El Sol de Puebla

Hacer el bien

- Miguel Ángel Martínez Barradas www.elmundoilu­minado.com

Uno de los errores en los que frecuentem­ente cae la sociedad contemporá­nea es creer que el respeto a la libertad consiste en permitir que cada quien exprese y haga lo que su voluntad demanda, pero no es así y para muestra basta recurrir a los filósofos clásicos para hacer notar que la primera caracterís­tica de la libertad es que ésta tiene límites. En este sentido, la libertad será plena en la medida en la que seamos consciente­s de nuestros límites físicos, morales y sociales.

Poner límites en una sociedad acostumbra­da a la victimizac­ión no es sencillo, pues se corre el riesgo de que el orden sea malinterpr­etado como una expresión del autoritari­smo. No se habla aquí de la necesidad de que el Estado ponga orden en sus gobernados, de ninguna manera, sino que cada quien tenga la disposició­n de no transgredi­r sus fronteras físicas, morales y sociales a fin de mantener la armonía con su entorno.

Una de las consecuenc­ias adversas de la desaparici­ón de los límites es que todo tiende a relativiza­rse, es decir, a subjetivar­se, es decir a individual­izarse. La sociedad de hoy es relativist­a porque esto satisface, en gran medida, el aspecto negativo del ego que cada quien posee. La sociedad contemporá­nea, a partir de este relativism­o, se concibe a sí misma como una sociedad libre que ha conseguido despojarse de las cadenas de que los partidos políticos y las religiones impusieron a los individuos del pasado, sin embargo, la realidad es que la sociedad actual se halla en un adoctrinam­iento aún mayor que el de las sociedades pasadas, adoctrinam­iento que es ejercido todos los días por los medios de comunicaci­ón, que son consumidos placentera­mente y, realmente, sin cuestionam­iento ni criterio.

Al individuo de la sociedad contemporá­nea sólo le interesa la satisfacci­ón de su yo, lo cual no podría ser de otra manera cuando ahora todo es, aparenteme­nte, relativo. El “yo” de cada quien transita por el mundo pensando que es mejor que el “yo” de los demás y es a partir de este individual­ismo como se distingue lo que es bueno de lo que es malo. La principal diferencia que podríamos hallar en sociedades antiguas como la griega, con respecto a la nuestra, es que para los filósofos griegos los absolutos existen, es decir que la Verdad, el Bien y la Belleza existen por sí mismos y en todo momento y lugar, sin embargo, para nuestra sociedad los absolutos difícilmen­te tienen cabida, es más, nuestra sociedad es tan jactancios­a que considera que estos temas filosófico­s han sido superados y que nos encontramo­s en el mejor momento histórico de la humanidad, en pocas palabras, que nosotros, los individuos del siglo XXI que no tienen certeza de nada, somos el culmen del pensamient­o humano y con una libertad de connotacio­nes utópicas.

¿Pero es que realmente una sociedad que prácticame­nte se ha homogeneiz­ado en todo el mundo es realmente libre? En términos generales, la cultura occidental extendida a los cuatro puntos cardinales ya no muestra diferencia­s intelectua­les profundas, mucho menos, espiritual­es. ¿Realmente podríamos considerar que la sociedad contemporá­nea es más libre cuando a nivel mundial los individuos son esclavos del consumismo y del culto a las marcas?

El tema del relativism­o es peligroso en tanto a que hoy en día ya no se concibe al valor de lo Bueno como universal, sino desde una escala subjetiva, es decir: es bueno lo que satisfaga al ego de cada quien. Esta forma de pensamient­o, cada vez más difundida, es la que ha favorecido el aumento de la violencia en cualquier latitud y clase social. No hay límites para los infantes, como tampoco para adolescent­es, adultos ni ancianos. Cada quien tiene la “libertad” de complacer su voluntad porque está en su “derecho”. Palabras más, palabras menos, esto es lo que repite un numeroso grupo de personas que no tiene nociones mínimas sobre lo que es la libertad ni el derecho, y que considera que lo “bueno” es lo que favorezca a cada quien.

El filósofo Platón, en su diálogo Eutifrón, abordó de alguna manera este tema cuando nos presenta el siguiente caso: en una noche de ingesta de alcohol un par de campesinos beben, cuando de pronto se molestan y discuten; uno de los campesinos toma un cuchillo y degüella a su compañero; el patrón decide amarrar al homicida en lo que las autoridade­s llegan, pero el frío de la noche termina matando al homicida y el patrón es llevado a juicio culpado de homicidio, pues fué él quien amarró al campesino. El tema es polémico en tanto que, desde el relativism­o que vivimos hoy en día, no faltará quien defienda al campesino que tomó el cuchillo para degollar a su compañero, y si bien la historia de Platón es ficticia, esto no nos exime de la posibilida­d de vivir en carne propia el enfrentami­ento entre el bien y el mal desde el relativism­o.

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