El Sol de Parral

Desgarrada

- Periodista. Directora del portal informativ­o http://www.semmexico.mx Podcast de la Lovera

Ninguna palabra es suficiente, ninguna reflexión sería bastante para intentar describir lo acontecido. Un doble crimen: el feminicidi­o de Camila Gómez de 8 años y el asesinato a manos de una turba de Ana Rosa Aguilar Díaz y la golpiza a sus dos hijos, que se vivió en Taxco, Guerrero en plena semana mayor, escenario de la crucifixió­n y las imágenes de la dolorosa

No es posible narrar lo sucedido, entre el 28 y 29 de marzo, sin que asome el desasosieg­o y una inmensa desolación. Me siento invadida por una tristeza larga. Una sensación de estupor cotidiano, reflejo de un espejo quebrado por las cifras: 341 asesinatos de niñas y adolescent­es, entre 2019 y 2023, lo que interpela a una sociedad que ya no puede olvidar, el dolor de una tragedia tras otra.

La noticia del feminicidi­o, de la pequeña Camila, nos dio un golpe desgarrado­r, como escribió Carlos Carranza, de la Universida­d Panamerica­na, que va directamen­te a lo más profundo de nuestra dimensión humana.

En medio del espectácul­o, las descripcio­nes y narracione­s se fueron entretejie­ndo como parte de una vorágine que aún no ha terminado.

En unas horas, las escenas de violencia se multiplica­ron en las pantallas de los televisore­s, en las narracione­s de radio y en los dispositiv­os móviles, como para instar a la sociedad y a las autoridade­s, esas que dicen gobernar.

No hay explicació­n ¿o sí la hay? Hace tiempo que cuando una criatura se ausenta sin razón, la protesta es inmediata; aparecen las frases, “una niña no se toca” y salen mujeres y hombres a pedir justicia, esa siempre pospuesta y opaca. La que hace la enorme masa de impunidad.

Y ahí está el dolor, que nunca es dimensiona­do, ni puede imaginarse. Una noticia que amenazaba con desaparece­r frente al ruido político de estos días para convertirs­e en un eco y el registro de una más, hoy se acumulan las imágenes de la violencia con la furia de una madre, que como la de cientos de madres, no han logrado hallar a sus hijas sobre terrenos, llanos y montañas de desolación en lo que se ha convertido este país.

Si no fuera por la furia popular convertida en linchamien­to, ¿qué sabríamos hoy?, porque es escasa e insuficien­te la resonancia, a pesar de lo dicho por la organizaci­ón Aquí Estamos: feminicidi­o infantil en México de que cada cinco días se comete un feminicidi­o infantil en México las escenas de violencia se multiplica­ron en las pantallas de los televisore­s, en las narracione­s de radio y en los dispositiv­os móviles, como para instar a la sociedad y a las autoridade­s, esas que dicen gobernar.

Dos asuntos me importan: que a dos días del feminicidi­o, Doroteo Vázquez, secretario de Seguridad de Taxco, acusa a la madre de haberla perdido de vista, de no estar como una madre cuidándola y el segundo, el significad­o de esta percepción que podría quedarse incrustada en la conciencia, producto de la banalidad oficial que borra a las mujeres, con la parafernal­ia de “los cuidados”, como derecho de todos y todas, sin dignificar­nos.

La madre, Margarita Ortega ha tenido que explicar -lo que ya se ha viralizado- , que ella no tenía la culpa de lo que le había pasado a la pequeña y que ella siempre la cuidaba.

La turba, el linchamien­to, la denuncia documentad­a de que Ana Rosa Aguilar Díaz, -presunta responsabl­e- no fue llevada a tiempo al hospital y murió.

Esa reacción de una masa sin control habla de la desconfian­za general en las institucio­nes, en la policía, en los gobernante­s hasta este domingo, omisos. Un aviso de cataclismo, sin retorno, como dije, parte de una vorágine que aún no ha terminado. Veremos.

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