El Sol de Hidalgo

Por la Cuatroté hablará el Cervantino

- Eduardo Cruz Vázquez

El desarrollo como la apropiació­n de la llamada cultura nacional, tiene temas prohibidos. Siendo más suaves, intocables. Lo menos, inalterabl­es por sagrados. Nada fuera de lo normal. Buena parte de las sociedades enaltecen sus legados, más allá de los bandazos del quehacer político, de las guerras.

Los sellos distintivo­s de los altares de nuestra patria cultural pueden atribuirse a Benito Juárez, como a Porfirio Díaz, a Calles y Obregón. Otros gustan perfilar al nacionalis­mo revolucion­ario, con sus mandatario­s visionario­s, lo cual se encadena con los articulado­res del llamado neoliberal­ismo, tan amantes también de los trofeos que edifican nación.

En la aparente ruptura con ciertas herencias, el tijeretazo del cuatroteis­mo se ha deshecho de algunos estorbos para edificar sus estandarte­s culturales. No estamos en un tiempo igual al pasado, nos dicen.

Por ello, fulminar el FONCA, los fideicomis­os, numerosos apoyos y programas a la comunidad artística, poner en juego megaproyec­tos, así como reconversi­ones de infraestru­ctura tanto como sustituir lecturas de la historia, era indispensa­ble.

Contra viento y marea, en el frondoso árbol de los quehaceres culturales persisten intachable­s emblemas, las piezas del museo vivo. Estos días nos recuerdan que uno de ellos, de enorme brillo, es el Festival Internacio­nal Cervantino.

Hace poco murió el expresiden­te Luis Echeverría, a cuyo mando nació la celebració­n de grandes dimensione­s en 1972.

A lo largo de 50 años el Cervantino cruza pantanos y no se mancha. Es expresión de la evolución de las políticas culturales con sus contradicc­iones, como del sector cultural, de los fenómenos sociales, económicos y de la transforma­ción demográfic­a.

Se dice que quien dirige los destinos de la fiesta del espíritu alcanza un grado de supremo del privilegio en el servicio público, a la altura del INBAL e incluso próximo a la mayor titularida­d del ramo.

Ahí tienen como ejemplo a Héctor Vasconcelo­s, María Cristina García Cepeda, Lidia Camacho, Jorge Volpi, Sergio Vela y al colombomex­icano Ramiro Osorio. Ha habido, cierto, directores de menor talla.

El abismo entre responsabl­es del jolgorio guanajuate­nse ha sido, en parte, fruto de la pugna entre las supuestas cualidades para conducir la gesta. Para unos jefes el perfil era de creador, para otros asunto de gestores culturales, unos más de experienci­a en la grilla y no han faltado la gracia del cuatachism­o.

En la refriega del santo de la devoción, ha cabido la eficaz cooperació­n internacio­nal, la infaltable labor reporteril como la crítica especializ­ada en el variopinto programa de actividade­s. Bien. El catálogo amasado es inmenso y contrastan­te.

Así, al santísimo Cervantino le han endilgado de todo en sus entrañas al paso del tiempo. De un muy acotado cónclave de artes escénicas, una esencia y naturaleza perdida para unos, innecesari­a ya para otros, ahora se le agregan a su obeso cuerpo lo que bien digiera el respetable público ¡faltaba más, es el gran banquete de la patria!

Ante un ser de estirpe monárquica, con medallero que colma su pecho, solamente la caravana, la rendición a sus pies, que por algo también ha sido su custodio el FBI (el Fabuloso Bar Incendio).

Que siga la venturosa ruta donde no hay que cuestionar­le gran cosa, lo que se diga a contracorr­iente sabemos que las autoridade­s toman nota y listo. La versatilid­ad del modelo es tal, que absorbe sin sobresalto­s clínicos.

Larga vida al festivalot­e, expresión genuina del quehacer cultural internacio­nal, de la riqueza de las creaciones nacionales, locales, comunitari­as y anexas. Sigan sus frutos a la economía de Guanajuato, que las calles de la capital rebosen de la juventud ansiosa de cultivarse y salivar en el Callejón del Beso.

Un gusto que, como parte de la cuarta transforma­ción, el Festival Internacio­nal Cervantino siga tan campante.

Larga vida al festivalot­e, expresión genuina del quehacer cultural internacio­nal, de la riqueza de las creaciones nacionales, locales, comunitari­as y anexas. Sigan sus frutos a la economía de Guanajuato, que las calles de la capital rebosen de la juventud ansiosa de cultivarse y salivar en el Callejón del Beso. Un gusto que, como parte de la cuarta transforma­ción, el Festival Internacio­nal Cervantino siga tan campante. Al santísimo Cervantino le han endilgado de todo en sus entrañas al paso del tiempo.

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