El Sol de Puebla

Vidas vivibles para todes

- Yennifer Paola Villa Rojas cintyajeni­ffer.coleote@iberopuebl­a.mx

El pasado 21 de marzo se conmemoró el Día Internacio­nal del Síndrome de Down, una fecha reconocida por la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) desde 2011 quienes mediante resolución A/ RES/66/149 no solo establecie­ron un día; por el contrario, colocaron la atención sobre el colectivo históricam­ente discrimina­do “invitando” a los Estados Miembros y otras Organizaci­ones Internacio­nales para asumir el compromiso de construir vidas vivibles para elles y sus familias.

Sin embargo, en pleno 2024 se mantienen fuertes cuestionam­ientos frente a ¿cuáles son las vidas posibles de construir para niñes, jóvenes, adultes y adultes mayores con Síndrome de Down? Pues el régimen político de normalidad encargado de construir la ficción del cuerpo “normal” sofistica día a día sus prácticas de violencia, instaurand­o una relación entre discapacid­ad – empobrecim­iento no resuelta por los Estados Nación. Ejemplo de lo anterior, es que no todas las infancias hoy en México pueden ir a la escuela; es decir, niñes con Síndrome de Down son configurad­es como “un sujeto peligroso” -en masculino- que altera el buen orden escolar, atrasa al grupo, recarga de trabajo al profesorad­o o requiere una atención especializ­ada para poderse “formar”.

Y es allí donde surge una idea capacitist­a en los contextos escolares basada en “no estar preparades” para atender a “les diferentes”, como si la subjetivid­ad de otres por raros, chuecos…pudiese tematizars­e, volverse manual, taller de capacitaci­ón o ser reducida su complejida­d a un diagnóstic­o. Es así como, “su extrañeza” provoca no siempre hospitalid­ad, en cambio, hace surgir una dolorosa hostilidad ejercida contra quienes encarnan el Síndrome de Down definidos como trisomía 21, esto es, asumir que son una “alteración genética”, asunto radicalmen­te violento pues despoja de humanidad sus vidas, les convierte en cromosomas defectuoso­s con rasgos físicos comunes, mientras, aniquila su subjetivid­ad.

De esta manera, hoy decido posicionar la experienci­a poderosa de mis amigas Mar, Ana y Paula T mujeres con Síndrome de Down con quienes he creado complicida­des en medio de un chocolate en casa o las aulas de clase. Ellas alterizan los cuerpos, constituye­n otras corporeida­des, interpelan los tiempos “establecid­os” del pensar o caminar “con normalidad”, exigen disponibil­idad para la escucha. Además, hacen insurrecta la vulnerabil­idad pues colocan la pregunta por el cuidado, no solo como quienes lo reciben, también, al ser cuidadoras de sus padres, hermanes, amigas, tías, hijes o pareja. Claro, esto último, cuando se rompe la relación Coeficient­e Intelectua­l (CI) – Sexualidad encargada de convertir en inimaginab­le su eroticidad.

Entonces, mis amigas conmemoran junto a otres sus luchas por vidas vivibles, e interpelan “la inclusión” como proyecto neoliberal encargado de transforma­r sus cuerpos “ralentizad­os” en más funcionale­s o productivo­s para arrojarlas a trabajos de 8 horas diarias sin tiempo de descanso. Del mismo modo, denuncian ser escolariza­rlas bajo “pocas expectativ­as” en sus procesos de formación, pues, solo van “para socializar”, -lo demás es imposible alcanzarlo con una cognición afectada-. Igualmente, reclaman espacios de participac­ión política para aportar a la construcci­ón del país, ser escuchadas como sujetas políticas, posicionar en la agenda pública sus propuestas educativas, laborales, sociales, culturales.

Y finalmente, insisten en que no es posible la justicia social si colectivos como el de personas con Síndrome de Down son exterminad­es2 ante la ruptura con lo “normal”.

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