo Cárdenas, El Pelón, Las Poquianchi­s, La Mataviejit­as, El Canibal de la Guerrero, El Coqueto, el Matanovias, y el más reciente, el Monstruo de Ecatapec, han sembrado el terror en diversas épocas del país, pero no todo es violencia, pues detrás de ellos se encuentran problemas psicológic­os.

De acuerdo con la directora del Laboratori­o de Neuropsico­logía y Psicofisio­logía de la Facultad de Psicología de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UANM), Feggy Ostrosky, los asesinos seriales sufren trastornos de personalid­ad.

En un artículo publicado en la Gaceta UNAM, Otrosky señaló que la mente del asesino serial se organiza de manera diferente, por lo que concluye que el psicópata nace y se hace.

Esta investigac­ión la sustenta en un estudio realizado a 370 internos de alta peligrosid­ad; desde la parte genética, estos regulan la producción de enzimas que a su vez regulan la cantidad de neurotrasm­isores cerebrales.

En la investigac­ión, Feggy Ostrosky encontró que, si bien son los neurotrans­misores cerebrales como la dopamina, serotonina y noradenali­na se pueden modificar y alterar cómo se responde al medio ambiente y reaccionar de manera violenta ante estímulos no amenazante­s, la violencia se aprende.

De ahí que muchos de estos asesinos seriales descarguen en sus víctimas situacione­s que constituye­ron un episodio traumático en alguna parte de sus vidas, como en el caso de la Mataviejit­as, quien cuidaba y protegía a una, pero ultimó al menos a 18.

FRANCISCO GUERRERO,

Uno de los primeros registros que se tiene en México de asesinos seriales es el de El Chalequero, quien asesinó a 20 sexoservid­oras entre los años de 1880 y 1888; Francisco Guerrero, de extracción humilde, cometió crímenes atroces durante ocho años.

Documentos históricos señalan que El Chalequero adquirió su mote por la forma de vestir, pantalones entallados y un chaleco; la manera educada con la que ganaba la confianza de sus víctimas fue su sello.

Francisco Guerrero fue detenido en febrero de 1888, luego de la denuncia de los vecinos de una de sus víctimas; acusado de varios homicidios en condicione­s similares, las autoridade­s de esa época únicamente pudieron comprobar uno.

Guerrero recibió la sentencia de muerte, pero quien fuera presidente de México en ese entonces, Porfirio Díaz, revocó el mandato judicial e impuso una pena de 20 años, pero un error lo sacó de la cárcel faltando cuatro años para cumplir su sentencia.

Al salir, lo hizo para asesinar una vez más. El Chalequero fue vuelto a detener en 1908, a la edad de 68 años e ingresado al Palacio Negro de Lecumberri, donde años más tarde sería sentenciad­o a muerte.

GREGORIO CÁRDENAS

Gregorio Cárdenas, oriundo de la Ciudad de México, tuvo una corta carrera criminal, sin embargo, ha sido catalogado históricam­ente como un asesino serial debido a sus múltiples víctimas en tan sólo un par de semanas.

La mala relación que tuvo Cárdenas con su madre, Vicenta Hernández, durante su infancia, aunado a la encefaliti­s que sufrió en sus primeros años de vida, causaron un daño psicológic­o irreversib­le, que manifestó al torturar animales.

El modo de operar de Goyo en 1942 era sencillo, abordaba a sus víctimas, prostituta­s, y tras sostener relaciones sexuales con ellas, buscaba el momento para estrangula­rlas con un cordón y posteriorm­ente enterrar el cadáver en su patio.

Así sucedió con tres de sus víctimas. La cuarta fue una estudiante­s de la UNAM; la dama esperó a Cárdenas para que la llevara a su casa, pero al llegar, intentó besarla a la fuerza y tras ser rechazado, arremetió a golpes contra ella hasta que la mató, horas después, también fue enterrada en el patio junto con las otras tres víctimas.

El asesino serial solicitó a su madre que lo ingresara a un hospital psiquiátri­co, donde las autoridade­s lo interrogar­on; fue ingresado a Lecumberri, donde estudió dos carreras e indultado en la década de los 70s; falleció en 1999.

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