Dios me llama por mi nombre
IDEAS Y REFLEXIONES SOBRE LA LITURGIA DE CADA DOMINGO
Durante los domingos de este tiempo en el ciclo B seremos invitados a leer el evangelio de Marcos, el intérprete griego y el portador de Pablo. A través del testimonio de los discípulos que Marcos en primer lugar ordenó en un texto escrito, el cristiano de hoy no sólo puede conocer los hechos de la vida de Jesús, pero también la experiencia de aquellos que lo siguieron. El Evangelio no revela solamente la identidad del Señor, el Hijo de Dios, sino también al hombre. La liturgia de hoy indica con trazos precisos el camino del discípulo, presenta el programa de una vida cristiana, revela el sentido de la vocación. En primer lugar hoy se pone el encuentro entre Jesús y el hombre: un encuentra siempre aparentemente casual.
La Palabra de Dios hoy, en la liturgia
Primera lectura: El fragmento de la Biblia en esta primera lectura narra la vocación profética del joven Samuel. No hay visión alguna, sólo la voz del Señor que llama. La respuesta de Samuel es docilidad y obediencia: “Habla, que tu siervo escucha”. La atención a la palabra de Dios se concreta en realizar su voluntad. Salmo responsorial: El salmo 39 canta la alabanza al Señor que se inclina sobre cuantos esperan en él y al mismo tiempo la disponibilidad del hombre que acoge el querer de Dios, pronto a aceptar su señorío. Segunda lectura: Por cinco domingos la Iglesia nos invita a leer los trozos principales de la primera carta del apóstol Pablo a la comunidad cristiana de Corinto, una grande ciudad marítima de Grecia. En este trozo Pablo recuerda a los cristianos la santidad del cuerpo humano: él es ‘ miembro de Cristo’ y ‘templo del Espíritu Santo’. Los cristianos, pues, no se dejan contaminar de la impureza ni ser disolutos. Evangelio: El apóstol Juan narra un hecho del cual él mismo es protagonista. Con Andrés decide seguir a Jesús, el Cordero de Dios. A los discípulos les es concedido ‘ver’ su casa y estar en su compañía: reconocen en Jesús al Maestro y el Mesías. Es este el mensaje que vamos a testimoniar a los demás.
Lo que aprendo, hoy te lo comparto
Si un hombre dice “si” abre camino, si hombre dice “si” nace el amor, si un hombre dice “si”, tiembla mundo, nace Dios cuando un hombre dice “si”. En el evangelio de este domingo ha ocurrido precisamente eso: “los dos discípulos oyeron sus palabras, y siguieron a Jesús”. Ahora sí. En ese momento se pone en marcha un plan acariciado desde siglos en el corazón de Dios. Hay en el cielo un repique de campanas porque un hombre, dos hombres en este caso, libremente, han empezado a responder que si. Y el amor de Dios, que estaba como esperando, tiene ya una puerta para entrar. Una pregunta sencilla: “Maestro, ¿dónde vives?” Y la respuesta inmediata: “Venid y lo veréis”. Es una invitación a compartir un pedazo de la vida de ese Jesús que nos han presentado, que hemos descubierto. A vivir como Jesús vivió, y a entrar en contacto con su corazón. Luego, claro, la noticia se extiende y salimos por ahí comunicando a otro que por n, hemos encontrado a alguien que ha dado sentido a nuestra vida: “Hemos encontrado al Mesías”. Cuando Dios se encuentra con un hombre que dice “si” todo es posible. ¿Dónde está tu “si”?
Y desde la Palabra de Dios un compromiso
En ambas lecturas apreciamos una experiencia de aprendizaje y discipulado. Elí es el facilitador que auxilia a Samuel y le enseña a escuchar la voz de Dios. En el cuarto Evangelio, Pedro y Andrés solicitan a Jesús que les abra su espacio familiar para interactuar con él y aprender su manera especial de acercarse a Dios. La experiencia del encuentro con Dios no resulta nada fácil. El ser humano tiene que abrirse a otra dimensión, más allá de las realidades sensibles, debe aprender a deletrear los símbolos y las manifestaciones discretas de la presencia de Dios con humildad y perseverancia. Aprender a contemplar la vida en profundidad es algo desa ante. Necesitamos de un guía experimentado como Jesús que haya vivido en cercana intimidad con Dios. Como escribiera Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar...”. Parafraseando lo anterior, cabría decir, que nadie nace amando a Dios o combatiéndolo; nuestros padres al ejercer la función del modelaje, nos acercan o alejan de la experiencia del amor de Dios. Estamos viviendo una crisis en la educación religiosa o en la experiencia de la transmisión de la fe. Las formas que nuestros padres usaron para acercarnos a Dios han ido cambiando o desapareciendo. Se dejó de bendecir los alimentos, de rezar en familia, de vivir rodeados de símbolos religiosos cargados de sentido. Dios parece ser el gran ausente. La familia no encuentra caminos naturales para compartir la fe. Quien se decida a hacerlo tendrá que retomar único camino que verdaderamente funciona: la coherencia entre la fe profesada y las actitudes asumidas.