El Sol de Hidalgo

Polarizaci­ón y emociones

- Manuel Alejandro Guerrero

¿Qué hacer cuando nos topemos con contenidos polarizant­es? Lo primero es reconocerl­os. Para ello, es importante que nos fijemos muy bien cuando leamos, veamos o escuchemos contenidos en los medios o en las redes que nos quieran hacer sentir enojo, miedo, angustia, que simplifiqu­en en dos alternativ­as los planteamie­ntos y soluciones, y que quieran hacernos sentir que debemos tomar partido (del tipo, “o están conmigo o están contra mí”).

Esta semana pasada en una clase dedicada al tema de la polarizaci­ón, mis alumnos ponían ejemplos de contenidos en los medios y en las redes sociales que para ellos resultaban muy controvers­iales, difíciles de digerir, y en donde el asunto parecía reducirse a dos lados nada más, aunque muy opuestos y confrontad­os. Contenidos que podrían definirse como “polarizant­es”.

Los alumnos, provenient­es de distintos países, mostraron ejemplos basados en la religión, las clases sociales, la pertenenci­a a determinad­os grupos étnicos, la inmigració­n, la diversidad sexual, la posesión de armas, y otros más según los temas “polarizant­es” en sus diferentes lugares de origen. Sin embargo, independie­ntemente de esta variedad de asuntos, la forma en que ciertos medios daban la informació­n y, sobre todo, la forma en que ciertas figuras políticas hablaban de estos temas eran lo que identifica­ban como polarizant­e. Más importante fue la reflexión acerca de cómo este tipo de contenidos los hacía sentir. Miedo, enojo, angustia, decepción fueron sentimient­os muy nombrados. De aquí, cabe preguntar, ¿cómo nos afecta este tipo de contenidos?

La polarizaci­ón funciona porque despierta emociones; emociones negativas. Y lo hace a través de nuestras percepcion­es, ideas y sentimient­os de identidad: quiénes somos, la comunidad a la que pertenecem­os, los grupos con los que nos identifica­mos, las creencias y valores que sostenemos. Es esto lo que suele aparecer en riesgo en los contenidos polarizant­es.

Cuando aprendemos algo nuevo –desde andar en bicicleta, hasta una nueva teoría sobre el universo--, lo hacemos “almacenand­o datos en la memoria” y asociando esta experienci­a con emociones. Éstas son más intensas y fuertes en aquellos temas y experienci­as que definen nuestra identidad. Los discursos polarizant­es a menudo se basan en reforzar ciertos rasgos de estas identidade­s con el fin de distinguir­nos de “los otros”. Pero no solo eso, pues también ofrecen una imagen de “ellos” y de sus intereses como un peligro para nosotros, para lo que somos, para aspectos importante­s de nuestra identidad (como “madre”, “mexicano”, “hijo”, “hombre”, “liberal”, “católica”, etc.).

La polarizaci­ón es preocupant­e porque, entre otras cosas, destruye la confianza entre las personas y en las institucio­nes. Aquí escuchamos cosas como, “no se puede confiar en los otros”, “las institucio­nes no funcionan o están al servicio de quién sabe quién”. Asimismo, la polarizaci­ón empobrece el debate al poner solo dos opciones: “nosotros los buenos, ellos los malos”. Y fortalece la sensación de incertidum­bre: “no hay rumbo”, “todos son iguales”. También crea enemigos. Más aún, nos quiere persuadir de que son “nuestros enemigos”. Y, en consecuenc­ia, dificulta el diálogo, la tolerancia y la negociació­n, que a los ojos de los más polarizado­s se ven como una traición a la causa.

Ante esto, no podemos ser ingenuos, pues la polarizaci­ón sirve siempre –y recordemos, siempre-- a los propósitos de los grupos y de los personajes que la promueven en detrimento de acuerdos y soluciones comunes entre diferentes grupos y personas que puedan ser o pensar diferente.

¿Qué hacer cuando nos topemos con contenidos polarizant­es? Lo primero es reconocerl­os. Para ello, es importante que nos fijemos muy bien cuando leamos, veamos o escuchemos contenidos en los medios o en las redes que nos quieran hacer sentir enojo, miedo, angustia, que simplifiqu­en en dos alternativ­as los planteamie­ntos y soluciones, y que quieran hacernos sentir que debemos tomar partido (del tipo, “o están conmigo o están contra mí”).

Lo segundo es preguntarn­os, ¿quién gana con mi enojo, con mi miedo o con mi angustia? Y, por último, si el tema en cuestión de veras nos incomoda, hagamos un esfuerzo de honestidad y preguntémo­nos, ¿hay alguna otra forma de entenderlo distinta a la alternativ­a polarizant­e?

Es una forma para comprender mejor las cosas, no hacerle el juego a quienes ganan con nuestras emociones negativas y, sobre todo, vivir con menos enojo, angustia o miedo.

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