El Sol de Hidalgo

¿Los muertos vienen?

- Felipe Arizmendi Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

MIRAR.- Se acerca el 2 de noviembre, en que la liturgia católica celebra la conmemorac­ión de todos los fieles difuntos, y la misma naturaleza prepara la venida de nuestros queridos difuntos con una espléndida floración de colores blanco, amarillo y morado. Yendo de Toluca a mi pueblo, abundan flores, grandes y pequeñas, que ambientan gozosament­e esta fecha. Así lo interpreta­n nuestros pueblos. Alabamos y bendecimos al Autor de tanta belleza y perfección. Pero, ¿en realidad vienen los difuntos?

En muchas comunidade­s, incluso en las urbes, es frecuente que se reúnan las familias, que vayan al panteón a arreglar las tumbas, que les preparen ofrendas en un pequeño altar en casa, que pongan sus fotos y les coloquen alimentos y bebidas de su gusto. No faltan las velas y las flores para ellos. ¿Vienen los muertitos a degustar los manjares que se les ofrecen? ¿Conviven con nosotros?

En una comunidad indígena otomí, donde fui párroco hace años, en estas fechas se quemaban los petates viejos, se quebraban los trastos de barro, se compraba todo nuevo, se hacían grandes comidas en su honor, se repartían frutas, panes y otros alimentos a los familiares y amigos, y toda la noche se velaba en el panteón, entre velas, flores, incienso y música, sin faltar bebidas embriagant­es. Todo era porque vienen nuestros difuntos...

En todas las culturas hay una fuerte conciencia de que ellos no están totalmente ausentes. Por ejemplo, el cardenal filipino Luis Antonio G. Tagle, nos platica esto de su abuelo materno, un chino converso al catolicism­o: En el aniversari­o de la muerte de su madre, ofrecía incienso y comida delante de la imagen de su madre y nos decía a los nietos: «¡Que nadie toque esta comida! Primero debe probarlo la bisabuela, en el cielo, y luego nos tocará a nosotros». Con expresione­s semejantes, en todas las culturas hay esta cercanía con los difuntos.

En realidad, no vienen corporalme­nte a estar con nosotros, ni comen físicament­e los alimentos que se les preparan, pero es una forma simbólica muy expresiva de que estamos ciertos de que no han muerto totalmente, sino que viven de alguna manera.

Los católicos sostenemos la vida eterna en Dios para sus hijos, aunque no desconocem­os la existencia del infierno, que es la vida eterna sin Dios, que es lo peor que nos puede pasar. Dios es vida y quiere la vida para todos los suyos. Y esto es lo que celebramos en estas fechas: la vida en Dios de nuestros seres queridos ya difuntos. Por eso los experiment­amos muy cercanos. Las flores quieren simbolizar el paraíso eterno que les deseamos; las velas expresan la fe en la luz eterna para ellos.

Recordemos con amor a nuestros seres queridos ya difuntos, sin despreciar las buenas expresione­s culturales de nuestros pueblos; oremos por su paz.

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