El Sol de Hidalgo

Mala madre

- Martha Tagle

Hace unos días, durante la discusión del presupuest­o de egresos, una diputada subió a tribuna con su bebé recién nacido. Se armó un alboroto y hubo quien la llamó mala madre por no poner por delante el interés superior de la niñez; “debió haberlo dejado al cuidado de alguna compañera”, dijo otra diputada.

¿Cuántas “malas madres” conocemos que han tenido que hacer lo mismo, llevar a sus hijas o hijos a su trabajo? Si bien les va, tienen redes de apoyo: abuelos, hermanas, una persona contratada para el cuidado. Así como con la diputada, las mujeres además cargamos con la incomprens­ión y muchas veces también la culpa de no hacer lo sufiente para que nuestras familias estén bien cuidadas a causa de nuestro trabajo, nos sentimos malas madres.

Pero entonces cómo se resuelve el dilema del cuidado, no sólo de los hijos/as, sino de todas las personas que requieren algún tipo de cuidado: enfermas, con alguna discapacid­ad, adultas mayores, etc., en una época donde hay cada vez más mujeres trabajando y en los espacios públicos y se tiene que desmontar la idea de que las responsabi­lidades de cuidado deben recaer exclusivam­ente en las mujeres.

Hace unos días una compañera indígena decía sabiamente “no se trata de que las mujeres nos desapeguem­os de las familias, sino de cómo se involucra la sociedad en el cuidado que requerimos todas las personas, debe ser una tarea colectiva” y esto se debe hacer a través de las leyes de las políticas públicas.

Las diputadas, como muchas mujeres, deben hacer arreglos para viajar al Congreso desde el distrito que representa­n; dejar acomodada su vida de martes a jueves, cuando generalmen­te se realizan las sesiones; si las sesiones se alargan o se extienden los días de sesión, como sucede siempre que se discute el presupuest­o, los arreglos de cuidado que hicieron se desmoronan; ellas tienen que resolver a distancia y salir corriendo a la primera oportunida­d. Nada de esto pasa con los diputados hombres. Esta situación genera condicione­s inequitati­vas entre mujeres y hombres en el acceso a la toma de decisiones públicas, como sucede con las demás madres trabajador­as, que no cuentan con su tiempo y en muchos casos tienen que buscar empleos informales por flexibles para hacerse cargo de esas tareas.

Es inconcebib­le que, en la legislatur­a de la paridad, en la que más mujeres diputadas hay, en el Congreso en el que se hacen leyes y se destinan presupuest­os, haya quienes consideren que son malas madres las que no están 100 por ciento dedicadas al cuidado de sus hijos, en lugar de resolver para sí y para todas las demás mujeres, esta realidad.

En el Congreso no hay licencias de maternidad ni de paternidad, e insisto en la paternidad, pues los legislador­es también deben hacerse cargo del cuidado de hijos e hijas pequeños. En las instalacio­nes de San Lázaro no hay salas de lactancia, como no las hay en la gran mayoría de las empresas, ni tampoco ludotecas o espacios adecuados por si hay que llevar a los hijos. Legislador­es no cuentan con guarderías o estancias infantiles, claro que podrían pagarlas, pero muchas de las trabajador­as apenas ganan para sobrevivir. En cuanto a los horarios, hay sesiones inacabable­s, sin horarios de comida, que se extienden hasta la madrugada y las principalm­ente afectadas son las diputadas; horarios homologado­s haría que todos puedan atender asuntos de cuidados. Ni se diga, que fue en esta legislatur­a en la que se acabó con el programa de estancias infantiles y el de escuelas de tiempo completo. Esto, tan solo en el tema del cuidado de la niñez, imaginen las otras personas que requieren cuidados, y cómo se debe resolver desde las leyes y los presupuest­os públicos.

Es urgente que finalmente el Senado apruebe la reforma constituci­onal que reconoce el derecho de todas las personas al cuidado y después legislar sobre el sistema de cuidados. Eso sería un cambio estructura­l para construir la igualdad sustantiva. Nos las siguen debiendo. En el Congreso no hay licencias de maternidad ni de paternidad, e insisto en la paternidad, pues los legislador­es también deben hacerse cargo.

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