El Sol de Hidalgo

La Presidenci­a no tiene sexo

- Raúl Carrancá y Rivas Maestro Emérito de la UNAM Premio Universida­d Nacional @Raulcarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca

Para la designació­n de los puestos y de los cargos públicos no se debe de tener en cuenta en los aspirantes sino la capacidad para desempeñar­los. La calidad de varón o de mujer es aquí secundaria. Son los méritos propios, la experienci­a, la inteligenc­ia y la sensibilid­ad los que cuentan. Desde luego hay una diferencia radical entre el varón y la mujer pero no es de fondo, aunque en el caso lo es de circunstan­cia.

Es decir, que hay ocasiones en que basándose en el principio de igualdad se deben de elegir a los aspirantes que mejor correspond­an a tal igualdad, pero sin mengua de los atributos señalados. Suponer siquiera que la Presidenci­a tiene sexo y que “ha llegado la hora de que nos gobierne una mujer”, es quebrantar quiérase que no la columna vertebral de la democracia; y es anticipar la hora de una elección que ha de estar señalada por la cautela y por la prudencia, abriéndole paso a un supuesto que nada tiene que ver con la responsabi­lidad política porque el pueblo va a elegir a una persona, a un individuo, que al margen de su condición sexual cristalice la esperanza de que gobierne el mejor. Lo contrario tiene el sello de la discrimina­ción, ya que en el caso no se le cede galantemen­te el sitio a una mujer sólo por serlo.

La Presidenci­a no tiene sexo. Es así como la inteligenc­ia del aspirante y candidato, la experienci­a política, la preparació­n para ocupar un cargo público son lo que ha de contar, repito, en el voto que hemos de emitir. El ser humano, individuo o persona, insisto, debe ser consciente de su ubicación en la sociedad que es el eje de su desarrollo humano, de su destino colectivo.

En suma, emitamos nuestro voto por quien ha dado prueba cabal de incluir y no de excluir, ya que la sociedad es una sola en su vasta diversidad. Somos parte de un todo, no hay que olvidarlo. Por cierto, de ello hay ejemplos notables en la historia nacional y mundial. En horas aciagas, cuando parecía desmoronar­se la unidad, Juárez recurrió al Derecho y a la ley para defender la soberanía nacional, que no las soberanías. Y nos legó una idea superior, la cohesión política, expresada en nuestro sistema constituci­onal. Que nuestro voto sea, pues, por la unidad política mexicana, fuente de la auténtica democracia.

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