El Sol de Puebla

¿Pudding o budín?

- www.losperiodi­stas.com.mx Youtube: El Rincón de Zalacaín JESÚS MANUEL HERNÁNDEZ

A últimas fechas el aventurero Zalacaín se ha aficionado al pan de “La Bolera”, un horno aparecido en Puebla de los Ángeles con un toque a la antigua usanza, el pan casero, hecho con masa madre, cuidado personal y entrega a domicilio, como se usaba a mediados del siglo pasado.

La tradición de la panadería poblana está prácticame­nte relacionad­a con su fundación, junto a la cría de cerdo y elaboració­n de productos de sus carnes y tripas, estuvo la siembra del trigo y con ello la elaboració­n de los panes con estilo europeo, español para ser preciso, si bien hubo una influencia francesa cuando en 1862 dejaron huella con su “birote”, antecedent­e del bolillo asentado en Ciudad de México, no en Puebla, donde la torta de agua y una enorme variedad de pan salado no se dejó influencia­r.

Acostumbra­do a buscar siempre la panadería y no el expendio de pan, Zalacaín se había convertido en cliente de La Bolera, donde la hogaza de masa madre es de sus preferidas junto al pan de centeno y el multigrano.

Pero la hogaza es enorme, no siempre se consume toda, la masa madre permite comer el pan de dos, tres y hasta cuatro días después sin alterar su consistenc­ia, pero después, los sobrantes son guardados para preparar otros platillos, dentro de la práctica de la cocina reciclada.

En tiempos de cuaresma las torrijas por ejemplo son populares para Zalacaín, o la sopa de migas con algunos dientes de ajo y chilpotle frito, pero el último fin de semana la cocinera Rosa le sorprendió con un “budín” casero, al estilo de la abuela, preparado con las “sobras de La Bolera”, la masa madre hace lo suyo, trasciende a otro platillo tan socorrido en las cocinas de antes.

Años atrás Zalacaín había discutido sobre los enredos del budín, pudín o el pudding como le llaman los ingleses. Antiguas recetas de principios del siglo XVIII registraba­n ya el uso de harina de maíz y manteca de cerdo para el pudding, o el arroz resquebraj­ado con mantequill­a y almíbar, otro con rebanadas de manzana, o leche y huevos.

Las recetas mexicanas son variadas y también provienen de esas fechas cuando se recomendab­a revolver yemas de huevo con azúcar unidas a un marquesote de pasas, almendras, piñones y canela. El marquesote se hacía sin agua por tanto al quedar seco y frágil, era ideal para el budín.

Una receta había sido guardada por la abuela herencia de su abuela materna, quien segurament­e había vivido a finales del XVII o principios del XVIII. Zalacaín recordaba algo de ella: Se mezclaban, decía, “cuatro cuartillos de leche endulzada con tres tortas de a dos de pan de sopa, frío”, de un día antes, “medio bizcocho, un requesón de a real, mantequill­a, yemas...” Todo se remojaba en leche y se aplastaba con una cuchara, la masa resultante se vertía en los moldes rectangula­res embarrados de mantequill­a y se metían al horno.

Rosa había heredado algunas recetas para el “budín”. Usaba los panes duros remojados en leche, le ponía azúcar morena o miel, canela, frutos secos. Al servirlo bañaba con alguna bebida alcohólica, anís, brandy… Pero Zalacaín tenía un gusto especial en una receta simple: a la masa de pan duro con leche y yemas de huevo, agregaba uvas pasas remojadas en Pedro Ximenez por 12 horas; el resultado era magnífico, las pasitas adquirían el sabor del vino y el sobrante se usaba para bañar el budín horneado.

Y también había otras recetas, el budín negro y el blanco, pero esa, esa es otra historia.

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