Somos como drones a control remoto
El escritor Naief Yehya explora en su nuevo libro la tecnologización de las experiencias humanas y su papel en tiempos de una pandemia mundial
Por cada like en Facebook, cada match en Tinder, cada viaje de Uber, el ser humano se convierte en dron. Suena a locura, pero no lo es. La dronificación del mundo ya comenzó y de eso está convencido Naief Yehya, uno de los autores que más ha escrito sobre cyberpunk, la ideología que hace más de 30 años habló de lo que ya sucede: la tecnologización de las experiencias humanas.
“¿Cuándo íbamos a imaginar que, en una pandemia, los únicos que iban a estar seguros en las calles serían las máquinas? En Europa, los drones dan instrucciones a la gente para que regresen a sus casas. Las aplicaciones nos dicen qué comer, con quién platicar o qué comprar. El dron, la máquina, por fin impone órdenes”, dice Yehya, quien acaba de publicar Mundo dron: Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas (Debate, 2021).
En este ameno y revelador ensayo, el autor habla sobre el contraste entre los avances tecnológicos del capitalismo de vigilancia y la decadencia de sociedades que viven inmersas en la desigualdad social, el cambio climático y la mercantilización de lo humano. Lo hace a través del análisis de un dispositivo que lleva entre nosotros muchos años: el dron. Una máquina que, si bien se ha utilizado para la guerra —con consecuencias mucho más fatales, dice—, ahora tiene otros usos y resignificaciones en la vida cotidiana.
“Lo que vemos en esta pandemia son los drones humanos, hombres en motocicleta entregando comida a control remoto desde una app con inteligencia artificial.
Nos dronificamos para rescatarnos a nosotros mismos porque afuera hay un virus mortal. Vaya ironía social”, reflexiona.
Otro fenómeno que ha sucedido durante el confinamiento, es la “zoombificación”, término relacionado con el uso constante de zoom. Las videollamadas han marcado la pauta de una nueva forma de convivencia. Aunque nada sea gratuito, porque cuando ingresamos a Zoom o cualquier otra aplicación o servicio, en automático regalamos información a los grandes corporativos de Silicon Valley, de acuerdo con los últimos reportes de seguridad del gobierno estadounidense.
Y es que, en un inicio, Internet fue ese refugio que vendió una de las ideas más románticas en la historia de la civilización: el libre acceso a la cultura y a la economía. “La idea era apropiarse todo, utilizarlo a nuestro modo e ignorar a los corporativos y a las instituciones que se creían dueñas de la tecnología. Todo esto era muy atractivo, pero había un costo: los derechos de los creadores estaban siendo violados. Pronto nos dimos cuenta que tenía más oportunidades Cocacola.com que Naief Yehya.com”.
Pero el ideal no se cumplió. “En poco tiempo las jerarquías verdaderas entraron, el Internet empezó a marginar a los individuos y privilegiar a las corporaciones hasta que éstas recuperaron el poder del cual fueron relegadas. No sólo entraron las corporaciones, sino los gobiernos y las agencias de inteligencia. Pasamos de un discurso rebelde y contestatario a uno de sumisión y control”, concluye Yehya.