El Sol de Parral

Lo que queda

De nosotros cuando morimos es nuestra esencia como persona, nuestra personalid­ad: la integridad, la compasión, lo que hicimos en vida…

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Es cierto que los días que nos fueron asignados a cada uno, no tienen la misma duración, ni la misma luz, ni la misma belleza. En el sentido de que cada uno de nosotros ve la vida y la vive de modo diferente, sin embargo, todos queremos vivir y ser felices, lograr metas, concretar sueños… cuando la vida nos lastima y nos hiere, podemos usar los pedazos para recrear un retrato pleno de belleza y gracia o para destruirno­s por la culpa, el dolor y el enojo.

Lo que queda de nosotros cuando morimos es nuestra esencia como persona, nuestra personalid­ad: la integridad, la compasión, lo que hicimos en vida y ahí entra la trascenden­cia y el verdadero legado del ser humano.

Cómo los sabios enseñaron: “Un hombre llega al mundo con los puños cerrados como diciendo que todo le pertenece. Parte con sus manos abiertas como diciendo que no se lleva nada del mundo”.

Deja la marca de su personalid­ad. La muerte nos enseña una lección sobre la vida que para compensar su brevedad debemos elevar su intensidad, su calidad. Vivimos para un propósito. Cumplimos con nuestra misión en la tierra, cuando hacemos algo por los demás. Servimos como esposos o esposas, como padres, como hermanos, como hijos, como trabajador­es, miembros de una comunidad, sociedad, país… tenemos un papel que cumplir. Es de lo que se trata la vida, de servir, lo hacemos de diferente manera, ahí su grandeza, sea cual fuese nuestro propósito este trasciende al servir a Dios y a otro ser humano.

La muerte enseña muchas lecciones sobre la vida: el poder del recuerdo, la unión familiar, la confusión entre la tristeza y la culpa, pero encima de todo, nos enseña el valor de la personalid­ad.

Como escribió Joshua Loth Leibman: “La melodía que el ser amado tocó en el piano de nuestra vida nunca será tocada otra vez de la misma manera, pero no debemos cerrar el teclado y permitir que el instrument­o se llene de polvo. Debemos selecciona­r otros artistas del espíritu, nuevos amigos que, poco a poco, nos ayudarán a recorrer ese camino. Al establecer nuevos patrones de interacció­n con otras personas, comenzando con el lenguaje y el seguimient­o de nuevas rutas de expresión creativa, lograremos la conquista de la aflicción y de la muerte”. Cuando se da esto podemos decir que hemos sanado de nuestro duelo, podemos volver a disfrutar la vida con la huella que nos dejó nuestro ser amado (su personalid­ad).

Es por esta razón que cuidar nuestra autoestima, nos va permitir tener una personalid­ad más sana, que nos va a dar como regalo disfrutar la vida y dejar huella. Gestionar nuestras emociones de manera adecuada permite sanar heridas e ir construyen­do una mejor versión de nosotros. Junto con la actitud que tenemos ante lo que nos sucede, la cual tiene una gran influencia e impacto en el desenlace de lo que suceda, en cómo lo viviremos y que tanto nos recuperare­mos de dicha situación. n el sentido de que cada uno de nosotros ve la vida y la vive de modo diferente, sin embargo, todos queremos vivir y ser felices, lograr metas, concretar sueños… cuando la vida nos lastima y nos hiere, podemos usar los pedazos para recrear un retrato pleno de belleza y gracia o para destruirno­s por la culpa, el dolor y el enojo. Lo que queda de nosotros cuando morimos es nuestra esencia como persona, nuestra personalid­ad: la integridad, la compasión, Les envío un fuerte abrazo y nos vemos la próxima semana, para aprender más de la vida, de nosotros mismos, transforma­r nuestra realidad e influir en los demás de forma positiva, permitiend­o que nuestra luz brille y la de los demás también. -Psicoterap­euta

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