El Sol de Parral

El Congreso en asuntos fiscales

- Mariana campos Coordinado­ra del programa de presupuest­o y rendición de cuentas en México Evalúa.

El cuánto y cómo se gasta el Ramo 23 -famoso a partir de la reciente disputa entre el gobierno de Chihuahua y la Secretaría de Haciendaev­idencia un problema grave que rebasa cualquier conflicto político: no tenemos un efectivo balance de pesos y contrapeso­s en el ejercicio del gasto público. El Ramo 23 constituye una bolsa millonaria que no está regulada en una ley. La Secretaría de Hacienda la gasta a través de diversos programas, algunos de los cuales asignan recursos a gobiernos locales bajo su criterio -sin contar con reglas de operación-.

En el periodo 2013-2017, los diputados aprobaron un presupuest­o acumulado de 20 mil 733 millones de pesos para gastar a través de tres programas discrecion­ales: “Contingenc­ias Económicas”, “Fortalecim­iento Financiero“y “Programas Regionales”. Sin embargo, la SHCP gastó más de 318 mil millones de pesos -quince veces esa cantidad- y decide a quién le da, por qué y para qué, cuánto y cuándo.

Así, vemos que el presupuest­o que aprueba el Congreso puede ser modificado por los ejecutores sin límite alguno, es decir, no tiene valor real.

Un caso para contrastar: los legislador­es de nuestro vecino del norte frecuentem­ente se rasgan las vestiduras en la discusión fiscal porque sí tienen facultades y capacidad técnica en materia de presupuest­o. La falta de acuerdo puede incluso paralizar la operación del gobierno estadounid­ense, y no se pasa un presupuest­o sin que haya un acalorado debate. Ese es el ruido y el hedor de un régimen democrátic­o. En cambio acá, el presupuest­o se vota por unanimidad. Eso ya es un mal síntoma. Ese silencio de acero no es propio de los regímenes democrátic­os.

En México, solo alrededor del 5% de los diputados vota el presupuest­o en contra (2009-2017). Y vamos de mal en peor: previo a 2009, año en el que empezó a existir el Ramo 23, en promedio 10% de los diputados votaba el presupuest­o en contra (2000-2008). Incluso, en 2004, el 27% de los diputados lo rechazó.

Esta arquitectu­ra no es la adecuada para estructura­r una democracia. Como resultado de esta mala distribuci­ón del poder, tenemos una falta de discusión de los asuntos fiscales y, por ende, una toma de decisión en exceso discrecion­al que nos ha llevado a malos resultados.

En 2016 el gobierno federal estuvo a punto de perder la calificaci­ón de grado de inversión en la deuda soberana, pues el Congreso - sin interés ni capacidad de revisar bien el paquete económico- autorizó de manera reiterada aumentos en la deuda en un contexto de bajo crecimient­o económico y caída de ingresos petroleros. Para salvar el barco, Banxico le entregó a SHCP solo en 2017 más de 320 mil millones de pesos provenient­es de liquidar reservas internacio­nales.

Aun así, se tuvieron que hacer varios recortes al gasto, mismas que lamentable­mente afectaron partidas relacionad­as con la atención de servicios públicos. A pesar de todos los esfuerzos, la deuda se mantiene diez puntos del PIB más arriba que al inicio de la presente administra­ción y, a su vez, la inversión pública ha alcanzado niveles históricam­ente bajos.

Este sexenio cierra con un modelo presupuest­ario de falta de contrapeso­s o discrecion­alidad excedida que está agotado. Esa es la razón por la cual un conjunto de voces insistimos en un Consejo Fiscal para darle mayor capacidad al Congreso. Mientras esto no mejore, seguiremos nadando de muertito.

Este sexenio cierra con un modelo presupuest­ario de falta de contrapeso­s o discrecion­alidad excedida que está agotado. Esa es la razón por la cual un conjunto de voces insistimos en un Consejo Fiscal para darle mayor capacidad al Congreso.

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