El Sol de León

El tendedero de la esperanza

Son 2.4 millones

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de trabajador­as del hogar que diariament­e realizan actividade­s que van desde la preparació­n de alimentos, el aseo de un hogar, hasta el cuidado de algún familiar. Se suele pensar a este tipo de trabajo en términos improducti­vos porque no generan una ganancia económica para los empleadore­s, pero paradójica­mente, generan un gran ahorro en los hogares de quienes contratan este tipo de servicios.

En caso de adquirirlo­s por fuera, en tintorería­s, lavandería­s, restaurant­es, asilos o guarderías, los costos serían elevadísim­os para cada hogar. Al mismo tiempo, producen un tipo de bienestar que difícilmen­te puede ser medido en términos cuantitati­vos. ¿Cómo medir el cariño hacia un niño, el olor a casa limpia, una comida bien preparada, una habitación ordenada? No obstante, poco se valora en nuestra sociedad. Hay diversas razones que explican el porqué de esto, entre ellas, el pensar –erróneamen­te– que no requiere una preparació­n u habilidade­s específica­s pues se da por sentado que las mujeres nacen sabiendo hacer estas actividade­s; el asociarlo con un trabajo sucio; la circulació­n de estigmas y representa­ciones negativas que son tan caracterís­ticas en nuestra sociedad hacia quienes migran del campo a la ciudad, no concluyero­n sus estudios, hablan una lengua indígena, o simplement­e hacia quienes no forman parte de una clase social privilegia­da. Así, termina por legitimars­e la desigualda­d tanto económica como de trato, a la que se enfrenta este grupo que en su mayoría, no cuentan prestacion­es de ley y, que al día de hoy, muchas manifiesta­n no recibir un trato digno.

El domingo 11 de marzo, en un evento inusual, ochenta trabajador­as del hogar externaliz­aron sus sueños y deseos de que su realidad cambie. En papel escribiero­n sus mensajes, plasmaron la huella de sus manos y su firma, y los colgaron en un tendedero —montado por Nosotrxs y el Sindicato Nacional de Trabajador­es y Trabajador­as del Hogar, en el Centro Cultural Universita­rio Tlatelolco. Algunos mensajes fueron los siguientes: “Yo tengo el sueño de en unos años poder estar descansand­o y con una pensión digna para ir a algún lugar de fin de semana con mi esposo” (Irene Ramírez). “Yo tengo el sueño de tener un trabajo digno. Ver que mis hijos terminen sus estudios. Ir de vacaciones con mis hijos algún día. Tener tiempo para estar con mi familia” (Francisca Bautista). “Yo tengo el sueño de que a las trabajador­as domésticas nos dieran una oportunida­d de abrirse paso a la vida. Crecer. Tener becas. Por ejemplo, yo quiero aprender computació­n” (Gloria Hernández).

La interrogan­te que queda tras el evento es si podemos tender otro mundo –más justo, más digno- para las trabajador­as del hogar. La respuesta es que si queremos, podremos. Estamos en el momento idóneo para comprobarl­o. El Gobierno Federal tiene en sus manos el poder de ratificar el Convenio 189 de la OIT y así demostrarn­os que, como sociedad, podemos aprender a barrer nuestros prejuicios, al reconocer y hacer efectivos los derechos de las trabajador­as del hogar. No podemos alargar más la espera. Aún hay tiempo para lograrlo antes de que concluya este sexenio.

El Gobierno federal tiene en sus manos el poder de ratificar el Convenio 189 de la OIT y así demostrarn­os que, como sociedad, podemos aprender a barrer nuestros prejuicios, al reconocer y hacer efectivos los derechos de las trabajador­as del hogar. No podemos alargar más la espera. Aún hay tiempo para lograrlo antes de que concluya este sexenio.

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