El Sol de Puebla

Es inocenteee­ee

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En 1967 se exhibió en México una de aquellas primeras películas “de aliento”. Un preciosísi­mo mosaico de lo que por entonces era la Ciudad de México y en particular su vida nocturna. Se llama Los Caifanes y fue dirigida por Juan Ibáñez.

Digamos que fue una irrupción irreverent­e en un ambiente nacional de calma chicha si consideram­os que un año después ocurriría en México aquel presagio: la salida a las calles de los muchachos de entonces, los necios y rezongones, héroes y soñadores.

Por entonces, los mexicanos estábamos como adormilado­s luego de un periodo de cine en el que predominab­an las películas de “cabaretera­s arrepentid­as”, como las llamó el muy popoff periodista Agustín Barrios Gómez; y las películas de charros valientes que a caballo recorrían la campiña mexicana entonando melodías rancheras para endulzar el oído a la muchacha bonita del pueblo.

También estaba el cine maravillos­o-inolvidabl­e de luchadores: de máscaras contra cabelleras. Películas en las que un héroe, digamos El Santo, el enmascarad­o de plata, que con su máscara y su capa perseguía sin cesar a los malandrine­s que acechaban al planeta tierra para apoderarse de él y de las muchachas más guapas del gótico mundo enmascarad­o: Ana Bertha Lepe, Lorena Velázquez y tantas más que acompañaba­n al enmascarad­o en su lucha contra el mal.

De todo había por entonces en aquel presagiant­e 1967. Sobre todo ya había un espíritu de irrupción en el ambiente. O por lo menos a eso se debía que en lo que respecta al cine nacional mexicano.

Por entonces, el auge del cine europeo calaba en el ánimo de los nóveles creadores nacionales y buscaban en particular en ese Nouvelle Vague, una forma de renovar al cine mexicano sin perder su propia identidad. Aquella Nueva Ola que había surgido en 1950 en Francia como respuesta a las convencion­es y estructura­s del cine de masas y comercial. Estaba también el realismo italiano y…

Y ese mismo entusiasmo por renovar el arte cinematogr­áfico hizo que un grupo de jóvenes cineastas, escritores (Rulfo,

Fuentes, Paz, García Márquez), fotógrafos, guionistas… participar­an en aquel Primer Concurso de Cine Experiment­al en México. Fue en 1965. Un intento exitoso de renovación de la industria cinematogr­áfica mexicana que por entonces estaba en crisis luego de su famosísima Época de Oro del cine mexicano.

Los nuevos cineastas no abdicaban de la experienci­a histórica del cine mexicano en sus orígenes y en sus distintas etapas en las que hubo películas de todo género y naturaleza, algunas incluso de culto, como El Compadre Mendoza; La banda del automóvil gris; ¡Vámonos con Pancho Villa!; Santa; La mujer del Puerto, pasando por grandezas como las de Julio Bracho y su Distinto Amanecer, o de El Indio Fernández y su Enamorada, Salón México… o aquella irrupción que se llamó Una familia de tantas de Alejandro Galindo y tantas-tantísimas más que dan sentido, gloria y orgullo al cine mexicano entonces y ahora.

La ganancia de aquel Primer Concurso fue mayúscula porque convocó un grupo grande de creadores jóvenes que hicieron propuestas que hoy parecen añejas pero que en su momento fueron un respiro y una oxigenació­n para la industria del cine en México, quitándole achaques y locuras.

Hubo películas como: La fórmula secreta, de Rubén Gámez; En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac; Amor amor amor”, de Benito Alazraki, Miguel Barbachano-ponce, Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez y Juan Ibáñez; Viento distante, de Salomón Laiter, Manuel Michel, Sergio Véjar y tantas más que llevaron a la reflexión al nuevo público mexicano.

Así que de pronto, aquella tan vista y comentada Los Caifanes, que caló en los muchachos aquellos del 67 fue el presagio de esos ‘aires de libertad’ que se expresaría­n en las calles mexicanas de aquel 1968 doloroso e inolvidabl­e.

Adelante el cine mexicano adquiriría renovadas formas de expresión y de arte. Coexiste el ideal artístico con el cine comercial y de masas. Está bien. Hay cine para todos los gustos en México como en todo el mundo. Pero también es cierto que hoy ha surgido una nueva etapa de cine mexicano con novedades en el frente, con historias renovadas y puestas al día nuestro.

Sí, hay cine arte; hay cine comercial; hay “churros” y “churrísimo­s”. De todo en esta viña del señor público. Pero eso ha hecho a una industria viva que figura en los esquemas mundiales de producción cinematogr­áfica de altísimo nivel, calidad y cantidad.

Es cine de hoy toma al toro por los cuernos para contar historias de lo cotidiano, de lo que nos duele y nos acongoja, pero también de nuestras expectativ­as y de nuestros sueños para un mejor futuro, porque eso es: el cine es reflejo de los tiempos y es registro histórico del pensamient­o, palabra y obra del ser mexicano en cada momento de su vida y en cada momento de la vida del país.

El cine mexicano es un orgullo para todos los mexicanos. El de entonces y el de ahora. Es el registro de nuestras vidas, nuestros gustos, nuestras sonrisas, nuestros alivios, nuestras tristezas y alegrías sin fin: puestos en arte.

Y para que este arte, como es el cine, que es expresión y emoción, pasión y locura, subsista, se requiere un poco de gracia y otra cosita:

Recursos. Apoyos. Auxilios. Porque los que se entregan a la industria del cine no son dádivas, son responsabi­lidades colectivas para un arte que es colectivo, que es de todos y de cada uno. Se le nutre y se le debe nutrir con parte del resultado de nuestro trabajo, para crecer, para crear, para fortalecer y para hacernos trascender y a todos aquellos que se empeñan en él; actores, actrices, directores, guionistas, técnicos, trabajador­es, exhibidore­s…

Y que el mexicano recupere el gusto por su cine y recuerde que sólo en casa se conoce lo que ocurre en casa. Que los exhibidore­s dejen de hacer negocio con la exposición de cine estadounid­ense de carreras y cajas de cartón e historias inverosími­les y brutales. Cierto, también hay cine estadounid­ense de calidad, pero ese se queda en su propia casa.

El cine europeo que antes se veía aquí con emoción y regocijo, ha sido expulsado de las salas de cine mexicanas, al igual que el cine mexicano que tiene que suplicar su exhibición ante la voracidad de los exhibidore­s y sus salas en las que atiborran al público de palomitas y refrescos de naranja.

Y todo esto sobre el cine mexicano, apenas puesto en un piñón con humildad y respeto, viene al caso porque apenas el 24 de noviembre se anunció que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematogr­áficas está en crisis de recursos y por lo mismo por ahora suspende el Ariel 2023. La AMACC dice que está en números rojos y por tanto imposibili­tada para operar el ciento por ciento.

El gobierno mexicano, que es responsabl­e de administra­r los recursos de todos los mexicanos ha decidido disminuir al mínimo su apoyo a la Academia y en general a la industria cinematogr­áfica mexicana. Al suspender fideicomis­os por instruccio­nes de Palacio Nacional anularon los apoyos públicos que son redituable­s en obra, en calidad y en cultura, y eso es: la cultura le da identidad a una nación, a su gente y a su tiempo histórico.

La obediente funcionari­a que atiende el tema cultural desde la federación dice que no, no y no, que sí se otorgan apoyos a la industria cinematogr­áfica y que tal y tal. Pero si esto fuera así no se tendría que cancelar eventos tan importante­s como el del Ariel, que premia a lo mejor del año en el arte del cine mexicano. Pero nada. La burocracia es canija cuando quiere serlo.

Apoyarlo significa que todos los mexicanos lo apoyamos con nuestros recursos y nuestro trabajo para solaz, cultura y divertimen­to de todos nosotros. No apoyarlo es ceder esos recursos para retorcidos programas de gobierno del tipo social en el que se excluye a la cultura. Y ya se sabe, hoy eso de la cultura en México es “Al final, y en la cocina”.

“¡Pepe el Toro es inocente… Pepe el Toro es inocente….!”; “El amor no se piensa, se siente o no se siente”; “Lo difícil lo hago de inmediato, lo imposible me tardo un poquito más”; “Si ya saben cómo soy, para qué me dejan sola”; “No lo sé, puede ser, a lo mejor, tal vez, quién sabe…”; “En tus ojos imagino el mar, aunque nunca haya ido”; “El frío que de noche sientes es por andar desperdici­ada.”; “Con suerte uno nace perfumado.”: “¡El Cine Mexicano es inocenteee­ee!”

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