Polarización y emociones
¿Qué hacer cuando nos topemos con contenidos polarizantes? Lo primero es reconocerlos. Para ello, es importante que nos fijemos muy bien cuando leamos, veamos o escuchemos contenidos en los medios o en las redes que nos quieran hacer sentir enojo, miedo, angustia, que simplifiquen en dos alternativas los planteamientos y soluciones, y que quieran hacernos sentir que debemos tomar partido (del tipo, “o están conmigo o están contra mí”).
Esta semana pasada en una clase dedicada al tema de la polarización, mis alumnos ponían ejemplos de contenidos en los medios y en las redes sociales que para ellos resultaban muy controversiales, difíciles de digerir, y en donde el asunto parecía reducirse a dos lados nada más, aunque muy opuestos y confrontados. Contenidos que podrían definirse como “polarizantes”.
Los alumnos, provenientes de distintos países, mostraron ejemplos basados en la religión, las clases sociales, la pertenencia a determinados grupos étnicos, la inmigración, la diversidad sexual, la posesión de armas, y otros más según los temas “polarizantes” en sus diferentes lugares de origen. Sin embargo, independientemente de esta variedad de asuntos, la forma en que ciertos medios daban la información y, sobre todo, la forma en que ciertas figuras políticas hablaban de estos temas eran lo que identificaban como polarizante. Más importante fue la reflexión acerca de cómo este tipo de contenidos los hacía sentir. Miedo, enojo, angustia, decepción fueron sentimientos muy nombrados. De aquí, cabe preguntar, ¿cómo nos afecta este tipo de contenidos?
La polarización funciona porque despierta emociones; emociones negativas. Y lo hace a través de nuestras percepciones, ideas y sentimientos de identidad: quiénes somos, la comunidad a la que pertenecemos, los grupos con los que nos identificamos, las creencias y valores que sostenemos. Es esto lo que suele aparecer en riesgo en los contenidos polarizantes.
Cuando aprendemos algo nuevo –desde andar en bicicleta, hasta una nueva teoría sobre el universo--, lo hacemos “almacenando datos en la memoria” y asociando esta experiencia con emociones. Éstas son más intensas y fuertes en aquellos temas y experiencias que definen nuestra identidad. Los discursos polarizantes a menudo se basan en reforzar ciertos rasgos de estas identidades con el fin de distinguirnos de “los otros”. Pero no solo eso, pues también ofrecen una imagen de “ellos” y de sus intereses como un peligro para nosotros, para lo que somos, para aspectos importantes de nuestra identidad (como “madre”, “mexicano”, “hijo”, “hombre”, “liberal”, “católica”, etc.).
La polarización es preocupante porque, entre otras cosas, destruye la confianza entre las personas y en las instituciones. Aquí escuchamos cosas como, “no se puede confiar en los otros”, “las instituciones no funcionan o están al servicio de quién sabe quién”. Asimismo, la polarización empobrece el debate al poner solo dos opciones: “nosotros los buenos, ellos los malos”. Y fortalece la sensación de incertidumbre: “no hay rumbo”, “todos son iguales”. También crea enemigos. Más aún, nos quiere persuadir de que son “nuestros enemigos”. Y, en consecuencia, dificulta el diálogo, la tolerancia y la negociación, que a los ojos de los más polarizados se ven como una traición a la causa.
Ante esto, no podemos ser ingenuos, pues la polarización sirve siempre –y recordemos, siempre-- a los propósitos de los grupos y de los personajes que la promueven en detrimento de acuerdos y soluciones comunes entre diferentes grupos y personas que puedan ser o pensar diferente.
¿Qué hacer cuando nos topemos con contenidos polarizantes? Lo primero es reconocerlos. Para ello, es importante que nos fijemos muy bien cuando leamos, veamos o escuchemos contenidos en los medios o en las redes que nos quieran hacer sentir enojo, miedo, angustia, que simplifiquen en dos alternativas los planteamientos y soluciones, y que quieran hacernos sentir que debemos tomar partido (del tipo, “o están conmigo o están contra mí”).
Lo segundo es preguntarnos, ¿quién gana con mi enojo, con mi miedo o con mi angustia? Y, por último, si el tema en cuestión de veras nos incomoda, hagamos un esfuerzo de honestidad y preguntémonos, ¿hay alguna otra forma de entenderlo distinta a la alternativa polarizante?
Es una forma para comprender mejor las cosas, no hacerle el juego a quienes ganan con nuestras emociones negativas y, sobre todo, vivir con menos enojo, angustia o miedo.