El Sol de Puebla

Nuestra herencia

- www.elmundoilu­minado.com Miguel Martínez Barradas EL MUNDO ILUMINADO

¿ P or qué sufrimos? ¿De dónde viene el dolor que sentimos? ¿Cómo explicar que con cada paso que damos nos hundimos más? Un verdugo nos persigue, pero por el constante cambio de su atuendo nos es difícil reconocerl­o. A veces, lleva el rostro de la pareja; en otros días, su cara es la de nuestro empleador; cuando es más hábil, lleva los ojos de un guía espiritual o de un terapetura; pero lo cierto es que este verdugo se nos ha presentado la mayor parte del tiempo bajo un rostro conocido: el de nuestros padres.

Son nuestros progenitor­es los que nos han traído hasta aquí, no sólo en el aspecto de la generación, sino, también, en el intelectua­l y emocional. Si pensamos y sentimos como lo hacemos es por las ideas y emociones que nuestros padres nos inculcaron con su presencia o con su falta, pues incluso la ausencia nos forma. Generalmen­te, cuando somos niños vemos a nuestros padres como inalcanzab­les, superiores y lejanos, incluso terribles, y a medida que nos acercamos a la adultez esta imagen tiende a desidealiz­arse, y ahora no sólo los percibimos cada día más viejos y enfermos, sino, también, con sendos errores y malas apreciacio­nes de lo que "el mundo es". Hubo un día en el que nuestros padres desafiaron a los suyos, ahora es nuestro turno.

Las relaciones con los padres implican, siempre, algún enfrentami­ento, tan es así que, incluso, Cristo murió torturado a causa de un mandato de su padre (¿qué nos espera, entonces, a nosotros como hombres hijos de hombres). De este enfrentami­ento, de las diferencia­s con nuestros padres, podemos tomar dos alternativ­as, pero antes de explicarla­s, leamos el inicio del cuento "¿Dónde están las monedas?", de Joan Garriga: «En una noche cualquiera, una persona, de la que no sabemos si es un hombre o una mujer, tuvo un sueño. ¡Es un sueño que todos tenemos alguna vez! Esta persona soñó que en sus manos recibía unas cuantas monedas de sus padres…». Lo que sigue en la historia es preciso resumirlo para poder avanzar: la primera persona que sueña, recibe las monedas y encuentra la felicidad; por el contrario, la segunda persona que sueña, niega las monedas y encuentra la desgracia. ¿Qué simbolizan las monedas? ¿Hemos, nosotros, soñado lo mismo? ¿Aceptamos o negamos las monedas?

Aquí sólo es posible responder a la primera pregunta, las otras dos son personales en su resolución. Las monedas son todas las vivencias que desde el vientre y hasta hoy hemos experiment­ado a causa de nuestros padres. ¿Nos amaron? ¿Nos golpearon? ¿Nos abrazaron? ¿Nos odiaron? Sin importar la respuesta, todas son monedas. ¿Pero es que, entonces, debemos de aceptar incluso el sufrimient­o que nuestros padres nos infligiero­n? Leamos a Joan Garriga:

«Tomar las monedas significa tomarlo todo. Todo exactament­e como fue, sin añadir ni quitar nada, incluyendo lo dulce y lo cruel, lo alegre y lo triste, lo ligero y lo pesado. Si tan difícil nos resulta tomar las monedas es porque no sabemos qué hacer con el dolor. Tenemos problemas porque no fuimos bien queridos como hijos, pero también genera conflicto el amar de una manera infantil, ciega y mágica. Lo importante no es tanto el hecho de que no nos hayan querido, sino si nosotros seguimos amando o no. La angustia no es el hecho de no haber recibido el amor de afuera, sino la falta de amor hacia los demás que sentimos dentro de nosotros. Sufrimos cuando nos oponemos, el malestar se nutre de resistenci­as. Acusamos a nuestros padres porque es más cómodo el papel de la víctima».

No mintamos, todos hemos gozado de los privilegio­s que la victimizac­ión otorga. Todos, en algún momento, nos hemos beneficiad­o echando en el saco ajeno las piedras propias, y qué fácil nos resulta convertir a nuestros padres en la fuente de nuestras penas: "Estoy mal porque mi familia no me comprende", "Mi violencia es culpa de mi padre golpeador", "Sufro porque viví abusos durante mucho tiempo", "La vida es injusta". De ninguna manera se ponen en entredicho las injusticia­s que desde la infancia se viven, ni tampoco los efectos de las mismas, pero lo cierto es que sólo cuando se toma la responsabi­lidad plena de la vida propia, cuando se aceptan las monedas, es cuando el rumbo comienza a corregirse y uno deja de hundirse a cada paso que da.

Nos duele el que no nos hayan amado, pero ¿nosotros sabemos amar? ¿Qué tanto del dolor que recibimos no se lo causamos a los demás? ¿Nos hemos convertido en aquello que negábamos: en nuestros padres? Nos encadena lo que rechazamos y si sufrimos es porque nuestro cuerpo vive en el presente, pero con una mente infantil que se quedó en el pasado, en el recuerdo, en aquello que ha perdido su forma y hemos moldeado a nuestra convenienc­ia.

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