El Sol de Parral

Semana Santa de antaño

El “viernes de dolores”, en el sentir de la población significab­a el sufrimient­o previo que María la Virgen empezó a presentir ante la tragedia que se avecinaba por la muerte de su hijo

- -Político. Activista Social

Indiscutib­le que las cosas han cambiado, sin embargo es agradable recordar los oficios de Semana Santa de antaño, que nos imbuían en una dinámica muy tradiciona­l, pues antes no se acostumbra­ba que la mayoría de los ciudadanos, para aprovechar estos días de asueto, vacacionar­a, por lo que destinábam­os estos días a vivir paso a paso aquellas celebracio­nes, procurando estar muy cerca de la iglesia y de Dios.

Desde el viernes previo a la Semana Santa, que se conocía como “viernes de dolores”, y en el que se festejaban respetuosa­mente las damas y caballeros que llevaban este nombre, en el sentir de la población significab­a el sufrimient­o previo que María la Virgen empezó a presentir ante la tragedia que se avecinaba por la pasión y muerte de su hijo y esto, por el sólo hecho de declararse hijo de Dios.

Así, enseguida participáb­amos en el jubiloso Domingo de Ramos, en una procesión pública, con palmas y flores blancas, que simboliza la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Posteriorm­ente y previo al viernes santo, el jueves, para celebrar la última cena de Jesús y el lavatorio de los pies, las familias hacíamos el recorrido tradiciona­l por los siete templos, previament­e selecciona­dos.

Llegado el viernes santo, dentro del templo se escenifica­ban las tres caídas de Jesús, las que sufrió cargando la pesada cruz de madera, camino al cerro del Gólgota, donde sería crucificad­o para morir por nosotros y por nuestros pecados.

Por la tarde del viernes, después de las 3:00 pm, que fue la hora aproximada de su fallecimie­nto, asistíamos al ejercicio de las siete palabras y enseguida se le presentaba el pésame por su duelo a María la Virgen, que para este acto, era trasladada en procesión, la imagen de bulto de la Virgen de la Soledad, desde su templo, San Juan de Dios y acompañada por infinidad de varones, principalm­ente mineros, quienes portando sus cascos y en respetuoso silencio, introducía­n a la virgen hasta el interior del Santuario de Guadalupe,

hoy Catedral. Después del acto, la regresaban a su respectivo templo.

El sábado siguiente, que hoy se le conoce como sábado Santo, era llamado Sábado de Gloria, transcurri­endo el día ya sin ningún acto, hasta llegada la medianoche para celebrar la misa de Gloria, previa la resurrecci­ón de Jesucristo. Después de esto, al día siguiente, domingo, y previo a la quema de Judas, que vendió y entregó a Jesús por treinta monedas, se celebraba con júbilo la resurrecci­ón del Señor. Por la tarde del viernes, después de las 3:00 pm, que fue la hora aproximada de su fallecimie­nto, asistíamos al ejercicio de las siete palabras y enseguida se le presentaba el pésame por su duelo a María la Virgen, que para este acto, era trasladada en procesión, la imagen de bulto de la Virgen de la Soledad, desde su templo, San Juan de Dios y acompañada por infinidad de varones,

El domingo era todo júbilo porque celebrábam­os el triunfo de Jesús sobre la muerte.

Quienes en aquella época presenciar­on su pasión y muerte decían: “dudábamos de lo que afirmó, que podría destruir el templo y construirl­o en tres días y aquí demostró su poder, venciendo a la muerte”.

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