La economía en la vorágine política
La economía mexicana está muy lejos de ser boyante. Más bien, los indicadores dan cuenta de un desempeño sub-óptimo, con una inercia inferior al promedio de los últimos 20 años, y con diversas vulnerabilidades y riesgos acumulándose.
No está enfilada a una inevitable crisis de fin de sexenio, pero para descartar por completo esa probabilidad y propiciar una nueva etapa con vientos a favor el 1 de octubre, cuando se dará el cambio de estafeta en la conducción del país, hay que ver con objetividad cómo estamos y a dónde vamos para tomar las decisiones correctas.
Los buenos resultados en 2022 y 2023 se debieron en gran medida a la sorpresa de que no se dio la recesión que se daba por descontado en Estados Unidos. Con una mirada más amplia, el desempeño está muy lejos del de las economías más dinámicas del mundo, al contrario de lo que llega a afirmarse en propaganda gubernamental. Y no poca cosa.
El crecimiento promedio anual de 2018 al corte de 2023 fue 0.64 por ciento anual. Lo que al inicio del sexenio se motejó como “el crecimiento mediocre de la era neoliberal” es tres veces superior.
Se pone el pretexto de la pandemia, pero comparando el crecimiento acumulado de cinco años, el de nuestros socios del TMEC es muy superior. Más aún, la economía mexicana se ha empobrecido, tomando en cuenta el PIB per cápita: una disminución acumulada de 1.84 por ciento entre 2018 y 2023.
Se habla de un gran avance de los salarios. El mínimo subió extraordinariamente: 181 por ciento de diciembre de 2018 a fines de 2023. Sin embargo, en los salarios totales, apenas ocho por ciento. El crecimiento de los precios comparado con los salarios promedio fue 3.45 veces.
En suma, persiste el desafío de tener una economía que genere más y mejores empleos, lo cual tiene mucho que ver con la enorme asignatura pendiente de la informalidad laboral y con la necesidad de elevar la inversión, privada y pública.