Carlos Ferreyra Carrasco, Máster et magíster
¿ Cuántos años han transcurrido desde entonces? ¿Cuánto ha ocurrido? ¿Qué tanto ha vivido el mundo que flota como pompa de jabón en el infinito sideral? ¿Cuántas generaciones han dicho en ese lapso que quieren ser felices, que quieren democracia, que quieren libertades, que quieren al amor de sus amores? ¿Cuántos dolores y pesares han sido desde entonces? ¿Y momentos irrecuperables en los que la felicidad estaba ahí y no lo supimos?...
Tanto y tanto más se vive en casi cincuenta años que se han impregnado de amistad que es de abrazo completo, de solidaridad, de compañía, de cordialidad, de enorme afecto y de enseñanza-enseñanza-enseñanza, y todo esto que ha sido continuo desde aquel martes 1o de junio de 1976 cuando un sujeto-verbo-complemento se presentó hondo y lirondo frente a sus alumnos universitarios -UNAM-: nosotros, ‘los muchachos locos del 76 aquel’.
Por entonces según cálculos infinitesimales con raíz cuadrada y regla de tres compuesta, él tendría 38 años pues se sabe, como en cofradía, que nació en Morelia, Michoacán en 1938.
Por entonces, en 1976, trabajaba como reportero en “Ultimas noticias”, de Excélsior, y ya antes había ocupado otros puestos de relumbrón en el periodismo internacional, como fue su trabajo en Prensa Latina, desde su corresponsalía en México y para América Latina.
Por tanto para muchos “conservadores”, de los de entonces, él era un comunista; un socialista internacional, “desde Cuba, para el mundo”. Un periodista sui generis, eso sí que sí.
Muy joven trabajó como empleado administrativo para una fábrica de muebles metálicos de oficina, luego como funcionario bancario y después como secretario particular de Gustavo Alatriste, con quien llegó a trabajar como sin proponérselo pero con muchas necesidades económicas:
“Tras considerar pros y contras con mi esposa, Magdalena, decidimos que nos jugábamos el dorado y seguro futuro bancario, en la ruleta de la incertidumbre. Me presenté el día señalado, informé a la secretaria de qué se trataba, me respondió que Alatriste estaba en Argentina, que ella no tenía noticia de nada.
“Sonó el teléfono, la secretaria convocó a la administradora y a Patricia y en cierto momento informó de mi presencia allí. La respuesta fue tajante: “no sé de qué me hablas y no me interesan sus servicios”.
“Mi cara de apuración, mis ojos rasados en lágrimas a punto del llanto (tenía poco de haber nacido mi primogénito, Carlos) tuvieron la virtud de conmover a Patricia de Morelos que reclamó a Gustavo, recordó nuestra plática y le pidió que cumpliera su palabra.” …
Eso mero: ‘la vida no es un block cuadriculado” y se sufre las de Caín para llegar a... ¿dónde? Uno nunca sabe a dónde se va a llegar, aunque sí se quiere llegar a un lugar en la vida, y en este caso don Carlos Ferreyra Carrasco quería ser periodista. Y lo consiguió con creces.
Digamos que aquello fue su arranque en el periodismo. Lo que siguió es más de lo mismo: luchas-luchasluchas: esto es permanente. Y siempre, o casi siempre, ha salido triunfante, porque era y es su vocación aún. Ocurrieron contratiempos. Cambios de medios. … Apuestas por proyectos nuevos: Excélsior, Razones, Notimex, SEP, en el Senado de la República como el mejor coordinador de Comunicación Social que ha tenido esta Institución. También radio, periódicos impresos y digitales en donde desgrana sus lienzos periodísticos y memorias. Tantos más.
Aquel día de junio de 1976 llegó nervioso. Se le notaba. No era para menos si se toma en consideración que posiblemente era su primera experiencia como catedrático universitario frente a aquellas fieras salvajes que todo lo ven y nada perdonan.
Alto él. Traje café con corbata. Sus rizados cabellos semi erizados. Con un portafolios de caja, con asidero externo en el que llevaba… ¿qué llevaba? Parecía un maestro de pueblo que comienza su primer día de clases queriendo verse como maestro para que se le entienda como maestro…
Y pronto, en un abrir y cerrar de ojos, hizo conexión con sus alumnos a los que habría de quitarles lo neandertal para pasarlos de ágrafos a grafos. Para enseñarles los distintos géneros periodísticos y cuál es la particularidad de cada uno de ellos en su presentación, escritura, reflexión, intención…
Su estrategia fue la de contarnos eso en lo que nosotros soñamos: el ser reportero. El cómo serlo. Cuáles sus estrategias y cuáles sus puntos a favor. Nos platicaba cómo resolvió tal o cual situación, cómo enfrentó a tal personaje, cómo tenía que navegar en aguas profundas entre el lector y su editor.
Al mismo tiempo nos enseñaba a escribir en los diferentes géneros periodísticos. Era intransigente. Exigía calidad. Cuidado. Cumplir con el mandato histórico: brevedad, precisión, objetividad; concisión y en notas y acaso reportajes nada de adjetivos, o los mínimos…
Hacíamos ejercicios que eran tasajeados por su pluma puesta en sus enormes dedos hechos para dar coscorrones macizos. O aprendes o aprendes, fue su regla magisterial. Aprendimos. Martes y jueves, durante dos horas, las últimas de la noche, estaba ahí, listo a enseñarnos a ser periodistas.
Pero sobre todo había en el maestro Ferreyra una enorme carga de afecto hacia nosotros. Se notaba. Nos hablaba con cariño. Con firmeza cordial.
Nos daba lo mejor de su experiencia y sabiduría a aquellos soñadores de ojos enrojecidos luego de una larga jornada de trabajo, porque él lo ha dicho, sus alumnos provenimos de clases sociales nada exclusivas, no éramos totalmente “Palacio”. Puro “Milano” medio pelo. Gente de trabajo en la mañana y universidad por la tarde.
Había uno de nuestros compañeros que trabajaba toda la noche y parte del día en una hamburguesería de marca. Llegaba a clases y en cuanto se sentaba se dormía. Coyotitos profundos.
En la clase del don Carlos Ferreyra hacía lo mismo. Don Carlos sabía la razón y cuando esto ocurría pedía que bajáramos la voz, él mismo bajaba el tono y casi pedía silencio para que el compañero durmiera… para que descansara… para que soñara en que un día sería un gran periodista. Así es él.
Bueno con todos nosotros. Buen maestro-excelente-maestro-. Afectuoso y gran amigo que lo mismo daba clases frente a unos ricos cafés en alguna cafetería cercana, o quien nos acompañaba a alguna de las Peñas de canciones latinoamericanas tan de moda entonces. Era-es nuestro maestro, pero sobre todo nuestro amigo.
Aquel año ocurrió el golpe a Excélsior. Fue un momento crucial para la libertad de expresión. Fue el 8 de julio de 1976 y no tuvimos clases. El maestro Ferreyra estaba en el edificio de Excélsior batallando junto con sus colegas dirigidos por don Julio Scherer. Luego las cosas cambiaron para todos, y para nosotros, estudiantes entonces.
Se comenzó a pergeñar lo que habría de ser Proceso, la revista emblemática que vive aun; luego Unomásuno y más tarde La Jornada. En ese peregrinar muchos le seguimos.
Un día le expresé mi voluntad por incorporarme al periodismo real, al de todos los días de nuestra vida. Me llevó a hacer prácticas de periodismo a la Revista de América, que estaba en la colonia Tabacalera. Fue mi primera aproximación al periodismo, haciendo algunos ejercicios y supervisado por mi maestro de toda la vida.
Y en adelante nuestra amistad sería creciente y valiosa para mí. Por un rato se separaron nuestras rutas, pero estaba escrito que no sería por mucho tiempo porque después tuve la oportunidad de trabajar a su lado ya en Unomásuno, ya en Notimex, ya en la Secretaría de Educación Pública en el área de publicaciones, ya en el Senado de la República a donde él me llevó para encargarme de las ediciones de los libros y en donde se hizo una obra excepcional -dicho por muchos- gracias al impulso de don Carlos Ferreyra, por supuesto.
Tanto y mucho más habría que escribirse acerca del gran maestro Ferreyra. El hombre que ha dado el mayor tiempo de su vida al buen periodismo. A escribir. A describir. Él, gran periodista y excepcional amigo, al que muchos queremos, que admiramos, que seguimos y que hoy, junto con su esposa muy amada, doña Magdalena, otea desde su observatorio lo que ve y lo que ocurre en este país y en el mundo…
Y escribe y se describe en lienzos periodísticos-memorables, que son su vida y su obra. Pero sobre todo está puesto aquí, hoy, el enorme afecto que este alumno profesa por quien ha sido su gran amigo-enorme amigo-incomparable amigo en casi medio siglo, ni más, ni menos.