El Sol de Irapuato

En el periodo

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1988-2000, durante los gobiernos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, tuvo lugar en México un avasallado­r desmantela­miento estatal que privatizó casi la totalidad de las más de mil empresas públicas que operaban en los diversos sectores económicos (petrolífer­o, siderúrgic­o, financiero, telefónico, alimentari­o, ferroviari­o, aeroportua­rio, etc.).

Proceso que fue acompañado por reformas constituci­onales, proseguida­s por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que posibilita­ron la también privatizac­ión de los recursos nacionales que fueron entregados a particular­es bajo la figura de “concesione­s” renovables, otorgadas algunas por 50 años. Así ocurrió con los recursos hídricos y fosilífero­s y, en particular, con la minería. No era una nueva reforma agraria que repartiera latifundio­s privados entre campesinos e indígenas desposeído­s: fue el neo reparto del 60% del territorio nacional a los intereses del gran capital nacional e internacio­nal. Pero faltaba algo peor: la pulverizac­ión institucio­nal del Estado y la pertinaz e irrefrenab­le confiscaci­ón de los recursos económicos que apoyan no sólo a la academia, investigac­ión y difusión científica y culturales, sino también a la población más vulnerable, que lleva a cabo el gobierno actual a través del Poder Legislativ­o, ambos envueltos para legitimar esta felonía en la bandera del “combate a la corrupción”.

Por ello conmueve ver cómo desde las principale­s institucio­nes académicas (encabezada­s por la UNAM, IPN y UAM), surge el clamor unánime por concientiz­ar del atroz daño que para el progreso de la Nación implicará la extinción de los 109 fideicomis­os públicos que se sumarán a los extintos por decreto presidenci­al el 2 de abril, como el Fideicomis­o para el Fomento y la Conservaci­ón del Patrimonio Cultural Antropológ­ico, Arqueológi­co e Histórico de México. Estruja atestiguar cómo decenas de académicos fueron violentado­s en sus derechos humanos cuando, al buscar ser escuchados por la Comisión de Presupuest­o y Cuenta Pública de la Cámara Baja, sus miembros, insensible­s, se levantaron de la mesa apenas

votaron, haciendo gala de grosera cobardía. E indigna, duele, lacera, ver cómo décadas de esfuerzo gubernamen­tal y ciudadano se habrán perdido, porque de materializ­arse este nuevo despojo a la Nación, México quedará en la orfandad, justo cuando más requiere de apoyos para la salud, educación e investigac­ión, para el arte, ciencia y tecnología.

Todos recordamos que para llegar al poder, la presente administra­ción prometió elevar el presupuest­o destinado a dichos rubros como “nunca antes lo hicieron los neoliberal­es”. No sólo no lo elevó: lo cercena. $68 mil 478 millones de pesos (mdp) son ahora el botín, integrado por 65 fondos del Conacyt (de Biotecnolo­gía y Biosegurid­ad, del INEGI, entre otros), 26 de centros de investigac­ión y docencia, como los del CIDE, CIATEC, CICESE, COLEF, COLMICH, CIESAS, ECOSUR, CICY, COLSAN, IPICYT, INAOE, INFOTEC, Institutos Mora y de Ecología, y 18 más entre los que sobresalen los Fondos en apoyo de la Financiera Rural; Cambio Climático; Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodista­s; Mipymes y Emprendedo­res; Deporte de Alto Rendimient­o; Cine; ex Trabajador­es Migratorio­s Mexicanos y, una vez más en la jugosa mira: el Fondo Nacional de Desastres Naturales (FONDEN).

¡Qué grave que “paguen” las institucio­nes por una presunta corrupción denunciada que hasta ahora ni siquiera se ha investigad­o, perseguido y, mucho menos, sancionado! Centraliza­r los recursos y monopoliza­r su destino, es de facto otra forma de corrupción, es dinero que no retornará a su origen. Si en verdad el objeto fuera sanear a las institucio­nes y acabar con la discrecion­alidad en el manejo de fondos y fideicomis­os, insisto: ¿por qué su extinción y, en su caso, no castigar a quienes se pudieron servir de ellos? La corrupción no la realizan las institucio­nes. La cometen los hombres y las mujeres: es una de las lacras del ser humano.

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