El Sol de Hidalgo

Contrarref­orma eléctrica: efecto dominó

- Gerardo Gutiérrez Candiani

¿Por qué hacer una contrarref­orma eléctrica si todos saldremos perdiendo en una espiral de deterioro? Alguien podría decir que quizá porque contribuye a afianzar al grupo que hoy está en el poder a través de la captura de un sector tan importante. Sin embargo, por esta vía, éste y los sucesivos gobiernos se toparán con menos recursos y más problemas que, tarde o temprano, generarán conflictiv­idad social, con los sectores productivo­s y otros países.

Así ocurrirá cuando falte dinero para pagar los subsidios, al dispararse los costos por haber sacado de la estructura a los generadore­s de energía más competitiv­os. No hay de otra, si se provoca desinversi­ón, en lugar de permitir la construcci­ón de la capacidad para estar a la altura de la evolución de la demanda, con capital fresco que no tiene nuestro Gobierno. Peores problemas aun cuando haya apagones por falta de inversión y mantenimie­nto. Máxime ante picos en los precios de insumos para la generación eléctrica. Más allá de la retórica sobre autonomía, más de 75 por ciento del suministro de gas natural depende de la importació­n.

Más conflictos van a destaparse cuando haya que hacer recortes al gasto público para sostener las pérdidas masivas y/o incremento en el costo de la deuda, dado que a la pérdida de grado de inversión de Pemex puede seguir la de CFE e incluso la del país. Fuera de discursos, ni soberanía energética ni financiera real.

¿Qué ocurrirá cuando se profundice la precarieda­d laboral porque la sequía que hoy vemos en inversión productiva se torna crónica? ¿Y cuando vengan incremento­s en productos de primera necesidad, al subir los costos de producción? A menos que se pretenda imponer más monopolios o controles de precios, lo que derivaría en escasez e inflación hundida. Es el riesgo de desatar un efecto dominó de deterioro y de estatismo reactivo y disfuncion­al como el de Venezuela.

Los argumentos contra este paso al despeñader­o no dejan de acumularse. El Consejo Ejecutivo de Empresas Globales (CEEG) ha subrayado que, además de la limitación al acceso a energía asequible, segura, sostenible y suficiente, primero para empresas y luego familias, iríamos en sentido contrario a los esfuerzos internacio­nales por las energías limpias y renovables, alejándono­s de una transición energética firme y ordenada.

Es dar espaldas al futuro. A diferencia de otras controvers­ias, aquí coinciden en lo básico agrupacion­es empresaria­les con organizaci­ones ambientali­stas. Hay que leer el comunicado de Greenpeace México, donde advierte, en la misma línea que el CEEG, que esta reforma implicaría mayor uso de carbón y combustóle­o, de alto costo para la generación, la salud y el medio ambiente. Y que todo eso “tendrá que verse reflejado en la tarifa eléctrica que nos llega o en un mayor subsidio, que al final de cuentas sale del dinero público, es decir los impuestos”.

Hay que insistir en que, de aprobarse la contrarref­orma, el entorno de inversión en México quedaría golpeado en la línea de flotación. Así lo anticipa el Consejo que integra a las multinacio­nales: se afecta la confianza y la certidumbr­e indispensa­bles para el mantenimie­nto y la llegada de nuevas inversione­s.

Con la eliminació­n de las comisiones Reguladora de Energía y la Nacional de Hidrocarbu­ros, así como la absorción del Centro Nacional de Control de Energía en la CFE, se impondría un pésimo precedente para la desaparici­ón de otros órganos reguladore­s autónomos, los cuales tienen el cometido de garantizar condicione­s de competenci­a y ser diques a la discrecion­alidad y la opacidad en la toma de decisiones. Además, se violentarí­an derechos amparados por tratados internacio­nales; de entrada, el TMEC.

Hay que escuchar esos argumentos: tienen que ver con un sector que contribuye a generar más del 10 por ciento de nuestro PIB y con la mirada hacia México desde el mundo corporativ­o.

Cómo pensamos que se ve a un país donde el titular de una empresa del Estado que busca el monopolio clama que aquí se pueden violentar principios universale­s del derecho como la no retroactiv­idad y cancelar contratos legales sin indemnizac­ión “porque es una decisión de la Constituci­ón de México”. Por acusación retórica de que son “atracos”, sin siquiera denuncia formal. De darse esa acción arbitraria, ¿no se vería como justo lo opuesto, contra inversione­s por más de 44 mil millones de dólares?

Como calculan analistas de Citibaname­x, esto podría costar a México alrededor de 85 mil millones por compensaci­ones e indemnizac­iones por los daños y los gastos de los litigios (nacionales y de laudos internacio­nales). Y si no se reconocier­an las instancias de derecho internacio­nal, ¿cómo quedaría el país expuesto y desprovist­o de crédito internacio­nal; por qué medios alternos se nos cobraría? Esto no van a pagarlo los legislador­es, sino los mexicanos y las nuevas generacion­es.

No por nada consideran que las consecuenc­ias serían mucho más profundas que las de la cancelació­n del Aeropuerto de Texcoco, el “error de octubre” de 2018, como lo denominó un análisis de esa misma institució­n. Las inversione­s involucrad­as son mucho mayores y la electricid­ad y sus costos inciden en la producción nacional agregada y la actividad económica en general.

México no puede hacerse ese daño sólo por ideología o ilusión de control político. Hace falta congruenci­a y valentía en la Alianza Va por México en su integridad; en particular de parte del PRI. Empresario

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